Mire que le dieron vueltas a la cosa los dirigentes oficialistas, se ganaron el premio vasco a la testarudez…
Sinceramente no quiero estar en la piel de los sufridos militantes frenteamplistas, por momentos los imagino dentro del comité de base, todos corriendo, apurados, tratando de descolgar los carteles con las imágenes del mandamás bolivariano, ese que hablaba con pajaritos, recibiendo mensajes del más allá de un fallecido comandante.
Después de la más profunda y aterradora negación de nuestro gobierno, acerca de lo que tristemente vive el pueblo venezolano, da la casualidad que justo ahora, cerquita de las elecciones nacionales, viene el reconocimiento a una situación, que solo por alguna extraña razón, no revelada aún, pero que, en el imaginario popular, hace tiempo tiene alguna sospecha, anteriormente se negaron en forma rotunda y hasta con ridícula tozudez admitir la dictadura en Venezuela.
Tanta porfía para reconocer algo obvio me trajo a la memoria el caso de dos vascos, que se afincaron en los pagos maragatos: uno nacido en Bilbao y el otro oriundo de Navarra, Iñaki y Unai.
Ambos personajes, tamberos de profesión, tenían mucho en común: una de ellas era su pasión por las bebidas espirituosas y, si algo no faltaba en sus respectivas casas, era un buen ardúa casero y un fuerte pacharán.
Como buenos vascos, no les hacía mella ninguna ni el frío ni la helada y siempre eran de los primeros para comenzar sus actividades.
Discutían de absolutamente todo y jamás se ponían de acuerdo en nada, o por lo menos eso creíamos todos los que estábamos cerca, porque la discusión se daba siempre en euskera y los que éramos testigos privilegiados, no entendíamos nada.
En cierta ocasión se dio la situación más original que podíamos imaginar.
Casi que emulando a aquel famoso cuento del jabón y el queso donde dos vascos discutían sobre si lo que comían era un alimento lácteo o un artículo de limpieza, nuestros vascos estaban enfrascados en una nueva discusión.
-¿Qué es un kaneloiak?- decía Iñaki.
-Pues que no, te digo es un pancake- retrucaba Unai.
Y así siguieron discutiendo durante horas, con esa mezcla de euskera y castellano que hacía casi imposible entender a que se referían.
-Es que la filloa se hace diferente- insistía Iñaki.
-¡Qué es un pancake, pancake, pancake!- con tozudez repetía Unai.
La cuestión que todos los presentes estábamos, digamos que al menos intrigados y cansados, de tanta “perorata” y tuvimos la idea de tratar de intermediar a ver si llegaban a un acuerdo y de paso entender algo de lo que decían.
Estimados amigos: les dije: si nos explican cuál es el motivo de su discusión, tal vez podemos ayudar a aclarar el punto que discuten.
-Es que este porfiado me dice que los pancakes, esos que para cocinar la filloa en la sartén se tienen que vueltas en el aire, ahora se llaman Kaneloiak- dijo Iñaki.
Vamos a aclarar los tantos, los panqueques son dulces y los canelones salados y la masa que se usa para ambos se llama filloa, y las dos se dan vueltas en el aire.
-Ah, como político oficialista- dijo Unai, atento a la explicación.
-Lo que antes decían de que en Venezuela había democracia, resultó que ahora es dictadura- remató con una sonrisa
-Se dieron vuelta en el aire, como el kaneloiak- dijo el Iñaki
-Como pancake querrás decir- retrucó Unai.
-Les dije que es filloa- les recordé.
-La cuestión es que se dan vueltas en el aire, para no quemarse, ¿no?- dijo Iñaki.Y si, se dan vueltas en el aire, pero están muy quemados igual.
Y ahí se acabó la discusión. Hubo consenso.