El título de esta columna no apunta a la trillada y perversa idea de que los latinoamericanos no podemos o no sabemos gobernarnos a nosotros mismos. Tampoco a ese lamento esnob de considerar que estamos determinados ya sea por la genética o la geografía a ser más holgazanes o simplemente menos capacitados que otros. Por el contrario, el título busca poner de relevancia un aspecto subestimado en la integración regional que es la gran riqueza cultural que está depositada y todavía no se ha explotado suficientemente. Y la ampliación cultural no es otra cosa que la ampliación mental.
La creación del Mercosur, materializado en el acercamiento entre Argentina y Brasil, significó mucho más que la concreción de un acuerdo comercial. Desde el final de la Unión Ibérica en 1680 (no por casualidad ese año se funda Colonia del Sacramento a orillas del Río de la Plata) se fue acentuando una rivalidad y desconfianza recíprocas. Aun cuando existieron varias iniciativas de cooperación e incluso de alianza, no fue sino hasta la década del ‘80 del siglo XX que se comenzaría a dar vuelta esa larga página de la historia.
Es inevitable el paralelismo con Europa, que décadas antes vio surgir una Comunidad liderada por Francia y Alemania, que dejaban atrás siglos de enfrentamiento y el dolor por dos guerras de aniquilación. Sin tener asegurada la paz, no hay desarrollo posible. Y eso lo entendieron también Bélgica, Holanda, Luxemburgo e Italia que se unieron a la iniciativa europea, así como Uruguay y Paraguay que se sumaron al bloque mercosuriano.
Hitos como los tratados de Roma de 1957 o de Asunción de 1991 fueron indudablemente un punto de llegada, pero al mismo tiempo marcaban un punto de partida y una exigencia a los países participantes de preparar a las generaciones venideras para los desafíos emergentes, de modo de aprovechar al máximo las ventajas y oportunidades ante la nueva situación. En ambos procesos la energía (carbón-hidroeléctricas), la industria y los alimentos aparecen como pilares. Así se refleja en los primeros subgrupos de trabajo del Grupo Mercado Común creados en 1991.
Una diferencia significativa está precisamente en el énfasis que dieron los europeos ya desde el inicio al aspecto cultural, desarrollando una “dimensión europea de la enseñanza especialmente a través del aprendizaje y la difusión de las lenguas de los estados miembros” o “favorecer la movilidad de estudiantes y profesores”. La principal muestra de esta política es el famoso programa Erasmus. Mientras tanto el Mercosur apenas ha logrado en los últimos años el reconocimiento de estudios primarios y secundarios.
¿Uruguay se preparó para el Mercosur?
Para Uruguay el Mercosur suponía nada menos que un profundo cambio en el horizonte temporal que implicaba considerar no solo la historia del Uruguay independiente, que todavía no llega a ser bicentenaria, sino revisar profundamente e incorporar los tres siglos del periodo virreinal o indiano, que normalmente se ha invisibilizado. La primera lección nos dice que, si no se hunden las raíces, no se puede esperar que el árbol crezca alto y erguido.
También el Mercosur planteaba para Uruguay un nuevo horizonte espacial, correr las fronteras imaginarias y empezar a disipar la niebla que absurdamente se ve plasmada en los mapas de nuestros países que solo miran hasta los propios límites políticos, como si del otro lado se tratara de terra incógnita y no de una zona económica y cultural llena de afinidades. ¿De qué otra forma pueden abordarse las asimetrías, que no sea potenciando el rol de las zonas de frontera?
Durante siglos los habitantes de esta tierra que hoy es Uruguay tuvieron un estrecho vínculo con el interior americano. En el Virreinato del Perú en 1542 –durante 234 años-, formando parte simultáneamente de la Provincia Jesuítica del Paraguay en 1604 –durante 164 años-, con el Virreinato del Río de la Plata en 1776 –durante 34 años- e incluso integrando las Provincias Unidas del Río de la Plata primero y la Provincia Cisplatina después, durante los años anteriores a la independencia.
