El término «travestismo» fue acuñado en 1910 por el médico sexólogo y activista homosexual Magnus Hirschfeld. Se aplica a personas que se sienten cómodas con el sexo que les fue asignado, pero prefieren vestir con prendas que se consideran propias del sexo opuesto. El diccionario de la RAE agrega que, en sentido figurado, refiere a la «práctica consistente en la ocultación de la verdadera apariencia de alguien o algo».
La expresión «transformismo» parecería tener una connotación diferente: «actividad del transformista (actor o artista)» y como otra acepción: «cambio oportunista y rápido de tendencia política o ideológica». Claro que también la misma insospechable fuente asimila «transformista» a «travesti», o sea «persona, generalmente hombre, que se viste y se caracteriza como alguien del sexo contrario». ¿No es esto acaso un intento de fuga hacia una nueva identidad?
Estas definiciones son importantes para contextualizar -a vía de ejemplo- la situación vivida hace unos años por un connotado dirigente partidario, acusado por otro dirigente de «travesti político». Si bien el acusado se molestó de tal manera, que lamentó que no rigiera la ley de Duelos para tomar las medidas adecuadas, debe entenderse que el ofensor se refería a la acepción del vocablo en sentido figurado.
Hirchsfeld parece haber acuñado el término, pero el travestismo tiene una larga data en la historia humana. Los interesados en encontrar el hilo no demoran en encontrar antecedentes en Catalina de Erauso, conocida como la «Monja Alférez» y en la propia santa Juana de Arco.
Monja Alférez
Catalina de Erauso murió a mediados del siglo XVII. De novicia en un convento pasó a una fuga quinceañera. Su vida contada por ella misma -o por él mismo, porque así se refiere a su persona- ha dado lugar a toda clase de interpretaciones. De todos modos, ataviada como hombre hizo carrera en las armas, matando a unas cuantas personas y enamorando doncellas -sus comentaristas no deciden si lo hacía por vocación o por reforzar su papel-. Se embarca para Sudamérica en 1603, donde desarrolla la mayor parte de sus aventuras.
Basta transcribir un fragmento de sus memorias para ver como las gastaba Catalina. Está jugando a las cartas con un mercader y este le echa: «Envido. Dije yo: “¿Qué envida?”. Volvió a decir: “Envido”. Volví a decir: “¿Qué envida?”. Dio un golpe con un doblón, diciendo: “¡Envido un cuerno!”. Digo yo: “¡Quiero, y reviro el otro que le queda!”. Arrojó los naipes y sacó la daga; yo, la mía […] y nos embestimos; tirámonos un poco, y a poco rato le entré una punta y cayó».
La Pucelle d’Orleans
Juana de Arco, la Doncella de Orleáns, les estaba complicando la vida en forma seria a los ingleses y a sus aliados borgoñones, en la prolongada guerra que los enfrentaba con los franceses. Ni siquiera está claro si, efectivamente, participó en las batallas como combatiente -aunque fue herida dos veces- pero no cabe duda que su presencia, enarbolando su estandarte, influyó, de manera favorable, en los exitosos resultados militares obtenidos bajo su influjo.
Capturada por los borgoñones y entregada a los ingleses fue acusada de herejía y travestismo, y quemada en la hoguera en 1431. Dicen que sus cenizas fueron vueltas a quemar y diseminadas en el Sena para asegurarse de que no resucitara.
La acusación de herejía obedeció a que los ingleses consideraron a esta extraña y peligrosa enemiga como enviada diabólica. Lo que resulta lógico, porque les estaba causando fuerte daño. La referencia al travestismo se basaba en que acudía a las batallas con armadura, y prisionera, continuaba vistiendo ropa de hombre. Premeditadamente, se omitió la doctrina formulada en el siglo XIII por santo Tomás de Aquino sobre el tema. En su Suma Teológica, el Aquinate expresa: «…el ornato externo debe corresponder a la condición de la persona según la costumbre común. Por eso es, de suyo, vicioso el que la mujer use ropa de varón y viceversa […] Sin embargo, puede hacerse alguna vez sin pecado debido a la necesidad: para ocultarse a los enemigos, por falta de ropa o por una circunstancia parecida». (II-IIae – Cuestión 169).
Ir a la guerra con ropa femenina no parece buena idea. Y en su prisión, custodiada por hombres, estaba más segura ante ataques sexuales ataviada como tal.
Revisado el juicio y rehabilitada en 1456 debió aguardar hasta 1920 para que Benedicto XV la canonizara.
Ese estado de necesidad de que habla santo Tomás, por generosa extensión, aplicaría a estos otros tres casos -aunque non sanctos- que expondremos a continuación.
Lavalette
El conde de Lavalette había sido director general de postas durante el imperio y acusado tras la caída de Napoleón de crimen de alta traición, fue juzgado y condenado a muerte. Preso en La Conciergerie, esa misma tarde Emilie Louise de Beauharnais, condesa de Lavalette acompañada de su hija le fue a ver en una silla de manos, le vistió con sus vestidos, y se quedó en su lugar. El 20 de diciembre de 1815, víspera de su ejecución, el conde salió travestido, del brazo de su hija.
Su esposa sería mantenida en prisión hasta el 23 de enero de 1816. Napoleón dijo de ella: «esta dama ha sido la heroína de la Europa».
López Jordán
Años después, Ricardo López Jordán estaba preso en Rosario. El 11 de agosto de 1879, será el caudillo uruguayo-entrerriano quien cambiará su lugar con su señora esposa doña Dolores Puig (1833-1917). Ella viene con sus hijos. Jordán simula estar enfermo. La señora obtiene permiso para cuidarlo esa noche… El caudillo se fuga travestido con sus hijos de la mano. Se refugia en Fray Bentos, hasta que una amnistía de las autoridades argentinas lo impulsa a regresar. Se afincará en Buenos Aires, a fines de 1888. A mediados del año siguiente, un hombre le pegará dos tiros mortales en plena calle. Oficialmente, el homicida vengaba la muerte de su padre que atribuía a Jordán.
Kelly
El 28 de setiembre de 1957 será Guillermo Patricio Kelly (1921-2005) quien se fugará con ropas femeninas de una cárcel chilena, auxiliado por la uruguaya Blanca Luz Brum (1905-1985). (Aunque Kelly no figuraba en la extensa lista amorosa de doña Blanca).
«Los celosos guardianes de la penitenciaría se hicieron rápidamente a la rutina de aquella mujer puntual, que entraba a las 7.30 como un reloj y salía a las 8.25. Mientras tanto, Kelly inició el largo y difícil aprendizaje de hacerse pasar por una mujer. Aprendió a caminar con tacones altos, a reproducir con naturalidad los más secretos ademanes de la coquetería femenina, a imprimir a su voz un registro exquisito», relata García Márquez.
Blanca Luz permaneció detenida durante dos meses, hasta que logró su excarcelación mediante el pago de una fianza de treinta mil pesos. Intensamente buscado, Kelly, en este caso travestido de sacerdote fue a la cárcel de mujeres a agradecerle.
¿Cherchez la femme? Y sí, a veces se encuentran algunas sorpresas…
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