La democracia para su buen funcionamiento requiere buena fe y transparencia en todos sus protagonistas. Requiere de sus actores principales claridad en sus vínculos, tanto con la política como con los diversos centros de interés y grupos de presión, que los hay y muy poderosos. Claridad en sus compromisos y vinculaciones, si los hay.
Claridad en las conductas y transparencia en los objetivos y propósitos. De lo contrario, el clima se envilece, el ambiente se contamina, las instituciones se perjudican y la credibilidad y la confianza de la ciudadanía deja de estar.
Claridad, decíamos, en sus vínculos y compromisos. Así, por ejemplo, quienes ostentan el privilegio, y asumen la responsabilidad, de conducir un medio de comunicación (prensa, radio o televisión) pueden y suelen tener preferencias o simpatías políticas. Y es lógico que así sea, en tanto ciudadanos de la misma República que el común. Pero, por un elemental principio de buena fe, por un compromiso ético profesional, no deben ocultarlo.
El principio de buena fe en la comunicación, la transparencia, el juego limpio, así lo demandan. Porque quien oculta, traiciona. Quien oculta, engaña a su audiencia. Quien oculta, persigue fines políticos u otros intereses, ajenos a su función de comunicador, ajenos a la ética periodística. Quien oculta, por bien que logre hacerlo, termina convirtiéndose en un ser ladino y ruin. Y más temprano que tarde quedará en evidencia, con vergüenza para sí mismo, y bochorno para el medio que conduce o representa.
Y eso es muy malo para la democracia. Para la salud de la República. Para la dignidad del periodismo. Para la credibilidad de los medios de comunicación social.
*Abogado, ex director La Mañana y El Diario.
TE PUEDE INTERESAR