En ningún momento en la historia de la humanidad se ha llegado a un grado tal de desarrollo en las ciencias, las técnicas, las artes y las letras, ni a un porcentaje de analfabetismo más bajo dentro de todo el acontecer humano, que en la época actual. No obstante, esta sociedad democrática y liberal, pese a haber creado los más altos niveles de vida de la historia y reducido más la violencia social, la explotación y la discriminación, en vez de despertar adhesiones entusiastas, suele provocar en los beneficiarios aburrimiento y desdén, cuando no una hostilidad sistemática. La frase, de Vargas Llosa nos confirma una realidad y nos convoca a una reflexión.
La realidad es la hostilidad sistemática de los marxistas, pues, a pesar de las debacles irreversibles de todas las experiencias colectivistas, los socialistas y comunistas siguen apostando a la lucha de clases y a la dictadura del proletariado. No les alcanza con la caída del muro de Berlín y la implosión de la URSS, ni los lamentables ejemplos de Corea del Norte y Cuba. Aunque en este último caso, Esteban Valenti se pregunte en honesta actitud publicada en el portal Other News: ¿Cuba va hacia el capitalismo? Ante el fracaso irremediable y descomunal de su economía, que ya mismo la está obligando a abrirse a la actividad privada, como nunca hizo antes en todo su proceso revolucionario.
La reflexión surge por la aparición de los “populismos”, ese fenómeno social que ha comenzado a producirse a partir de la soberanía del pueblo, propio de las democracias; pues sin soberanía popular no habría populismos.
A este respecto, es de interés el análisis que hizo el doctor Sanguinetti hace unas semanas, partiendo de la lectura del libro El siglo de los populismos, del sociólogo francés Pierre Rosanvallon, concluyendo que no se trata de una ideología, sino de un método. Así afirma: “más que una ideología estamos ante una metodología. No se trata de ideas, de visiones del desarrollo, de concepciones del Estado, sino de procedimientos para alcanzar el poder dentro del sistema democrático y conservarlo a cualquier precio, aun el del vaciamiento de sus propias esencias”.
En el mismo sentido, el columnista de La Nación, el doctor A. Montanal, comparte con Laclau que “el populismo es un modo de construir lo político”, que es como decir que se trata de un procedimiento o método de alcanzar el poder. El de Kircnher ha sido el ejemplo más próximo.
Por el contrario, el politólogo francés Jean Baechler, en un clásico titulado ¿Qué es la ideología?, dedicado nada menos que al ilustre Raymond Aron, nos dice que “todo discurso ligado a la acción política es ideología y que cualquier proposición puede tornarse ideológica apenas sea utilizada en el combate político”.
Porque política es el combate de ideas, política es la lucha por el poder, política es la guerra por otros medios, política es el preordenamiento particular de medios en procura de un fin; todo eso es política, y mucho más, por lo cual existe una política comercial, una política monetaria, una política laboral, una política sanitaria, y así tantas como objetivos se propongan.
Loris Zanatta, sociólogo italiano y columnista de La Nación, es autor de un libro de reciente aparición titulado Populismo Jesuita, en el que defiende la tesis de que los populismos del siglo XX (el peronismo, el castrismo, el chavismo) están influidos por la herencia jesuítica, ya que se identifican en forma explícita o indirecta, con los principios éticos y sociales de las reducciones jesuitas, un modelo válido como alternativa a los sistemas de mercado y economía liberales, que cultivan una idea sagrada de la política y una noción mítica del pueblo que se inspira en la historia de la cristiandad colonial y de la compañía de Jesús, que son religiones políticas, formas antiguas de un imaginario religioso. Siendo que el populismo es un concepto creado por las ciencias sociales, para explicar una “familia” de fenómenos históricos.
Asimismo, hay quienes consideran al populismo, como una “tendencia” calificación, con un fuerte carácter peyorativo y de descrédito para los gobiernos que lo asumen, pues debilita el sistema, facilitando la aparición de hombres providenciales.
De todas formas, y por encima de esas conceptuaciones tan disímiles, la institucionalidad populista se genera a partir de la utilización de las demandas insatisfechas que dividen la sociedad, convirtiendo a un sector importante como “el pueblo” frente al “antipueblo” causante de las desigualdades, las que promete subsanar de inmediato, sin dialogar y rechazando la convivencia cívica, pretendiendo cooptar al Estado para imponer su modelo, apelando a veces a plebiscitos o institutos de democracia directa, buscando siempre y, por cualquier medio, el apoyo de las mayorías para, mientras las tuviere, servirse de ellas con el fin de perpetuarse en el poder.
En la búsqueda de sus enemigos no encontramos el neoliberalismo, como a veces se piensa, que es lo opuesto al populismo, ya que hay populismos socializantes y populismos liberales o conservadores.
Su verdadero enemigo es la república democrática, aquella basada en los sagrados principios de la Ilustración, en la libertad de pensamiento de Locke, la arquitectura de Montesquieu y el contrato de Rousseau.
Finalmente, para terminar, citamos otro pensamiento de Vargas Llosa, singularmente valioso en cualquier sistema político, y particularmente apropiado para recordarle a los exgobernantes que hoy, y a pesar de la pandemia, conforman la dura, intransigente y tenaz oposición que han desatado, sin pausa, en todos los frentes: “nada desmoraliza tanto a una sociedad, ni desacredita tanto a las Instituciones, como el hecho de que sus gobernantes elegidos en comicios limpios aprovechen el poder para enriquecerse, burlando la fe pública depositada en ellos”.
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