Con una prótesis de pierna y un carrito, Yeslie Aranda salió desde su Venezuela natal hace tres años con el fuerte impulso de llegar al “fin del mundo” para demostrar que todo se puede con compromiso y fe, y para animar a su hija, a quien también le amputaron una pierna, en la búsqueda de su sueño.
A las tres de la tarde la plaza Matriz conserva el mismo movimiento habitual de todos los días. A pesar de la pandemia, el ajetreo de personas que se trasladan a sus oficinas u hogares es notorio. El agua de la fuente fluye monótonamente. La Iglesia da sus campanadas. En una de las esquinas de la plaza un hombre con una prótesis de pierna conversa con un vendedor de libros. Luego de un par de frases, señala el cielo. Sigue su rumbo. Se trata de Yeslie José Aranda -Señor Pepe para los amigos- un caminante, como se define.
Yeslie (59 años) salió de Venezuela el 28 de junio de 2018, caminando solo sobre una pierna con un sueño claro: llegar al “fin del mundo”, para comprobar que todo se puede lograr con fe y compromiso y, sobre todo, para demostrarle a su hija -también amputada- que no hay barreras en la vida para realizar los sueños.
Es que un 28 de agosto del año 2013, durante uno de los usuales viajes de Yeslie como conductor de ómnibus de larga distancia, ocurrió un suceso que cambió toda su vida, y la de muchas otras personas. Ya estaba avanzado el día cuando una gandola (camión de combustible) se le vino encima. A su lado viajaba Paola, su hija de 22 años que, ocasionalmente, lo acompañaba en algún viaje. “Este sí me pudo joder la vida”, llegó a escuchar ella antes de que todo se apagara.
Yeslie, que había sido rescatista y se había dedicado a salvar personas ante distintos sucesos, yacía entonces atrapado dentro de los fierros retorcidos del vehículo que conducía. “Toda una vida vendiendo velas y ahora muero en lo oscuro”, pensó antes de perder la consciencia.
Durante el accidente, que tuvo lugar en el estado de Táchira, falleció el conductor del camión y un pasajero del ómnibus. Hubo varios heridos que debieron esperar más de dos horas la llegada de una ambulancia. Como resultado, tanto Yeslie como Paola perdieron una pierna. En el caso de ella, la movilidad se vio más reducida ya que debieron desarticularle todo el miembro y hoy se traslada en silla de ruedas. Su padre, en tanto, sobrevivió a dos paros respiratorios. “Vive de milagro, alguna razón debe tener”, oyó decirle a un médico durante su convalecencia en el hospital.
La dura situación vivida le ocasionó a Paola un estado de depresión, ante el cual su padre intentaba animada. “Tenemos que ser como los veleros, siempre adelante, y llegar a destino aún en viento en contra, si nos lo proponemos”, recuerda Yeslie que le decía a su hija. Sentado en un banco de una plaza montevideana, seis años después, se le humedecen sus ojos al rememorarlo.
“Yo invito a soñar y a tener fe. He aprendido de lo bueno y de lo malo porque todo es una enseñanza. Pido que tengan confianza en Dios, él es bueno con todos”, afirmó el caminante.
Ese fue el motivo que lo animó a pararse de nuevo y volver a tener equilibrio. Poco a poco comenzó a caminar, a pesar de lo dolorosas que eran las caídas, y más adelante a hacer ejercicio. Su primer desafío fue subir un cerro con dos muletas. “Había quienes me decían ‘uno lo ve a usted subiendo y le entra un ánimo’”, recordó. “La primera vez fue la que marcó todo. La interacción con la gente, la emoción, las vivencias, las charlas, me dieron más impulso”, comentó. Por entonces, Yeslie supo que rápidamente tenía que juntar las piezas y demostrarle a su hija que las cosas se podían.
Fue así que se comenzó a preparar para subir otro cerro. Y luego otro. Y luego otro, más grande (en uno de ellos llegó a demorar tres días ascendiendo solo). Para cuando iba por el cuarto cerro ya había cambiado las muletas por un bastón -los brazos quedaban luego muy doloridos- y los tiempos se habían reducido. Cuando llegó al Santo Cristo de la Grita, en uno de los cerros, extendió sus manos al cielo e hizo un compromiso. Recorrería toda Suramérica -como prefiere llamarle él- en una pierna.
