Nuestro país se benefició en la década entre 2004 y 2014 de uno de los mayores períodos de expansión económica de su historia, creciendo un promedio de 4,9% anual. Sin embargo, a partir de 2015 la economía entró en un período de estancamiento, fenómeno que quedó aún más evidenciado con la reciente revisión de las cuentas nacionales efectuada por el BCU. Esto a pesar de que durante el último gobierno del Frente Amplio se aflojaron significativamente las riendas del gasto público, lo que permite especular que en la ausencia de ese significativo estímulo fiscal la economía hubiera entrado en recesión bastante antes de que el covid-19 ingresara en las vidas de los uruguayos.
Sin dudas, esta situación no se puede comparar con las fuertes contracciones del PBI que siguieron a las crisis de 1982 y 2002. Pero es necesario destacar que estas fuertes caídas en el producto se produjeron como consecuencia de fuertes devaluaciones del tipo de cambio. En el caso de la crisis de 2002, la misma se produjo luego de aproximadamente un lustro de estancamiento económico. De modo que aún sin coronavirus deberíamos estar preocupados sobre las perspectivas económicas de nuestro país.
Si vamos más hacia atrás en la historia, la situación actual podría compararse en algunos aspectos con la reinante a fines de la década del ´50 y principios de la del ´60. El final de la Guerra de Corea a mediados de 1953 había marcado el final de un ciclo expansivo que había comenzado con la Guerra Mundial y el apetito de los aliados por nuestros productos, en especial la carne. Terminado el conflicto asiático, los países occidentales se pudieron dedicar de lleno al proceso de reconstrucción y a la recuperación del mercado interno. Con los soldados desmovilizados –y retornando a las fábricas y explotaciones agrícolas–, Estados Unidos volvió a autoabastecerse de muchos productos, cerrando su mercado interno para algunos productos y generando excedentes exportables en otros que complicaron seriamente los mercados para nuestro país.
La Ley 480 de excedentes agrícolas promulgada por el presidente norteamericano Eisenhower en 1954 solo vino a empeorar la situación a países como el nuestro que exportaban materias primas. Ese fue el desafío que debió enfrentar el presidente Luis Batlle Berres y que lo motivó a realizar su famoso viaje a Estados Unidos. El proceso de sustitución de importaciones en gran parte fue consecuencia de la realidad marcada por la escasez de divisas y la necesidad de mantener los niveles de empleo en ausencia de mercados externos. Luis Batlle reaccionó a las cartas con las que le tocó jugar y procuró defender el empleo de los uruguayos.
Lamentablemente, esto no fue entendido en la época, en un país que se había habituado durante años a generar divisas exportando productos con escaso valor agregado y con mercados que todo lo compraban. El estancamiento se hizo patente a fines de la década del ´50 y fue uno de los factores que provocó que Luis Batlle perdiera la elección. Con él se fue un Uruguay feliz, el país que se venía desarrollando económica, social y humanamente bajo el impulso y el talento de estadistas de la talla de José Batlle y Ordóñez, Pedro Manini Ríos y Domingo Arena.
La década del ´60 fue marcada por el enfoque equívoco de una reforma Cambiaria y Monetaria de 1959 que cayó en la trampa de pensar que el país se desarrollaría siguiendo recetas concebidas por burócratas extranjeros. Es así que de un día para el otro se decidió liberar la importación de bienes, eliminando importantes controles existentes.
Al año siguiente de la reforma, Uruguay ya firmaba su primera Carta de Intención con el FMI. El país no volvería a ser el mismo. Las fábricas empezarían a quedar desiertas y los obreros pasarían a formar parte del ejército de desempleados. No había plan, y en el mejor de los casos se creyó que un mercado iba a reemplazar la demanda de empleo que se había perdido de un plumazo con la reforma.
El resto de la historia es bien conocido. Hasta el día de hoy los uruguayos discutimos sobre quién fue el responsable de la interrupción institucional de la década del ´70, quién disparó la primera bala o cuál era el trasfondo ideológico de las diferentes facciones en que quedó dividido el país. Son los menos los que logran hacer la conexión entre una errada política económica y la degradación en la que fuimos cayendo de a poco.
Si tuviéramos que elegir una lección de esta historia podríamos decir que lo primordial es proteger el empleo nacional. Todo lo demás se puede ajustar. Pero sin empleo no hay tejido social, y sin tejido social a la larga es la misma democracia la que se debilita. A propósito, hace tiempo que ningún economista local hace referencia a las bondades del “modelo chileno”. ¿A dónde se fueron?
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