Los que nos deleitamos leyéndola, o escuchando las charlas en YouTube de la eminente María Elvira Roca Barea sobre historia española, tenemos presente –como ella misma dice y reitera– que la punta del hilo la marcó Juderías.
Julián María Juderías y Loyot nació en Madrid en 1877, donde murió el 19 de junio de 1918. Ese mismo día los periódicosinforman con pesar que: “Esta tarde, a las cuatro, entregó su alma a Dios el culto historiador […] una dolorosa pérdida para las letras españolas”. Se había incorporado recientemente a la Academia de Historia, hablaba más de doce idiomas. Y se destacaban dos de sus textos: Rusia contemporánea y La leyenda negra y la verdad histórica.
En este segundo trabajo, el autor se dedica a desmontar el cúmulo de falsedades en que a través de los siglos se había convertido la historia de España; propósito que Roca Barea continúa con dedicada eficacia. La postura de Juderías no es edificar una contrahistoria pintando brillantes colores sobre la oscura superficie. Pretende ser objetivo, imparcial. Esa misma actitud espiritual que exige Rodó en su Liberalismo y jacobinismo: “La historia es, o bien un camposanto piadoso, o bien un laboratorio de investigación paciente y objetiva; […] un recinto al que hay que penetrar sin ánimo de defender tesis de abogado recogiendo en él […] armas y pertrechos para las escaramuzas del presente”. Por cierto, Rodó se refiere al deber ser de las cosas, no al uso espurio que se le da habitualmente al relato. Es que hay una continua lucha política por apropiarse de la historia. Aun la que está profusamente documentada, la llamada “reciente” está notoriamente distorsionada por seudohistoriadores y otros actores que operan políticamente desde el periodismo y los ámbitos de la “cultura”.
El peor error
En su obra sobre la leyenda negra, dice Juderías con acierto: “El peor de todos los errores es querer juzgar lo pasado con el criterio del tiempo presente”. Reconozcamos que nadie empieza un trabajo diciendo que no va a ser objetivo. Y también el lector debe comenzar con un acto de fe. Esto es, asumir que el autor no pretende engañarnos y, a la vez, poseer el suficiente bagaje intelectual para interpretar el texto y extraer conclusiones.
Juderías dice que se limitará a exponer hechos. Su fin es demostrar que “no es posible” acusar a los españoles de la exclusividad de crímenes y abusos que no solo eran comunes en esos tiempos “sino que siguen cometiéndose en nuestros mismos días [1914] por nuestros mismos acusadores”. Posible es, debió decir injusto, inaceptable. Lo más grave que señala el autor es que esa historia, escrita por extranjeros, ha sido asumida por muchos españoles, al punto de creer que su mala imagen es una suerte de castigo por sus pecados. En el otro extremo están los que afirman que la defensa consiste en alabar a España y denostar lo ajeno. En el justo medio se ubica el autor.
Su interés en el tema va más allá de la reivindicación del pasado. “Esta leyenda, dice, no es cosa de lo pasado, sino algo que influye en lo presente, que perpetúa la acción de los muertos sobre los vivos y que interrumpe nuestra historia”. Pinta una España “inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos […] enemiga del progreso y de las innovaciones”. Que es la que se consumía en América, traída en los vientres de los buques hispanos en las obras de los filósofos franceses, como hace notar de Maetzu en su Defensa de la Hispanidad. Una leyenda que comenzó a propalarse en el siglo XVI con la Reforma. Y que continúa vigente.
Espagnole
Como una de esas ironías, digamos del destino, la causa de la muerte de D. Julián a sus treinta y nueve años, fue la llamada “grippe española”. Lo que, de algún modo, venía a sumar un argumento a su tesis de la leyenda negra. ¿Por qué, no solo se etiquetaba la terrible enfermedad como española, sino que tal actitud no era rechazada con firmeza? ¿Cuál era el origen de esa denominación?
La revista La Hormiga de Oro, cuatro meses después de la muerte de Juderías publica unas rimas que adjudica a Francisco Ximénez de Embún: “Cuando pienso que todos han llamado/ sin que se alce indignada una voz sola/ a la epidemia actual grippe española/… Es cosa y probada, a lo que opino/ que todo lo malo, es del vecino…/ Y aunque sea la grippe de la China,/ el modesto coplero es lo que opina/ que en vez de pensar cómo llamarla/ es hallar la manera de curarla”.
Es bastante frecuente, de todos modos, que nadie quiera hacerse cargo de una enfermedad. Lo que los españoles llamaron “mal francés”, o sea la sífilis, en Francia era “mal napolitano”, en Rusia “polaco”, en Japón “chino” y en Turquía “cristiano”. El Dr. Anatole Chauffard, de la Universidad de París, en una nota transcripta de la Revue Hebdomadaire en diciembre de 1918, afirma que los periodistas franceses acuñaron la expresión grippe espagnole, aunque antes de España ya se había señalado en Alemania y en Francia.
En cuanto al poemita de Ximénez, lo de “grippe de la China” es solo porque rima con “opina”, pero no deja de darse aquello de la repetición de la historia. Leyendo la prensa de la época vemos el desconcierto de los médicos. El joven doctor Gregorio Marañón decía cuando los primeros casos: “esta grippe es como todas, y no hay nada nuevo”. Otro connotado profesional, el doctor Grinda, estimaba como “benigna la marcha de la epidemia, pero no debe descuidarse el público; antes, al contrario, debe extremar las precauciones y la higiene, a cuyo fin no estaría mal amedrentarle un poco”.
Otros tiempos
Los médicos de hace cien años no solo carecían de los recursos actuales, sino que la pandemia se sumaba a la guerra europea. Remedios casi mágicos se ofrecían por doquier: “Se enferma de la grippe porque se quiere: Bebed Coñac Faro, Rioja Bodega Bilbaína, Champán Lumen”, supongo que porque el alcohol también desinfecta por dentro… Tome “Pfeiffol preventivo” en farmacias y droguerías; comprimidos de Rhodine de París; el Anticatarral García Suárez, “que cura radicalmente los catarros y la tuberculosis”; el Purgante Besoy, “suave, inofensivo”. Otras opciones eran el Jarabe Pulmogenol “del doctor Cuerda”, o las Pastillas Perkins “(famoso remedio americano)”. “Después que Ud. haya tenido la grippe, indiscutiblemente se le caerá el cabello. Usted puede evitar la caída, usando un solo frasco de Gro-ha”. En la vecina orilla se ofrecía Haptinógeno Neutro “medicación esencial”, Tabletas Nava de Bromhidrato de Quinina, Té Suizo, Elixir de Lágrimas de Pino…
La injustamente llamada gripe española segó entre cuarenta y cincuenta millones de vidas. Pero pasó, y su final y el de la guerra abrieron las puertas al desvarío de los 20. ¿Obligará como antecedente? ¿O el fin de la actual pandemia franqueará una palingenesia del espíritu?
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