Nació en una familia política y desde niño estuvo vinculado al movimiento social. Quería ser periodista y profesor de Historia, pero en el camino descubrió su verdadera vocación por la pedagogía y su carrera dio un giro. Se incorporó de muy joven al Partido Comunista, aunque se terminó alejando porque ya no se sentía cómodo “en un espacio donde se apoyaban tiranías”, según explicó a La Mañana. En el gobierno anterior fue director de Educación, hasta que dejó el cargo por discrepancias con las autoridades de entonces. Hoy está abocado a su actividad profesional y admite que por el momento no piensa volver a la arena política.
¿Cómo recuerda su infancia? ¿Cómo era ese hogar en el que nació?
Fue una infancia típica de los años 70, en cierta forma, marcada por la dictadura. Mi padre fue militante del MRO (Movimiento Revolucionario Oriental) y fue fundador del Frente Amplio (FA). Mi madre también fue militante del MRO en su momento, después se pasó al Partido Comunista, y vivimos las tensiones lógicas de un contexto muy complicado.
El MRO tenía una facción armada, pero mi padre era un hombre esencialmente pacifista, nunca creyó en ese camino y se alejó del movimiento. Fue destituido de su trabajo, vivió exiliado en España en la década del 80. Por suerte, mi madre tenía capacidad de mantenernos a los tres –a mis dos hermanos y a mí-.
Mi niñez fue en el Cerrito de la Victoria, llena de barrio, de solidaridad, de abuelas que cocinaban, de ir a la escuela en ómnibus, de jugar hasta las 11 de la noche en la calle. Mi familia siempre se preocupó mucho por la educación y la formación, entonces hacíamos actividad física en el Olimpia e íbamos al Anglo.
¿Cómo transitó la lejanía de su padre?
Fue muy complejo, aunque nos comunicábamos los días de cumpleaños por teléfono, y tengo un registro histórico de esa época en base a las cartas que cada 15 días llegaban a mi casa: nos contaba del Mundial del 82, de sus trabajos. Cuando vino la democracia, el viejo volvió.
¿Cuándo descubrió su interés por la enseñanza?
Fue por casualidad. Yo siempre estuve vinculado al movimiento social, desde que era scout en la infancia, y después, en la vida política, integré la juventud comunista siendo adolescente. En el liceo yo sabía que quería ser periodista y profesor de Historia, entonces estudié periodismo en la UTU apenas cumplí 18 y fui al IPA en el 91 y el 92.
Estando allí me di cuenta de que me gustaban mucho más las Ciencias de la Educación, me anoté en Humanidades también, y le daba mucha más importancia a eso, a la pedagogía, a la enseñanza, que a la historia como disciplina. En esa época, Magisterio estaba en el mismo edificio que el IPA, y en el 93 me anoté para probar. Había tenido una profesora de Pedagogía (Cristina Haro, la madre de la diputada Cristina Lustemberg) que nos había llevado a recorrer escuelas, y me sentía mucho más cómodo allí.
En el profesorado de Historia me iba bien, no tenía dificultades de ningún tipo, pero Magisterio me gustó muchísimo más. Descubrí que lo que más me atraía era lo pedagógico. La Licenciatura en Educación me llevó muchísimos años, iba haciendo una o dos materias por año, porque siempre trabajé doble turno (como maestro) y constituí mi primera familia, pero fue un largo proceso que me abrió mucho la cabeza.
Hoy es docente de Pedagogía en la Universidad Católica y en Magisterio. ¿Cuál es la importancia de la pedagogía para la enseñanza?
La pedagogía es una disciplina que se nutre de la historia, de la filosofía, de la ética, de la pluralidad de las Ciencias de la Educación, pero, sobre todo, se centra en el análisis de los sentidos del por qué y el para qué de los procesos educativos. Uruguay tiene una larga tradición pedagógica que trasciende a Varela y que llega a toda la producción pedagógica del siglo XX.
Es una oportunidad que tengo fantástica para conocer a las nuevas generaciones, a los jóvenes. Yo ya tengo 49 años, entonces, la diferencia generacional con las muchachas de 20 años es muy importante; realmente tenemos chips diferentes en la propia concepción de la carrera. Me mantiene actualizado, interpelado, y es una forma de analizar, a través de los problemas educativos del presente –la exclusión, la repetición, la inclusión-, cómo se deben llevar adelante los formatos escolares presenciales y no presenciales.
Muchas veces sucede que hay profesores que terminan dando clases sin tener formación pedagógica. ¿Eso debería cambiar?
La pedagogía hoy es un campo que se encuentra en permanente diálogo con otros campos, con la didáctica, con la actividad curricular, con los diseños de aprendizaje, y está presente en los espacios de formación. Los docentes tienen que tener un pensamiento pedagógico para ver más allá, para entender por qué hay que enseñar o trabajar con el estudiante, desde dónde, los desafíos que tenemos, qué tipo de infancia estamos abordando, qué lugar les damos a los niños y a los jóvenes en los procesos de aprendizaje, cómo los escuchamos, cómo los acompañamos.
