“Existe una distinción fundamental entre la recompensa por asumir un riesgo conocido y la de asumir un riesgo cuyo valor en sí no se conoce”.
Frank Knight, en Riesgo, incertidumbre y beneficio (1921)
Para decidir si invertir o no, los empresarios evalúan las perspectivas y riesgos que ofrece el entorno económico general, así como las condiciones de mercado para el producto o servicio que planean ofrecer. En el proceso toman en consideración no solo factores objetivos, sino también subjetivos. En efecto, John M. Keynes atribuía vital importancia a lo que dio en llamar “espíritus animales” en las decisiones empresariales y la confianza del sector privado en general. “Quizás la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo sólo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales, de un resorte espontáneo que impulsa a la acción”, escribió Keynes en su Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero (1936).
Keynes desarrolló el núcleo de su pensamiento durante la Gran Depresión, una coyuntura compleja que en muchos aspectos se asemeja a la actual. La diferencia es que en esa instancia el disparador fue una abrupta caída de la bolsa de Nueva York y en este caso fue una pandemia. Gracias a que en aquella época la Reserva Federal actuó procíclicamente –y que las generaciones posteriores de economistas aprendieron la lección–, el mundo desarrollado nunca más sufrió una depresión provocada por una caída en los mercados financieros. Y esto ocurrió porque las políticas de Franklin D. Roosevelt y su New Deal lograron transformar una situación de incertidumbre en una de riesgos acotados, que permitió el retorno de la confianza y el despegue de la economía. Frank Knight había articulado muy bien la distinción entre riesgo e incertidumbre algunos años antes.
Para el economista norteamericano, el riesgo se aplica a situaciones en que, si bien no conocemos el resultado de una determinada situación, sí podemos conocer los resultados posibles y sus correspondientes probabilidades. Sería el caso de alguien que juega a la quiniela, un juego en el que se conocen todos los parámetros de antemano, pasibles de ser modelables cuantitativamente. Las situaciones de incertidumbre aparecen en cambio cuando no podemos a ciencia cierta estimar ni los resultados posibles ni sus probabilidades. Es la situación que se le presentaba a un Colón o Magallanes antes de emprender sus viajes de exploración.
La pandemia y la “incertidumbre knightiana”
La situación de la economía postpandemia se encuadra más probablemente dentro de un panorama de “incertidumbre knightiana”, uno en el cual no sabemos cuál será la forma que asumirá la organización futura del trabajo. Esto explica por qué la intervención estatal en los países desarrollados no quedó limitada a la aplicación de políticas fiscales y monetarias expansivas, desempolvando del armario de herramientas la política industrial. ¿Por qué esta vez no alcanzaría con estímulos fiscales y monetarios?
Son varios los motivos. En primer lugar porque el shock provocado por la pandemia no sólo ha afectado a la demanda, sino que ha resultado también en una contracción de la oferta. Por tal motivo, la recuperación económica no pasa solo por estimular la demanda a través de un mayor gasto público y tasas de interés históricamente bajas. En la situación actual también será necesario aumentar el producto potencial de la economía, estimulando ciertos sectores y desestimulando otros, orientando a los tomadores de decisión sobre la dirección que tomará la economía del futuro. Esto ayudará no solo a dirigir los estímulos a aquellas industrias estratégicas y viables, sino también a reducir la incertidumbre que aqueja a vastas partes del sector privado y que actúa como freno a la inversión.
La Unión Europea está impulsando, de forma decisiva, a la industria del transporte eléctrico, sector en el que sus empresas –todas ellas privadas- se encontraban rezagadas. De esta manera, los apoyos fiscales vienen condicionados a una efectiva retransformación industrial. De allí surge el nombre del programa “EU Next Generation”. Esta es una transformación que al sector privado probablemente no le hubiera resultado rentable afrontar si no se hubiera producido la crisis económica provocada por la pandemia, afectando negativamente la productividad a futuro de la economía. También se puede mencionar el milagro agrícola brasileño, que en gran parte tiene su origen en los programas de sustitución del petróleo luego de la crisis petrolera de 1973. Ejemplos de desarrollo industrial promovidos por el Estado en momentos de crisis no faltan. Paradojalmente, resulta difícil encontrar ejemplos de los otros.
“La niebla de la guerra” y el rol del Estado para mitigar la incertidumbre
Es evidente que la incertidumbre actual implica grandes desafíos para el Estado. En este contexto, el Estado tiene varios roles para cumplir. En primer lugar, en un momento de gran incertidumbre –“la niebla de la guerra” de von Clausewitz– este probablemente posea mejor información y se encuentre en condiciones de reaccionar más rápidamente que millones de agentes no-coordinados.
En segundo lugar, el Estado se puede financiar en condiciones mucho mejores que el sector privado, especialmente en un momento en que el crédito privado se contrae. Ajustar el balance del Estado en detrimento del sector privado puede en este caso resultar en un sustancial aumento del costo financiero agregado, y en el límite, afectar la solvencia del sistema financiero. Finalmente, el Estado debería estar ofreciendo alguna forma de “seguro” –limitado y focalizado– a los agentes económicos como forma de reducir la incertidumbre y así fomentar la inversión. Las propuestas de impuesto a la renta negativa van en esa dirección, pero son varios los mecanismos que se podrían aplicar. Basta con recorrer rápidamente las medidas que han tomado varios países del mundo, desarrollados y subdesarrollados.
En sustancia, el rol del Estado no puede quedar limitado a ofrecer un impulso keynesiano al gasto público, haciendo jugar el multiplicador y así estimular la inversión. El Estado puede jugar también reduciendo la incertidumbre del sector privado, algo que contribuiría a mejorar la confianza de los inversores.
Aquí resulta importante comprender que la economía se comporta como un auto parado. Para vencer la fricción, resulta necesario aplicar de forma contundente una gran fuerza inicial que logre poner el vehículo en movimiento. Lleva mucho menos trabajo contar con tres personas empujando el auto un minuto para que logre arrancar, que secuenciar a los voluntarios en turnos uno atrás del otro. El auto nunca logrará vencer la fricción y no arrancará… hasta que nos demos cuenta que los tres tienen que empujar al mismo tiempo.
La Mañana entiende que el Consejo de Economía Nacional es el instrumento adecuado para lograr una buena coordinación de todos los agentes sociales y económicos. Si todos logramos impulsar la economía en la misma dirección, la incertidumbre se reducirá sustancialmente y la actividad y el empleo se recuperarán más rápidamente. Vale la pena intentar en beneficio de todos los uruguayos. De lo contrario quedaremos esperando la carroza de la próxima multinacional que decida desembarcar en las costas del Río de la Plata.
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