De Buenos Aires vinieron los primeros pobladores montevideanos. Eran seis familias donde destacaban los Carrasco: Sebastián (casado con Dominga Rodríguez) y sus tres hermanas: María Martina, casada con Jorge Burgues; Francisca Xaviera, casada con José González de Melo e Ignacia Xaviera, casada con Juan Antonio Artigas, natural de Puebla de Albortón (Zaragoza, España) y quien sería abuelo del prócer. A estas cuatro familias con hijos se les sumaba Bernardo Gaitán con su esposa María Pación e hijos y Juan Bautista Callo, natural de Nantes (Francia), con su esposa Isidora Dunda e hijos.
El embrión poblacional
Jorge Burgues, natural de Génova, es considerado el primer poblador civil de San Felipe de Montevideo.
Giorgio Borghese estaba instalado desde 1724 y tenía a fines de 1726: “Casa firme, edificada de piedra y cubierta de teja, ranchos anejos y huerta”,
además de poseer estancia con ganados vacunos y caballares; será miembro del primer Cabildo (1730) como depositario general y, en años posteriores, ocupará otros cargos capitulares de importancia. Burgues se convertirá en pionero de la inmigración genovesa (región de Liguria) que en el siguiente siglo engrosaría la importante presencia italiana. Provenían de un lugar que el gran escritor español Francisco de Quevedo (1580-1645) señalaba en su famoso poema “Poderoso Caballero es don Dinero”: “(…) Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España, y es en Génova enterrado. (…)”. Un mundo ya globalizado.
Para conformar el núcleo fundacional, vinieron otros pobladores de la región y las célebres 50 familias canarias. Con cerca de 300 habitantes se iniciaba la vida social y política de la ciudad. Don Pedro Millán procedió al empadronamiento de los vecinos y los repartos correspondientes: los solares en la ciudad, las chacras sobre el Miguelete y las estancias sobre los arroyos Carrasco (nombre dado posteriormente ya que la propiedad de Sebastián lindaba con el mismo), Pando y Solís chico. Eran suertes de estancia de media legua de frente por legua y media de fondo (entre 1.500 a 2.000 hectáreas) donde podrían pastar 1.000 vacunos cuya renta anual rondaría los 100 cueros. En los primeros repartos se dieron 6.000 cabezas a un promedio de 40 vacunos por persona; el desafío era poblarlas con el ganado alzado disperso en la comarca.
A estos primeros habitantes hay que sumarles los correspondientes a la guarnición militar y los 1.000 indios tapes (guaraníes de las misiones jesuíticas) a cargo de padres jesuitas, que serían los constructores de las obras de fortificación. De allí surgió la expresión que se hizo popular de “jornal del tape”, haciendo referencia a lo exiguo del mismo.
El primer Cabildo de Montevideo
Los Cabildos eran la expresión del gobierno criollo representante de la comunidad.
Era el cabildo una antigua Institución de las ciudades castellanas que se había desarrollado durante la Edad Media (Reconquista cristiana) y representaba la soberanía de los pueblos (el fuero de las ciudades frente al poder del señor feudal) que se expresaba a través de sus autoridades.
Trasladado a América por el régimen indiano recobró su vitalidad y antiguo esplendor para convertirse en una expresión autónoma del gobierno criollo. A cargo de las tareas municipales, administrativas y judiciales – de allí su nombre: Cabildo, Justicia y Regimiento – actuó de acuerdo a las leyes y ordenanzas reales y en coordinación con la autoridad española establecida: virreyes, gobernadores, intendentes, entre otras autoridades / entre otros cargos. También muchas veces, debió enfrentar los abusos de esa autoridad, procurando hacer valer la “voz del común”, los intereses locales y sus derechos consagrados en la legislación indiana. Más tarde, con la revolución en la región platense, el artiguismo afirmó la autoridad de los Cabildos como defensores de la “soberanía particular de los pueblos”; expresión genuina del federalismo.
Sus integrantes eran vecinos de “probada conducta” y elegidos anualmente por la corporación saliente. De acuerdo con la importancia de la ciudad el número de cabildantes, también llamados regidores o capitulares, variaba entre 6 y 12 miembros. Montevideo tuvo 9: alcalde ordinario de 1er voto (presidía la sala capitular y era el sustituto del gobernador en su ausencia), alcalde ordinario de 2do voto, alférez Real, alcalde provincial, alcalde de la Santa Hermandad, alguacil mayor, fiel ejecutor, depositario general y síndico procurador general.
