Cualquier conductor experimentado sabe que no conviene apretar el freno en una curva ya que el efecto que tendría en la distribución de masas podría provocar desde un derrape hasta un vuelco. Lamentablemente la economía no tiene leyes precisas como la física, a pesar de los esfuerzos de algunos de sus practicantes por convencernos de lo contrario. Sin embargo, de la misma manera que todos apreciamos los efectos de la ley de la gravedad, en economía existen algunos principios que hoy son casi universalmente aceptados. Uno de ellos alerta sobre la aplicación de políticas de austeridad en medio de una contracción, lo que podría profundizar las tendencias recesivas. En efecto, Stiglitz nos recuerda que “tomar decisiones es comparar el riesgo de hacer algo y el de no hacerlo y entre los dos elegir el menor”, y que en este momento el riesgo mayor es hacer demasiado poco, ya que resulta mucho más difícil combatir una recesión que combatir la inflación.
La experiencia marca que la profesión económica está más preparada para afrontar fenómenos inflacionarios que procesos recesivos. Esto es natural ya que desde la postguerra hasta la crisis financiera global de 2008 el problema principal ha sido la inflación, no la depresión. Los recuerdos de la Gran Depresión –y de episodios anteriores – son distantes. Además, y quizás en gran parte como consecuencia de las lecciones de la década del 30, el mundo no ha vuelto a sufrir una recesión de tal magnitud y duración. Hasta ahora.
Cuando se desencadenó la crisis del 2008, el mundo tuvo la fortuna que Ben Bernanke se encontrara a cargo de la Reserva Federal. Un académico especializado en la Gran Depresión, Bernanke no solo comprendió el fenómeno rápidamente, sino que sabía con claridad cuáles serían las herramientas que le servirían en esta instancia decisiva. Bernanke fue una especie de “Capitan Sully” de la economía, aquel piloto que aterrizó un jet comercial en el Rio Hudson desobedeciendo protocolos y consensos, pero en pocos segundos tomando una decisión que le salvaría la vida a todos sus pasajeros. El economista y jurista norteamericano Richard Posner resume con claridad el problema en “Un fallo del capitalismo: la crisis del 2008”, atribuyendo “la incapacidad de la profesión para anticiparse y responder con decisión a la depresión” al hecho que el estudio de las depresiones es una rama de la economía bastante insatisfactoria.
En efecto, las depresiones son eventos infrecuentes, lo que no permite obtener datos suficientes para modelizarlas y extraer conclusiones generales. Pero si algo positivo nos dejó la crisis del 2008 es el “aggiormamento” de la profesión. A pesar que desde hacía tiempo Stiglitz venía advirtiendo que las políticas de austeridad conducían al suicidio, Europa tardó en reaccionar y pagó un precio elevado en términos de desempleo y niveles de actividad.
Afortunadamente, esta crisis provocada por la pandemia encuentra a los formuladores de políticas mucho mejor preparados para hacer frente al enorme desafío. El resultado es que la mayoría de los países están aplicando medidas de estímulo fiscal, monetario, crediticio e industrial al máximo de sus posibilidades. Como resultado, el mundo eventualmente emergerá de la crisis, y nosotros debemos ir preparándonos para el día después. La pandemia exacerbará las diferencias de ingresos entre y dentro de los países -dando lugar a lo que Nouriel Roubini califica de “nuevo precariado”-, y amenazará la estabilidad económica y social, presentando nuevos retos para nuestras instituciones.
La inmensa mayoría de los ciudadanos reconoce el trabajo de conducción del gobierno durante el año que llevamos de pandemia. Se trata de un desafío para el cual nadie se encontraba preparado, pero que la coalición republicana logró enfrentar eficazmente. Sin embargo, la penosa situación fiscal heredada del gobierno del Frente Amplio implica que para poder asistir a los más necesitados será necesario identificar nuevas fuentes de recursos que no penalicen aún más a las empresas y los trabajadores existentes. Para poder financiar el esfuerzo fiscal del presente, el país tiene que rápidamente aumentar su producción, lo que requerirá encontrar formas innovadoras de combinar capital, trabajo y tecnología. El país deberá pensar seriamente en políticas industriales que racionalicen el otorgamiento de incentivos fiscales y que los mismos no sean el resultado de mecanismos y burocracias “técnicas” que no responden a las autoridades electas constitucionalmente, y que en muchos casos terminan otorgando beneficios fiscales millonarios con escaso conocimiento por parte de la población.
Si la gravedad de la situación indica que el Estado debe gastar más, la responsabilidad de los gobernantes de turno es asegurarse de que este gasto adicional goce de los más amplios consensos. Por tal motivo, La Mañana considera que la figura constitucional del Consejo Económico Nacional es la más apropiada para canalizar las demandas de los trabajadores, las empresas y las organizaciones civiles dentro de un marco republicano que haga honor a nuestras mejores tradiciones institucionales.
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