La discusión sobre los biocombustibles pone de manifiesto un problema profundo en la matriz productiva nacional. Resulta difícil comprender que, en un país agrícola como el nuestro, el factor que hace que la nafta y el gasoil sea menos competitivo es la incorporación de biocombustibles. Claramente el problema se encuentra en los costos industriales de ALUR, que se enfrenta ante un dilema difícil de resolver. Frente a la disyuntiva, el Estado propone dejar de producir biodiesel, manteniendo la producción de etanol en las plantas que ALUR tiene en Bella Unión y Paysandú. Esto deja entrever una cierta preferencia por mantener el empleo en el norte, que tempera el objetivo primario de bajar el precio de los combustibles.
Esta atención a la preservación del empleo en el norte no es solo entendible, sino elogiable. Pero si esta protección a la producción de etanol puede ayudar –temporariamente- a mitigar la situación de Bella Unión y Paysandú, no constituye una solución en el largo plazo, y mucho menos una que ANCAP deba cargar sobre sus espaldas a riesgo de nutrir las fuerzas que anhelan su desaparición. Lo cierto es que para resolver el problema del empleo en esta región del país, es urgente estudiar medidas estructurales que fomenten un desarrollo sostenible. Y este desarrollo solo puede ser tal si cuenta con una participación saludable del sector privado.
El último intento de un desarrollo territorial equilibrado quedó estampado en el Plan Nacional de Desarrollo (PNDES) elaborado en 1972 por la OPP. El politólogo Adolfo Garcé lo calificó como una “evolución doctrinaria desde el desarrollismo al liberalismo”, convirtiéndose en eje de las políticas públicas de los gobiernos que siguieron. Entre los puntos más destacados del PNDES se encontraba el establecimiento de polos de desarrollo regionales, de los cuales el ejemplo más notorio fue el Plan Norione, que marcó el último esfuerzo sistemático del Estado por desarrollar el norte del Río Negro.
Cabe marcar que el problema del norte viene de larga data, no pudiendo dejar de recordar que fue justamente en Bella Unión donde Raúl Sendic, en 1961, funda la Unión de Trabajadores del Azúcar de Artigas (UTAA). Transcurridas seis décadas Uruguay se mantiene en el mismo punto de partida sin haber encontrado un cultivo más sostenible y rentable que la caña de azúcar.
Comprendemos que hay una razón social, porque a pesar de que el pionero de esta cultura agrícola en el extremo norte del país, Mones Quintela, sostenía que ese punto estaba incluido en la “isotermia de San Pablo”, al comparar el rendimiento con el del mismo cultivo en el nordeste brasileño, el índice nuestro es mucho menor.
Curiosamente, en ese mismo año 1961 dejaba la presidencia de Brasil Juscelino Kubitschek, quien continuaba la obra de Getulio Vargas. Las carreteras lentamente se comenzaron a innundar de vehículos, en particular camiones que lucían el distintivo de tres letras: FNM (fábrica nacional de motores). Empredimiento fundado por Getulio en 1942 en Duque de Caxias (RJ) lugar conocido como Baixada Fluminense
JK implementó un ambicioso programa de desarrollo industrial y territorial. Si con Getulio se desarrolló una industria siderúrgica –y que abriendo las puertas a la industria automotriz- con Juscelino (como se lo llamaba popularmente) se produjo el traslado de la capital al centro del país, construyendo Brasilia y toda una red de carreteras que conectaron el país de norte a sur, este a oeste, y hasta en diagonal. Con ello se progresó en una genuina política que hoy llamaríamos “inclusiva”, ofreciendo a ciudadanos de zonas hasta entonces remotas las mismas condiciones que a los habitantes de Río de Janeiro, San Pablo o Belo Horizonte. La ideología tampoco estaba presente en los planes del emprendedor JK, quien alentó que se difundiera que el lugar donde se levantaría la ciudad, sede de la nueva capital, había sido para complacer el sueño de Don Bosco -fundador de la popular orden de los Salesianos- muy respetado en aquel Brasil mayoritariamente católico. Luego encomendó a los urbanistas Lucio Costa y al arquitecto Oscar Niemeyer –ambos ex-miembros del Partido Comunista- la planificación y construcción física de Brasilia.
Poco más de una década después -durante la presidencia de Geisel- este desarrollo territorial en infraestructuras permitiría avanzar un paso más en el desarrollo nacional, concibiendo el PND II (segundo Programa Nacional de Desarrollo). Este plan buscaba evitar que Brasil entrara en una profunda recesión como consecuencia de la crisis petrolera, definiendo una serie de inversiones en sectores clave de la economía. Combinando la acción del Estado, la iniciativa privada y el capital extranjero, el PND II logró dotar a Brasil de una cadena integrada de producción, priorizando la producción energética y de bienes de capital.
Los resultados de estas políticas, que hoy algunos tildan despectivamente como “desarrollistas”, están a la vista. En 1962 el PBI brasileño era aproximadamente 12 veces el de Uruguay. Para 1982 -el año de la crisis de deuda- esta relación era de 31 veces, y esto se mantiene más o menos hasta el día de hoy. Lo paradójico es que este “milagro brasileño” se produjo justamente a partir del momento en que Uruguay decidió dar la espalda a su modelo de desarrollo anterior, llegando al punto de demonizar al Cr. Faroppa y a sus continuadores. El neoliberalismo comenzaba a propagarse desde el norte y entraba a nuestro país disfrazado de tartán.
Desafortunadamente, en las últimas décadas caímos en modas y modelos transoceánicos, escuchando alternativa y cíclicamente sobre el modelo irlandés, el de Singapur y el neozelandés. Sin embargo, olvidamos que el modelo más realista y exitoso en la región lo teníamos a 500 km de Montevideo. Solo que para ese momento –especialmente desde Collor de Mello en adelante- Brasil también se había dejado seducir por el canto de las sirenas neoliberales. “A las cosas”, rezongó Ortega y Gasset a los argentinos. De la misma manera, llegó el momento de que los uruguayos nos pongamos a trabajar en un proyecto en común que permita generar oportunidades de desarrollo social y económico a toda la población, independientemente de dónde resida. Después de todo, esta era la esencia del pensamiento y la acción de Batlle, Manini Ríos y Arena. Esta crisis actual puede ser la oportunidad que perdimos cuando erramos en la bifurcación.
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