Juan Antonio Artigas, abuelo del prócer, entre los primeros cabildantes
Nuestro primer cabildo quedó instalado el 1º de enero de 1730 con la presencia del Gobernador de Buenos Aires, Don Bruno Mauricio de Zabala, quien designó a los correspondientes cabildantes por el período de un año. Entre ellos, se designó a Juan Antonio Artigas como Alcalde de la Santa Hermandad, con funciones de policía y justicia en la campaña. Si bien era analfabeta (no sabía firmar) – limitante para ser designado -, debió ostentar grandes méritos para ocupar un cargo que implicaba la difícil tarea de preservar la seguridad en un ámbito hostilizado por los indios minuanes (macroetnia charrúa) y “mozos sueltos” de la campaña. Además, se le designó al mando de la Compañía de Caballos Corazas dispuesta a tal fin. Luego fue Alférez Real, en 1732 y 1733, y Alcalde Provincial en 1735, 1742 y 1743, donde destacó por sus servicios y capacidad negociadora con los indios indómitos. También su hijo, Martín José, padre del prócer, ocupó cargos capitulares a partir de 1758 hasta 1792.
Como síntesis de esta institución veamos qué nos refiere el historiador Pablo Blanco Acevedo, en su destacada obra: “Gobierno colonial en el Uruguay”: “(El Cabildo) es el centro de la organización colonial y resume en la autoridad de sus miembros todas las funciones inherentes a la administración local de la ciudad. (…) Depositario de los intereses públicos, fiel intérprete de las aspiraciones, deseos y necesidades de la población por cuyo cuidado y progreso vela constantemente, en contacto estrecho con los habitantes en razón de pertenecer sus componentes, por mandato expreso de la ley, al propio vecindario, el cabildo es la corporación por excelencia civil y popular dentro del sistema colonial.”
El Cabildo Abierto
La Legislación indiana facultaba la formación de cabildos abiertos para tratar aquellos temas de gran importancia o de interés público donde la opinión de los vecinos merecía ser tenida en cuenta. Para proceder a su instalación, las autoridades del cabildo cursaban invitaciones a vecinos destacados- “la parte sana y principal”- para participar de la reunión como portavoces de la comunidad. Estos vecinos invitados exponían sus puntos de vista que intercambiaban con los regidores. Luego el cuerpo capitular procedía a la toma de decisiones. Los asuntos tratados en estos cabildos abiertos eran de muy variada índole, desde temas municipales, edilicios, educativos, de abasto, entre otros, hasta temas políticos, relaciones con las autoridades locales o regionales, peticiones al rey. Como ejemplo, citamos el primer cabildo abierto en Montevideo llevado a cabo el 15 de agosto de 1730. De esa reunión surgió la autorización para instalar un Hospicio de Franciscanos (se hizo una colecta con aportes de los vecinos), paso previo al Convento que debía autorizar la Corona. Hubo varios Cabildos Abiertos en las siguientes décadas con propósitos diversos tendientes a satisfacer las inquietudes locales. A veces eran los propios pobladores quienes formulaban la petición al síndico procurador, representante del cabildo,
para que diera curso a la iniciativa.
Más adelante, en los inicios del proceso revolucionario, los cabildos abiertos se transformaron en asambleas populares y fueron la expresión libertaria del pueblo oriental.
Ya, en los convulsionados tiempos de las invasiones inglesas (1806), la ocupación francesa de la península (1808), o en el inicio del período revolucionario (1810), estos cabildos abiertos convocaban al pueblo a la plaza para seguir de cerca sus resoluciones: “El Pueblo quiere saber de lo que se trata”. Se fueron transformando en auténticas expresiones democráticas donde la población participaba activamente y hacía sentir la fuerza de su opinión. Fueron parte sustancial del espíritu revolucionario que impregnó al continente hispanoamericano y derivó en las asambleas y congresos que expresaron la voluntad del pueblo y la exigencia a ser respetada.
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