En mi caso trabajo con referentes como José Pedro Varela, Pedro Figari, Reina Reyes, Philippe Meirieu, Carlos Skliar, Jorge Larrosa. Son formas de acompañar esa reflexión que la debo hacer como director de una institución educativa, pero también como formador de maestros. Es decir, un docente que no tenga esa sensibilidad pedagógica es una persona que no se puede diferenciar mucho de un adiestrador.
Justamente, hoy es director de Inicial y Primaria en el Colegio Nacional José Pedro Varela. ¿Cómo es estar al frente de un colegio? ¿Qué desafíos conlleva?
Es un trabajo muy intenso. Hoy los directores de las instituciones educativas tenemos el desafío de acompañar… no el viejo modelo de director como persona que manda, sino ser una pieza clave, lúcida y paciente en la articulación de los objetivos de esa institución, poder dialogar con las familias, tener un vínculo cercano y afectuoso con los niños.
Como director, para mí es fundamental estar en la puerta de la institución cuando entran y salen los niños, escuchar a los padres, trabajar con los maestros y construir acuerdos, desarrollar liderazgos compartidos, promover el trabajo conjunto entre los docentes y la responsabilidad de cada uno con evaluaciones que permitan marcar los aprendizajes. El eje de un director es, sin duda, la optimización de los aprendizajes de los niños.
Decía que el activismo social siempre estuvo presente en su vida. ¿Cómo llegó a la política?
Nací en la política, somos una familia muy política. Quizás ahora, con las nuevas generaciones, haya otra visión, capaz que hasta más sana, pero yo llegué a la política desde la izquierda más dura, más revolucionaria. Me incorporé muy joven al Partido Comunista, fui un militante muy activo.
Tuve suerte de estar en un hogar donde se discutía mucho de política, pero con gran fraternidad y amplitud, y estaba muy vacunado contra los dogmatismos. Siempre admiré mucho a mi padre, que era un hombre muy lector, muy inteligente. Mi madre era una mujer con muchísima formación cultural, mi casa tenía 1500 tomos de libros.
Yo llegué a la política influenciado por aquel Partido Comunista, que no tiene nada que ver con este.
¿En qué sentido?
Había espacios de formación política donde los muchachos de 14-15 años íbamos a escuchar a los referentes como Rodney Arismendi, Horacio Buscaglia, que nos daban reales lecciones de política a nivel nacional e internacional. Yo le agradezco a aquel Partido Comunista esa formación intensa, el hacernos leer mucho, educarnos, y fue parte de lo mejor de mi juventud. Después, cuando cayó el Muro de Berlín y empezamos a ver que aquello ya no era lo que pensábamos, me alejé un poco del partido.
¿Cuándo volvió a la arena política?
En el 2005, cuando triunfó el FA, me acerqué de nuevo para dar una mano. Duré un año afiliado al Partido Comunista, pero volví a irme porque yo había cambiado, había virado hacia corrientes más republicanas, más socialdemócratas, con una concepción de la valorización de la democracia, de la pluralidad, de la división de poderes del Estado.
Yo ya no podía sentirme cómodo en un espacio donde se apoyaban tiranías como la de Cuba y la de Venezuela; entendí que eran tan malos los campos de concentración nazis como los gulags soviéticos. Todo eso fue parte del proceso de lectura que tuve a partir de que me formé como maestro, de mis estudios universitarios.
Tuvo un pasaje por la actividad política en 2015 como director nacional de Educación, donde le encomendaron cumplir con aquella promesa del expresidente Tabaré Vázquez de cambiar el ADN de la educación, junto al entonces subsecretario, Fernando Filgueira.
Yo acompañé a Fernando, que fue el impulsor. Yo era militante de Asamblea Uruguay, integré la Comisión de Educación del FA que elaboró el programa, trabajamos muy activamente desde el 2011 hasta el 2015 en el Frente Líber Seregni y lo incorporamos al programa de educación. Allí se plantearon temas que después se retomaron en Eduy21: el marco curricular común entre educación inicial, primaria y secundaria, los campos educativos, entre otros.
Se terminó yendo del cargo tras haber dicho en un plenario que no estaban dadas las condiciones políticas para hacer ese cambio de ADN que el FA había prometido. ¿Con qué sensación se fue?
Me fui con la sensación de que, en los gobiernos del FA, y lo mismo le puede pasar a este gobierno, si no se asume que la transformación estructural debe tomar elementos tales como el diseño curricular, la asignación de recursos en forma más importante, la formación universitaria de los docentes, si no se toman acciones estructurales en el cambio educativo hoy, lo que te come ese el gran monstruo que es la ANEP.
No importa quién gobierne, el FA trató de llegar a un punto medio, pero no obtuvo los resultados. Había una ANEP muy empoderada o sus cuadros directivos, atrás de la supuesta autonomía, hacían lo que querían, y ahí hubo un cortocircuito entre los que teníamos distintas visiones.
La metáfora del cambio de ADN no fue feliz porque los cambios educativos son a largo plazo y con la participación de los actores; es difícil un cambio de raíz genética, suena a un experimento extraño.
¿Qué debe hacer el gobierno actual entonces?
