Desde la antigüedad, en todas las sociedades donde han aparecido y hecho metástasis la cultura de la cancelación (cancel culture) en sus diversas formas, ésta ha seguido su curso ineludible. Las élites corruptas ejercen caprichosamente su poder para censurar, coaccionar y condenar a los disidentes y, finalmente, a los propios miembros de su grupo, en un vano intento por perpetuar su poder, riqueza y estatus. La misma Revolución Francesa que decapitó a Luis XVI y María Antonieta terminó también ejecutando a Danton y Robespierre. La misma Revolución Bolchevique que fusiló a los Romanov también fusiló a Kámenev y Zinóviev, y puso un hacha en el cráneo de Trotsky. La misma revolución china que mató a los terratenientes también mató comunistas.
La cultura de la anulación en el siglo XX dejó millones de cadáveres a su paso y aterrorizó a muchos millones más con la posibilidad de ser los siguientes en ser “cancelados”. Estas son sólo las tragedias en masa más modernas de la cultura de la cancelación, de las que muy pocos de nuestros conciudadanos son conscientes, aunque no necesariamente por su culpa. Porque los cultores de la cancelación han infestado nuestro sistema educativo, haciendo proselitismo, adoctrinando con su deformada ideología y censurando una hoja de ruta histórica que evidencia dónde inevitablemente termina. Estos adoctrinadores, que ya no son educadores, inflan el orgullo de los estudiantes con una autoestima inmerecida, al tiempo que engañan sus mentes respecto a las habilidades que necesitan para un pensamiento crítico-independiente. Estos charlatanes con carné no edifican mentes, sino que fabrican engranajes en la rueda del pensamiento grupal.
Thaddeus G. McCotter, en “El deber de disentir”, American Greatness (2 abril, 2021)
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