Pudo conseguir una prótesis de pierna, a la que bautizó Autana, en honor al Árbol de la Vida de su país, y emprendió su viaje. Lo primero que puso en la mochila fueron las llaves de su casa -porque sabía que volvería- una muda de ropa ligera, unas pulseras artesanales para vender y un montón de sueños. El resto confiaba que lo proveería Dios. Su familia lo acompañó hasta la frontera colombiana y luego continuó su camino. En el país vecino el caminante construyó, con los caños de una vieja bicicleta, una especie de carrito que cumple el rol de ayudarlo a trasladar sus pertenencias, de proporcionarle equilibrio y también compañía, motivo por el cual lo nombró Jesús.
Durante kilómetros y kilómetros conoció personas, e incluso logró disuadir de un joven que iba a cometer un atraco en Colombia. Durmió en sitios tan disímiles entre sí. Pernoctó en cementerios, iglesias de Padres Franciscanos y casas lujosas, en catres y en el duro suelo. Recuperó energía, conversó con los huéspedes y luego se marchó. Y así como tuvo experiencias positivas, también estuvo al borde de la muerte. Otra vez.
“Tenemos que ser como los veleros, siempre adelante, y llegar a destino aún en viento en contra si nos lo proponemos, le decía a mi hija luego del accidente”, mencionó Yeslie a La Mañana.
Durante la entrevista, con tono conmovido recordó cómo en la zona cafetera de Colombia se salvó de una bala, por parte de guerrilleros, de forma milagrosa. Se había adentrado, sin saberlo, a un pueblo reconocido por ser proveedor de droga, y se negaba a pagar. Ante él se hicieron dos excepciones que raramente ocurren: no tener que dar dinero y retornar con vida. “Cuando usted camina en esa zona por la carretera y presta atención de lo que mira, ve en el paisaje restos de personas”, contó.
Yeslie continuó su viaje caminando en una pierna. Pasó por Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina. A Chile no pudo ingresar producto de las disposiciones de ese país para la solicitud de Visa a ciudadanos venezolanos. Llegó a Uruguay los últimos días de 2019 y caminó desde Fray Bentos a Montevideo. Si bien nuestro país se encontraba libre de Coronavirus, por entonces, la pandemia comenzaba a extenderse en el mundo. Un par de meses después, Uruguay ya contaba con los primeros casos y la región se había cercado. Yeslie decidió que lo mejor sería esperar que las aguas se calmaran un poco y, al igual que muchos en el mundo, debió pausar sus planes.
Hoy el caminante se comunica diariamente con su hija Paola, quien en el último tiempo ganó el primer lugar de una carrera de sillas de ruedas y actualmente juega basquetbol y tenis de mesa. “Siempre le dije a Paola que tenía la esperanza de que esto iba a cambiar muchas vidas. Me han pasado cosas que no sé hasta dónde han ido, pero sé que han cambiado rumbos”, sinceró.
Actualmente vive en la casa de un compatriota en el barrio Prado y se encuentra buscando trabajo o colaboraciones para poder sustentarse. Una carpa o una mochila también le podrían ser de gran ayuda, dice. Cree firmemente que las cosas van por buen camino y que pronto podrá retomar el suyo. Continuará andando a paso firme y seguro, solo sobre una pierna. Se apoyará en su carrito, conocerá tantas realidades como personas, charlará con ellas y seguirá. Cuando alguien le pregunte hacia dónde va, responderá: “hasta el fin del mundo”, y cuando le digan que nadie sabe dónde queda eso, él asegurará: “yo sí lo sé, en Ushuaia”.
La entrevista finaliza tras el despertar de los recuerdos. Yeslie toma una pulsera de esas que elabora para romper el hielo en cada lugar donde va, y mientras la anuda a su interlocutora, afirma: “cuando llegue al fin del mundo, sentiré que usted anduvo conmigo y usted sentirá que yo anduve con usted”.
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