Esta noticia al amanecer no es equivalente al ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, pero fue tomada en Estados Unidos como la definitiva declaración de una guerra comercial, cuyas primeras escaramuzas aparecieron con la imposición mutua de aranceles en marzo y abril de 2018.
Para la prensa y la opinión pública, China estrenó el lunes piezas de su arsenal: “El arma de la divisa”, escribió el New York Times, sintetizando el sentir de analistas y funcionarios públicos.
Este armamento había estado almacenado en el Banco del Pueblo de China, la banca central, que informó el lunes que la depreciación del yuan -también conocida como remninbi o moneda del pueblo- fue causada por la amenaza del presidente Donald Trump -lanzada en un tuit, el viernes pasado- de incrementar en 10 por ciento las tarifas de importación a mercancías chinas, a partir del 1 de septiembre.
El banco central chino anunció la cotización del dólar a siete yuanes, lo que ha sido considerada una barrera altamente simbólica. En un lenguaje directo, la entidad culpó a Estados Unidos de la depreciación del remninbi y actuar de manera “unilateral y proteccionista”.
El conflicto comercial se vio reflejado de inmediato en la bolsa de valores de Nueva York (NYSE) y otros mercados con caídas de más de 2 por ciento, al cierre de la jornada.
Para Uruguay, puede haber dos consecuencias, dice el director del Departamento de Negocios Internacionales de la Universidad Católica, Ignacio Bartesaghi. Una es que la inestabilidad de las monedas en el comercio internacional pueda generar “corrimientos” y otra es que al país le pueda resultar favorable la apertura de nuevos espacios de exportación agrícola hacia China.
En 2018, según cifras oficiales, China tuvo un superavit de 419 mil millones de dólares frente a Estados Unidos.
En 2018, según cifras oficiales, China tuvo un superavit de 419 mil millones de dólares frente a Estados Unidos. Un reporte del Departamento del Tesoro sobre políticas macroeconómicas y cambio de divisas, divulgado recién en mayo pasado, ennumeró tres causas del déficit comercial estadounidense: proteccionismo con barreras no arancelarias, subsidios estatales y acciones impropias en el mercado.
La lista de quejas no es nueva. Fueron los demócratas los que comenzaron en la década de 1990 a tratar de atenuar el avasallante paso de las exportaciones chinas, aunada a una querella mayor por plagio de tecnología.
Pero China fue omiso y el tema se convirtió en uno de los temas de la campaña presidencial de Trump en 2016, junto a temas como el descontrol de la inmigración y el muro en la frontera sur. Trump está trabajando contrarreloj, de cara a la sucesión presidencial de 2020. Los electores no olvidan el tema y el mandatario no pierde la oportunidad de exaltar los ánimos de sus seguidores en mitines con un claro tinte reeleccionista o con sus famosos trinos (tuits), como el del 1 de agosto.
En Shanghái, el jueves pasado, delegaciones gubernamentales de los dos países cerraron una ronda de negociaciones de la que surgieron informaciones contradictorias sobre el comercio agrícola. Washington reportó que en las conversaciones se habló sobre temas sensibles como la transferencia de tecnología, los derechos de propiedad, las barreras no arancelarias, los servicios y la agricultura.
“Los chinos manifestaron su compromiso de incrementar la compra de exportaciones agrícolas de Estados Unidos”, afirmó la delegación estadounidense en una declaración al final del encuentro el 31 de julio. Pero, en contraste, la agencia oficial de noticias de China, Xinhua, informó que únicamente el tema fue abordado en la mesa.
La gente de Wall Street se fue al descanso del fin de semana con una sombra de incertidumbre. Y el lunes, algunos analistas interpretaron que la devaluación es una señal de que Pekín ya se convenció de que la nueva ronda de negociaciones -prevista para septiembre en territorio estadounidense- llevará a un callejón sin salida.
La gente de Wall Street se fue al descanso del fin de semana con una sombra de incertidumbre.
Para responder a los chinos, el Departamento del Tesoro estadounidense hizo gala de un arma que no utilizaba desde hace dos décadas, la de etiquetar a su contrario como “manipulador de su divisa”, una medida que aplicó cuando las ventas chinas estaban en rápido ascenso en todo el mundo y las exportaciones a Estados Unidos crecían incontenibles, dos décadas después de que Richard Nixon había establecido relaciones formales con el Estado chino.
En 1994, Pekín fue acusado de forzar la devaluación para elevar sus exportaciones. Ahora, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, argumentó que China tiene una larga tradición en la manipulación del valor de su moneda, interviniendo en el mercado de cambios. Y sin embargo, en esta ocasión no hizo nada para evitar la devaluación, a pesar de contar con un alto volumen de reservas en moneda extranjera, que hubiera podido inyectar en el mercado.
Esta decisión del Tesoro de etiquetar a China como “manipulador de su divisa” saltó a los primeros planos del debate público, donde fue criticada por Larry Summers, secretario del Tesoro en la era del demócrata Bill Clinton (1995-2001) y asesor del también demócrata, Barack Obama. “No servirá de nada”, dijo.
Desde la trinchera gubernamental, el director del Consejo Nacional Económico, Larry Kudlow, informó que Trump mantiene su voluntad de continuar las negociaciones programadas para el mes próximo. Pero no hay duda, como afrmó el ex asesor de Trump, el radical Steve Bannon, esto es ya la guerra.