La educación sexual integral (ESI) es una indeseada imposición de la agenda internacional para que se comience a educar desde muy temprana edad con el supuesto fin de dotar a niños y jóvenes de conocimientos basados en datos empíricos para vivir su sexualidad, se dice, con “dignidad y respeto, fomentar la tolerancia a la igualdad de género y a la inclusión, para la futura prevención de abusos”, entre otros cometidos.
Respetaría esta legislación si realmente se avocara con sentido educativo y moral a prevenir embarazos no buscados y enfermedades de transmisión sexual con información a una edad en la que el joven pueda comprender de lo que se le está hablando; si se tratara, además, todo el capítulo de los vínculos problemáticos y de los vínculos violentos, que lamentablemente son frecuentes en esta época y en todos los ambientes sin distinción de clase o edad o ideología.
Encerrar la sexualidad en lo meramente genital es una peligrosa y tal vez malintencionada simplificación que excluye toda la vida afectiva y relacional del ser humano. Dicho esto, me cuesta entender cómo creen que servirá una clase de ESI en la que se tratan cuentos con mensajes de homosexualidad, juegos en los que los niños deben “experimentar” ciertas sensaciones entre ellos para descubrir qué es lo que les gusta, o bien, inducir insidiosamente a que los niños jueguen a juegos de niñas y viceversa. Por cierto que es algo muy positivo estimular a los niños a que se integren, que hablen con el sexo opuesto, que participen al otro sin importar su sexo en el juego.
Estas dinámicas ya se daban antes de la ESI, es decir, siempre hubo y hay algún niño que quiere jugar con las niñas, por ejemplo, a las muñecas, y también hubo y hay niñas que quieren jugar con los varones a los autos o al fútbol. Esto es algo que ya se daba y se sigue dando con toda naturalidad, porque así es la naturaleza de las personas, de los niños. No termino de entender qué es lo que se espera mediante la insistencia y el mandato de llevar a los inocentes a jugar juegos típicos del sexo opuesto. La naturaleza trae diferencias también cerebrales, y los intereses naturales que va a tener cada niño vienen en parte muy pautadas por su sexo de nacimiento.
Lo que sí veo como peligroso es que sea la escuela, con prescindencia de la familia y de los valores de la familia, quien establezca los contenidos y las formas de las inclinaciones sexuales de los niños desconociendo que las identificaciones de género aparecen o, mejor dicho, se afirman en la pubertad; pero además entiéndase que un niño a tan temprana edad, como quiere la errática ley vigente, por sí mismo no tiene la capacidad cognitiva de decidir quién quiere ser y mucho menos ¡con quién querrá mantener relaciones íntimas en el futuro!
¿Por qué la escuela o institución quiere ser parte de esta orientación sexual? Lo otro que también me pregunto es, ¿cuántos embarazos indeseados, violaciones o enfermedades de transmisión sexual se previenen tratando las diversidades de género? Si es verdad que la ESI se propone, como proclama, proteger a los niños de abusos y otras situaciones indeseadas, cuál es el dispositivo que utilizan y cómo se vinculan las diversidades de género con esto.
Supongamos que una niña escucha un cuento de la ESI donde una mujer quiere ser un varón y les pide después a sus padres una hormonización. Por mucho que los padres no entiendan por qué le sucede eso a su hija, terminan concediéndole la hormonización. ¿Qué va a suceder cuando esa niña ya avanzada en su pubertad sienta que su cuerpo igual es el de una mujer? ¿Que su cerebro igual procesa como una mujer? Ya no habría vuelta atrás, porque si bien pueden dejar la hormonización, el cuerpo sufre cierta violencia. Ni se hable de si se procede a una cirugía…
La ESI tal como está planteada no es buena; se ocupa de lo que al colegio no le incumbe, usurpa el lugar de la familia en ese plano de la educación y pasa por alto etapas posteriores en algunos temas muy importantes para el desarrollo del joven. Como se dijo en varios grupos de resistencia a las políticas hegemónicas del progresismo: con los niños no te metas.
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