A veces da la impresión de que la ideología de género avanza imparable sobre nuestra cultura y que muy pocos le plantan cara. No obstante, han sufrido varias derrotas; por ejemplo, en su afán por imponer el lenguaje inclusivo.
Según Wikipedia, lo que se busca con este lenguaje es “evitar el sesgo hacia cualquier sexo o género social”. Por eso “se emplea en diversas disciplinas que investigan los efectos del sexismo y del androcentrismo en el lenguaje”. Expresado así, hasta parece algo serio y con fundamento científico.
La ONU está tan comprometida con su difusión que en su web tiene colgadas unas “orientaciones para el empleo de un lenguaje inclusivo en cuanto al género en español”. Allí brindan una serie de “estrategias útiles” de cómo evitar expresiones que perpetúan estereotipos de género o emplear pares de femenino y masculino (desdoblamiento).
A pesar de las presiones, Francia recientemente prohibió el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas por considerarlo “un obstáculo para la comprensión de los textos y para la expresión oral, así que desde ahora los materiales didácticos tendrán que escribirse en francés”.
Por su parte la Real Academia Española (RAE) le ha venido diciendo “no” al lenguaje inclusivo, con variados argumentos.
Desde un principio, la RAE aclaró que “para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo. Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género)”. La RAE reconoce el uso que el feminismo hace del término género para referirse a una categoría sociocultural, pero limita a ese ámbito específico el uso del término y afirma que “es inadmisible el empleo de la palabra género sin este sentido técnico preciso, como mero sinónimo de sexo”.
La RAE rechaza además, el uso de la letra x (todxs) como morfema, “porque no puede leerse”; el uso de la letra e (todes), porque “no forma parte de nuestro sistema morfológico para abarcar los dos géneros”; y el uso de la arroba (tod@s), “porque no es un signo lingüístico”. También aclara que los desdoblamientos son “innecesarios y poco recomendables ya que en español, por economía lingüística, el masculino es el género no marcado de la oposición”. Por tanto, el masculino, es “el género inclusivo”.
Consultada sobre la posibilidad de usar el lenguaje inclusivo en la Constitución Española, la RAE reiteró su negativa.
Algunos escritores famosos, de la talla de Arturo Pérez Reverte y Mario Vargas Llosa, también se han manifestado contra del uso del lenguaje inclusivo, con argumentos menos sofisticados: simplemente, lo consideran ridículo.
En un acto en Buenos Aires, Pérez Reverte reflexionó: “¿Decir ‘todes les niñes’? No me da la gana. (…) Me niego a que me digan cómo tengo que escribir para no ser machista. El mundo ha cambiado, la mujer tiene roles que antes no desempeñaba, y es evidente que la lengua debe adaptarse a ello, lo que pasa es que hay límites y el límite es la estupidez”.
Por su parte, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, señaló que si bien está de acuerdo con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, “no podemos forzar el lenguaje desnaturalizándolo completamente por razones ideológicas. Los lenguajes no funcionan así. (…) El llamado lenguaje inclusivo es una especie de aberración dentro del lenguaje, que no va a resolver el problema de la discriminación de la mujer, que sí hay que combatir, pero de una manera que sea efectiva”. Y sentencia: “en el campo de la lengua, hay excesos que son risibles”.
Ciertamente, los defensores del lenguaje inclusivo no parecen haberse percatado de que “el feminismo”, es masculino. ¿Acaso deberían hablar de “la feminisma”? Tampoco se han preocupado jamás de que a los hombres que ejercen ciertas profesiones –para ser inclusivos– se les apliquen masculinos artificiales como periodisto, dentisto, artisto, oficinisto o maquinisto.
Las absurdas situaciones que genera el uso del lenguaje inclusivo conducen a respuestas como la que terminó dando la RAE a una consulta sobre el posible uso de la palabra “marrona” –como femenino de marrón–, para no discriminar…: “Hay adjetivos”, respondió la RAE, “de dos terminaciones, como «rojo, -ja», «amarillo, -lla» o «listo, -ta», y otros de una sola terminación, válida para el masculino y para el femenino, como «marrón», «azul» o «imbécil».”
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