El gobierno actual debe hacer una adecuación del sistema, así como reformas estructurales en la salud, en la seguridad social –como se está hablando-. Uruguay se debe esa mirada porque los desafíos del siglo XXI indican que el país tiene las puertas abiertas para que supuestamente todos terminen los estudios universitarios, pero es terriblemente inefectivo para asegurar los aprendizajes más allá del contexto donde habitan los uruguayos.
Tenemos una contradicción: una fantástica oferta universitaria abierta para todos los jóvenes, pero ya se pone el primer filtro, que es que solamente va a ingresar el 40% porque el 60% no egresa de secundaria. A eso se le suma que Uruguay está por debajo de Chile, Argentina y Brasil en la finalización de carreras universitarias. Entonces, es abierto, pero donde fallamos es en la distribución de aprendizajes.
¿Hoy está alejado del FA?
Yo soy un bicho político, voté en las elecciones y quise tomarme un tiempo. Quizás, próximamente, con otros compañeros, pensemos en espacios políticos para trabajar, pero hoy estoy más centrado en mi actividad profesional, que me encanta. No tengo particular interés por meterme en la arena política partidaria, al menos en este momento.
El gobierno se había planteado varias metas en educación en una línea reformista, pero la llegada del covid-19 aplazó algunos planes. ¿Cómo ha visto la gestión en la materia hasta el momento?
Está todo muy atravesado por el covid-19. Yo vi con alegría, no los montos presupuestales –me parecieron escasos-, pero sí las propuestas del cambio educativo estructural que están esbozadas en el presupuesto. Espero que no se los coma la gestión y que no se los coma la pandemia.
Desde nuestro espacio en Eduy21 vamos a seguir tironeando por la transformación estructural del sistema educativo con la participación de los docentes. Tiene que haber una educación básica común de cuatro a 14 años, un bachillerato común mucho más horizontal, es decir, que los jóvenes puedan tener materias comunes y optativas de acuerdo al perfil profesional que van a llevar adelante. También tiene que haber mejoras en el aprendizaje y una incorporación definitiva del “modelo Ceibal” a las estructuras del sistema.
Desde hace décadas se viene hablando de una actualización curricular. ¿Ve posibilidades reales de que se lleve a cabo en este período?
Yo veo necesidades reales, que ojalá se conviertan en posibilidades. Hay algunas cosas que son interesantes, por ejemplo, toda la línea desarrollada por el Plan Ceibal con la Red Global de Aprendizajes.
Lo que caracteriza a una buena escuela es que se aprendan contenidos, conceptos, competencias. Yo creo que las condiciones están y se deberían seguir tejiendo acuerdos sociales con los actores. Robert Silva tiene una espalda política y una experiencia muy importante para lograr articular con los sindicatos, con las ATD (Asamblea Técnico Docente) y con los actores que le podemos dar una mano desde fuera del sistema.
¿Cuáles son los riesgos que se corren con la no presencialidad a nivel educativo, sobre todo, para los más chicos?
La Unicef habla de una tragedia educativa. El Banco Mundial, el BID y la Unesco dicen que América Latina va a ser el continente donde se va a dar mayor separación, fruto de las desigualdades estructurales, entre quienes puedan acompañar los procesos de aprendizaje y quienes no puedan.
Estamos frente a un problema, pero no tenemos duda de que Uruguay es el país de América Latina que tiene mejores posibilidades de salir adelante. Tiene el Plan Ceibal, un nivel de conectividad muy importante, aunque consideramos necesario el aumento de la inversión pública en educación.
¿Cree correcta la decisión de volver a las aulas paulatinamente?
Sí. Como educador creo esencial la presencialidad en todos los sectores, pero ahí les doy la derecha a los especialistas en temas sanitarios. Sin salud es imposible que se pueda sostener el crecimiento educativo.
¿Se necesita un acuerdo multipartidario en educación? ¿Es viable pensar en eso?
Sí, se necesita y es viable. Aparte, se debe escuchar a los actores sociales fundamentales en este proceso, que son los docentes y las familias. Cuando se fue por la vía de la confrontación, se perdió: se llegó al decreto de esencialidad en el 2015, pero ese no es el camino. Tengo una enorme confianza en el sistema político uruguayo y en que se podrá generar un acuerdo multipartidario que pueda ver el tema más allá de un período electoral.
El rol de Eduy21
Mir fue uno de los fundadores de Eduy21, un colectivo independiente creado en 2017 por expertos en educación de diversas orientaciones políticas, con el propósito de generar una base técnica de transformación educativa. Hoy es el director de la organización, que para este año se propuso seguir avanzando en la discusión programática.
Sus integrantes están organizando un encuentro de diferentes actores sobre la reforma curricular, en el cual esperan contar con la participación de las autoridades, especialistas, los sindicatos, a fin de establecer espacios de debate técnicos y políticos.
“El sentido de Eduy21 es seguir siendo un ámbito de promoción de la transformación”, aseguró el docente. En esa línea, tienen un observatorio internacional para analizar lo que pasa en el mundo en materia educativa y tomar ejemplos de los casos exitosos.
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