A los 82 años de edad murió el poeta Joan Margarit, quien en 2019 recibió en España el Premio Cervantes de manos del rey Felipe VI.
Su poesía, aunque a menudo inspirada en vivencias personales, aborda con profundidad y maestría una temática que le otorga dimensión universal.
Una infancia difícil y trashumante
Nació el poeta en la provincia de Lérida, poco antes del fin de la guerra civil española, y su infancia transcurrió en las duras condiciones de esos tiempos, lo que lo enfrentó a experiencias fuertes, como ver morir a su hermanita de meningitis en un pueblo en donde no había electricidad ni antibióticos. El frío y la soledad le marcarán para siempre, y también la figura de su abuela paterna. “Fue ella quien me enseñó que el amor es claridad y dureza al mismo tiempo, que sin coraje nadie puede amar”, dice Margarit en el poema Coraje.
Las profesiones de sus padres, ella maestra, él arquitecto, motivaron frecuentes mudanzas a diferentes localidades de Cataluña y más tarde a las Islas Canarias. Este último destino fue un verdadero deslumbramiento para Joan, ya adolescente, quien allí escribió sus primeros poemas en español, idioma que la había sido impuesto en la educación formal desde la escuela primara. Sin embargo, Margarit, que a partir de 1980 empezó a escribir en su lengua materna, el catalán, jamás renunció a la riqueza lingüística que le proporcionaba el español y se autodefinía como poeta bilingüe.
La arquitectura en la profesión y en la poesía
Apenas un bienio disfrutó Margarit del paraíso encontrado en Santa Cruz de Tenerife, ya que debió residir en Barcelona para cursar sus estudios de arquitectura, los que culminó con excelentes calificaciones. Años más tarde obtuvo el doctorado y la cátedra de Cálculo de Estructuras en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.
Más de treinta poemarios publicados y numerosos e importantes premios, el último de ellos el Cervantes (que fue suspendido el acto oficial debido a la pandemia), el cual el rey Felipe VI entregó a Margarit en su propia casa de San Just, muestran que el brillante ejercicio de la profesión no acalló la voz del poeta.
Ambas vocaciones coexistieron a lo largo de su vida en total armonía, porque según él mismo explica comparten un principio común: “un poema es como la estructura de un edificio a la que no puede faltar ni sobrar ni un pilar ni una viga: si sacásemos una sola pieza se desplomaría. Si en un poema se saca una sola palabra, o se cambia por otra y no pasa nada, es que no era un poema. O todavía no era un poema”.
Algo de su poesía
La poesía de Joan Margarit tiene un lenguaje directo, accesible, sin caer nunca en lo banal y apelando directamente a la emoción. No es una poesía críptica ni puramente conceptual. Hay temas recurrentes como la soledad, la pérdida, el desencanto, pero también está muy presente la música, y la propia poesía como consuelo y redención.
La enfermedad y muerte de su hija Joanna le sumen en un profundo dolor que le motiva a trasgredir la regla aceptada de no “escribir en caliente”. El resultado es Joanna (2002), un libro inolvidable que incluye el poema que así describe la despedida:
“Mañana de domingo con música de Lluis Claret”
Ha subido Lluis al escenario
con el violoncello. Le oiremos pronto
tocar el “Aria pastoral” de Bach
para decirte adiós en Montjuic.
Para saber adónde vas
seguiremos el rastro de la música.
Joan Margarit dejó un libro inédito, Animal de bosque, del que extraemos este poema en el que se refiere a su propia muerte:
“Pensé que me quedaba todavía tiempo para entender la honda razón de dejar de existir. Lo comparaba con el desinterés, con el olvido, con las horas de sueño más profundo, pensando en esas casas donde un día vivimos y a las que no hemos vuelto nunca. Pensaba que lo iba comprendiendo, que me iba liberando del enigma. Pero estaba lejos de saber que yo no me libero. Me libera la muerte, permite, indiferente, que me vaya acercando hasta alguna verdad. Inexplicablemente, esto me ha emocionado”
“Ella”
Llega el tiempo de no esperar a nadie.
Pasa el amor, fugaz y silencioso
como en la lejanía un tren nocturno.
No queda nadie. Es hora de volver
al desolado reino del absurdo
a sentirse culpable, al vulgar miedo
de perder lo que estaba ya perdido.
Al inútil y sórdido tiempo moral.
Es hora de darse por vencido
en el trabajo a solas otro invierno.
¿Cuántos quedan más y qué sentido
tiene esta vida donde te he buscado
si ya llegó la hora tan temida
de comprobar que nunca has existido?
Joan Margarit
[Apología de la luz]
Mireya Soriano, Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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