José Gervasio Artigas, el prócer y jefe de los orientales, nació en realidad como español peruano en 1764. Pertenecía a un gran espacio regional que llegaba del Atlántico al Pacífico. Surgió en una generación marcada por un trágico acontecimiento que fue la Guerra Guaranítica y la expulsión de 1768 que llevó a la dispersión de miles de indios que años después reforzarían las filas revolucionarias. El horizonte de Artigas iba mucho más allá de la Banda Oriental e incluso del Río de la Plata. Por eso su afán de tomar distancia de la dirigencia centralista, que mostraba ostensibles signos de decadencia, pero al mismo tiempo reconstruir el espacio interior americano en lo que se llamó la Liga de los Pueblos Libres.
Con la Independencia y la primera Constitución nace Uruguay. El estado uruguayo como tal tuvo un siglo de consolidación prácticamente, que fue desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década del ‘60 del siglo XX. En ese tiempo se logró un crecimiento económico y un despliegue cultural formidables. Pero hay que decirlo con todas las letras: fue un periodo excepcional que ya no volverá. Que un país agrario tenga un nivel de vida promedio de un país industrial europeo, no se repetirá. El mundo cambió y demanda nuevos desarrollos tecnológicos, así como una producción potenciada por el conocimiento.
En ese sentido, Uruguay no pude renunciar a tener una educación de calidad y a incorporar la mayor cantidad de valor agregado a su producción. Lo primero requiere de base una sociedad con salud y trabajo. Lo segundo de políticos, empresarios y gremios que comprendan la importancia de superar una inercia rentista que todavía persiste en los tres niveles.
Las opciones están a la vista
Dos tercios del comercio mundial es intrafirma y a nadie escapa el gran poder de las empresas multinacionales. Frente a esta situación no hay muchas opciones: o el país está dispuesto a hacer cada vez mayores concesiones y competir con bajos salarios, como hacen muchos enclaves en el mundo; o se busca ampliar la capacidad de negociación en acuerdo con los países vecinos, pasando de una lógica de competencia a una de cooperación, como parece ser el camino del sudeste asiático, de los africanos y los europeos.
Dicho esto, vamos a la realidad. Los sucesivos gobiernos desde 1991 en adelante se han ingeniado para ampliar las posibilidades del país y también han tenido que lidiar con la voracidad de algunos capitales extranjeros tanto como con esa reiterada retórica vacía de los socios regionales que cada vez que podían poner un obstáculo lo hacían. Sería ingenuo creer que alguno de estos dos caminos está libre de riesgos y de dificultades.
El próximo lunes 26 de abril se reunirá vía zoom el Consejo Mercado Común del Mercosur con la participación de cancilleres y ministros de economía del bloque. Uruguay presentará una propuesta para la flexibilización comercial que permitiría realizar acuerdos de libre comercio con otros países.
Esto forma parte del Plan Estratégico de Política Exterior 2020-2025 publicado por Cancillería aunque también se menciona que sin perjuicio de ello se apunta a impulsar la agenda externa del Mercosur. También hay un punto sobre el fortalecimiento de la política de frontera y otro sobre la institucionalización de los vínculos con los países vecinos que busca “priorizar una vinculación integral y comprehensiva con Argentina y Brasil”.
Analistas consultados por la prensa local advierten que “no hay una fila de naciones esperando a negociar con Uruguay y que cualquier posible interés es siempre como parte del Mercosur”. Aun así, si una mayor flexibilización sirve para dinamizar un bloque que se ha estancado y abrir algunas oportunidades para nuestros exportadores nacionales, es justo acompañarlo.
En cualquier caso, la solución no parece que vaya a resolver definitivamente el rumbo de la inserción internacional de Uruguay ni los problemas en el Mercosur. En este aspecto es con la cultura, con las artes, la ciencia y la educación, que se podrá dar un paso adelante en la relación regional.
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