Solamente, un par de veces, recuerdo haber ido al Mercado Modelo, era niño y ni siquiera llegué a entrar, acompañé a un fletero a buscar mercadería para el almacén que tenían mis padres en mi pueblo, por lo tanto, no recuerdo muy bien cómo era en el pasado más lejano. Sí tengo bien presentes los cuentos de nuestros abuelos y de nuestros padres sobre la forma en que comercializaban ellos.
El sacrificio de trabajar y cosechar en el día para salir temprano hacia Montevideo en la madrugada siguiente, ubicándose como podían en la caja del camión fletero, sentados encima de su propia producción junto con otros productores del barrio, con la esperanza de vender todo y a buen precio. Cada uno defendía en el mercado lo suyo y establecía el valor de su sacrificio. Eso, con el correr del tiempo, fue cambiando por razones obvias.
Era prácticamente imposible trabajar de sol a sol, para luego pasar la noche en viaje a Montevideo y en el Mercado Modelo. Aquella dificultad y el recambio generacional fueron cambiando la forma de comercializar. Algunos productores crecieron y pudieron llevar su propia mercadería, a la vez se convirtieron en comisionistas para aprovechar el lugar que quedaba disponible en el camión. Otros, que ya eran fleteros, comenzaron a vender la mercadería de los productores cobrando comisión porcentual sobre las ventas. Esta metodología sigue siendo así para muchos. En mi caso, es la que conozco bien cerca desde adolescente, desde que trabajo en el campo envío la mayor parte de mi producción con estos fleteros comisionistas, que hoy también llamamos intermediarios.
El trabajo de estos intermediarios consiste en recorrer las chacras de los productores, para luego transportar al mercado y vender, principalmente llevan mercadería de productores pequeños que no tienen un volumen que les permita tener los medios ni la posibilidad de ir a vender su propia mercadería en el mercado. Por este motivo tienen que hacer uso de esta especie de servicio, pagando un costo fijo de flete por unidad que varía dependiendo el tamaño del cajón donde comercializa, a esto se suma un porcentaje del total de lo que se vende que también queda en manos del comisionista. El intermediario levanta, lleva la carga al mercado, donde paga las tarifas por los metros que dispone para comercializar, si vende paga al productor a la vuelta con los descuentos por flete y comisión antes mencionados, si hay sobrantes se lo devuelve al productor.
Es una realidad que vivimos muchísimos productores desde siempre, es una metodología de comercialización muy necesaria para muchos que no tienen otra opción, pero también es la que menos margen de ganancia da por razones claras.
El productor está muchos meses invirtiendo en insumos, gastando combustible, trabajando y cuidando la planta para tener buena producción, arriesgando mucho hasta el momento de poder vender lo que cosecha de la mejor forma. Pero muchos, principalmente los chicos, no tienen otra opción que subir su mercadería a un camión, enviarlo al mercado, y esperar con la incertidumbre de cuánto será el precio de venta, solo tiene la certeza de los costos que se suman por la comercialización, a los anteriores por producir.
Más allá de la incidencia que tiene en los bolsillos del productor y consumidores, el de la intermediación es un trabajo, todavía muy necesario e imprescindible para muchos productores.
Hoy, con la apertura del nuevo mercado, hay quienes tenemos la expectativa de que sea una oportunidad para mejorar, mezclada con la incertidumbre de cómo impactará en las ventas y los nuevos costos.
El nuevo mercado es más grande, más prolijo y ordenado, más seguro y más accesible. Comodidades y necesidades que no existían en el viejo local, si a uno se le ocurría evaluar ir por la suya a vender, no podía dejar de pensar en lo peligroso, la falta de lugar, la mugre, lo difícil de entrar y conseguir clientes confiables, el viejo y querido derecho de piso.
Pero, por otro lado, esa expectativa de crecer y mejorar, se mezcla con la incertidumbre por el futuro movimiento de venta y por los costos para operar en este nuevo mercado. Desde la cámara frutícola se ha dicho que los costos en la UAM están arriba de un 20%, por lo que, seguramente, si no mejoran las ventas, el bolsillo del productor y del consumidor sean los más perjudicados.
La preocupación existe, pero no solo por ser productor, sino también por ser consciente de cómo puede repercutir más negativamente el aumento de costos en los pequeños productores, en la producción familiar que más apretada está, la que tiene menos espalda, pero que es fundamental para el país, que siga viviendo y trabajando en el campo.
Esperemos que con la inauguración hayan quedado atrás las luchas políticas solo por cuotas de poder. Que la política discuta, acuerde, gobierne, pero sobre hechos, realidad, y en beneficio de los que más precisan.
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