Penélope y las doce criadas. Margaret Atwood. NARRATIVA SALAMANDRA. 168 pags, $ 690. 2020.
Pocas novelistas tan versátiles como la canadiense Margaret Atwood (1939). En su distópica obra “El cuento de la criada” logró definir una perfecta pesadilla totalitaria donde las primeras víctimas son las mujeres. Pero su creatividad ha generado también “Alias Grace”, “Ojo de gato”, “Nueve cuentos malvados”, “Los testamentos” “El asesino ciego” y ha sido galardonada con una multiplicidad de honores: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio de la Paz del Gremio de Librerios Alemanes y el Premio Booker en dos instancias (2000 y 2019).
En esta instancia, en un giro casi borgiano, nos cambia la perspectiva de una historia clave de la literatura occidental: La Odisea.
En el relato homérico, tras la marcha de Odiseo a la Guerra de Troya, Penélope se las compone –mientras teje y desteje incansablemente su tapiz- para conservar el Reino de Ítaca, criar a su hijo descarriado, mantener al perro y mantener a raya a una caterva de pretendientes. Cuando, al cabo de veinte años, Odiseo regresa a casa tras superar un sinfín de contratiempos, enfrentarse a seres monstruosos y acostarse con diosas, mata a los pretendientes de Penélope y, curiosamente, también mata a doce de sus doncellas.
En una espléndida vuelta de tuerca al mito antiguo. Margaret Atwood ha decidido contar su versión de Penélope y sus doce criadas ejecutadas. Sabio, poético y lúdico a un tiempo, el resultado es un retablo deslumbrante y turbador que presenta una dimensión desconocida de la abnegada esposa de Odiseo y ofrece una interpretación atrevida de un antiguo misterio.
—¿A cuáles elegiste? —pregunté (Penelope), intentando controlar mis emociones.
—Sólo a doce —balbuceó ella (la criada)—, las más impertinentes, las más groseras, las que se burlaban de mí. Melanto, la de hermosas mejillas, y sus amigas, ese grupito. Es bien sabido que eran unas rameras.
—Las que habían sido violadas —dije yo— Las más jóvenes, las más hermosas.
“Las que me habían hecho de ojos y oídos entre los pretendientes”, pensé, pero no lo dije. “Las que me habían ayudado a deshacer el sudario por las noches”, no dije. Mis gansos blancos como la nieve, mis tordos, mis palomas.
Literatura inteligente y dura como la existencia misma.
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