Gonzalo Aguirre Ramírez. Juan Manuel de Rosas y la historia del Río de la Plata (1815-1852). Tomo 1 (1815-1820). Ediciones de la Plaza. Colección Testimonios. 1985.
Pocos días atrás, la Democracia uruguaya perdió un leal y valeroso guerrero. La lucha por la defensa de las instituciones también es con la más filosa de las espadas: la pluma.
Difícil agregar más palabras a los más que merecidos homenajes que ha recibido en estos días la figura señera del Dr. Gonzalo Aguirre Ramírez.
Hoy estas escasas líneas cumplen un homenaje ya no al político descollante o al constitucionalista riguroso, sino quizás al Gonzalo más íntimo y vocacional: el historiador.
Y no deja de ser una maravillosa alegría recuperar del arcón de libros agotados tiempo atrás, uno publicado en los albores de la democracia recién recuperada, que no tan casualmente está dedicado al Defensor de las Leyes, Juan Manuel de Rosas. Quizás un signo de la gran hermandad de todos los que, con aciertos, errores y dudas, seguimos soñando con una Patria Grande.
Dedicado al Profesor Juan E. Pivel Devoto, este texto fue producto de la reflexión lúcida que, en medio del fragor de las luchas políticas concomitantes a la apertura política y la compleja salida de la dictadura, implicó superar la adrenalina del momento y preguntarse sobre las raíces profundas de nuestra historia.
“En ese esfuerzo por la comprensión del pasado nacional, bien pronto nos resultaron evidentes dos grandes premisas. La historia de la república Oriental del Uruguay no es en verdad inteligible, por lo menos hasta 1865, si se la escinde de la historia de la República Argentina y si no se la integra en un todo coherente que es la historia del Río de la Plata, o sea la historia común y conjunta de las entidades políticas soberanas que se gestaron y nacieron sobre las riberas del gran estuario. Y, además, esa historia es difícilmente comprensible si no se reconoce la verdad incontrovertible de que el eje en torno al cual giró la vida política de la región –durante un cuarto de siglo por lo menos– fue la figura de Juan Manuel de Rosas, lo que impone la necesidad del conocimiento profundo de su vida y de su obra, despojado por fuerza de toda valoración a priori de su ejecutoria, de signo positivo o negativo.
Negar que la historia rioplatense fue una sola hasta pasada la mitad del siglo XIX, carece de sentido. José Rondeau es el Director Supremo de las Provincias Unidas que, derrotado en Cepeda por los caudillos federales y artiguistas, cae en febrero de 1820 junto al Congreso y la logia directorial, y es también, en diciembre de 1828, el primer titular del poder Ejecutivo de la nación cuya existencia en la antigua Banda Oriental terminan de reconocer Argentina y el Imperio de Brasil. El Gral. Enrique Martínez es Ministro de Guerra argentino en 1833, del gobierno de Juan Ramón Balcarce, y también lo es, en 1839, del gobierno uruguayo de Fructuoso Rivera. Soldados argentinos sitian por ocho años Montevideo. Junto a las fuerzas de Oribe, y soldados uruguayos luchan y vencen en Caseros a Rosas, junto a soldados argentinos y brasileños. Y los ejemplos podrían multiplicarse ad infinitum”.
Gonzalo Aguirre advierte sistemáticamente de escapar de la caricatura fácil, tanto en la diatriba como en el ensalzamiento. Y marca dos antecedentes valiosos en la historiografía nacional: “la serena y objetiva exposición de la Guerra Grande que hace Pivel Devoto en su Historia de la República Oriental del Uruguay o el excelente aporte interpretativo de Vivián Trías en su Juan Manuel de Rosas.”
Y Don Gonzalo se permite, con esa ironía inmortal que lo definía, recuperar un peculiar elogio a la figura de Rosas por parte del propio Sarmiento: “Rosas era un republicano que ponía en juego todos los artificios del sistema popular representativo. Era la expresión de la voluntad del pueblo, y en verdad que las actas de elección así lo muestran. No todo era terror, no todo era superchería. Grandes y poderosos ejércitos lo sirvieron años y años impagos. Grandes y notables capitalistas lo apoyaron y lo sostuvieron… Entusiasmo, verdadero entusiasmo, era el de millares de hombres que lo proclamaban el Grande Americano”.
Todo dicho.
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