En los últimos años, nuestro país asiste con preocupación a una sucesiva práctica distorsiva de nuestro orden jurídico constitucional que rige de forma precisa y contundente la convivencia entre todos los uruguayos, obedeciendo servilmente las consignas que dimanan de organismos internacionales. Esto ha motivado la protesta de grandes juristas, como el enjundioso estudio realizado por el jurisconsulto compatriota y recientemente desaparecido Dr. Gonzalo Aguirre Ramírez.
Uno de los primeros organismos trasnacionales en ser acatado sumisamente por supuestos eruditos en Derecho constitucional, a la que se le suman algunos miembros decisivos del Poder Judicial, ha sido la OEA (Organización de Estados Americanos), creada hace 73 años.
Veamos los hitos históricos que dieron lugar a la creación de una institución que resulta clave para descifrar la inexplicable fascinación que ejerce este organismo multinacional, aún entre figuras que deberían ser los principales custodios de nuestra normativa constitucional, a la que todos estamos obligados a preservar de forma intangible, para evitar este paulatino deterioro institucional al que nos están empujando desde afuera.
Nada mejor que recorrer los antecedentes que dieron lugar a la fundación de la OEA el 30 de abril de 1948, cuando se reunieron 21 naciones de América, de polo a polo, en Bogotá (Colombia), para adoptar la Carta de la Organización de los Estados Americanos, documento con el cual confirmaron su respaldo a las metas comunes. Conviene arrojar luz sobre los entretelones que dieron lugar a la creación de este importante organismo.
La Primera Conferencia Panamericana (1889-1890). El congreso de EE. UU., por medio de una ley del 24 de mayo de 1888, aprobó la citación a una conferencia que considerara regulaciones en materia económica; formación de una unión aduanera para establecer mejores comunicaciones entre los puertos; adopción del patrón plata; uniformidad en sistemas de pesos y medidas; derechos de patentes, autor y marcas; medidas sanitarias y de cuarentena para los barcos.
La Conferencia se celebró en Washington D.C. entre el 2 de octubre de 1889 y 19 de abril de 1890 y a ella asistieron todos los gobiernos del hemisferio, salvo la República Dominicana. Se estableció la Oficina Internacional de Repúblicas Americanas. Y así se fueron convocando las sucesivas cumbres hasta llegar a la novena de Bogotá, que actuó como la crisálida que se metamorfosea en la Organización de Estados Americanos.
La II Conferencia Panamericana de 1901-1902 se celebró en México, aprobándose la creación de la OPS. La III Conferencia Panamericana se celebró en Río de Janeiro, en 1906 y la IV Conferencia tuvo lugar en Buenos Aires en 1910, ocasión en la cual la Oficina Internacional de Repúblicas Americanas pasa a llamarse Unión Panamericana.
En la V Conferencia de 1923 de Santiago de Chile se aprobó la Convención de Gondra. A su vez, en la VI Conferencia que se desarrolló en La Habana de 1928, asiste por primera vez un presidente de EE. UU.: Calvin Coolidge, aprobándose además el Código de Derecho Internacional Privado.
Pero es la VII Conferencia que tiene lugar en Montevideo en 1933, que en un giro radical al resistido “monroismo” (y su ominoso “big stick” o gran garrote), se proclama la nueva política llamada de buena vecindad. De esta manera, se firma el tratado de la Convención de Montevideo y los países por unanimidad aprueban los que serían principios medulares de la doctrina de la no intervención y la autodeterminación. Como símbolo, se crea la Bandera de la Hispanidad.
Tres años después, en 1936, se celebra en Buenos Aires la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, reunión a la que asiste el propio presidente de EE. UU., Franklin D. Roosevelt, y de la cual se retira con la sensación de no haber logrado lo esencial de su propuesta.
Luego siguen la VIII Conferencia Panamericana de 1938 en Lima y Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz de marzo de 1945 en Chapultepec (México). Pero es recién en 1947, en la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente realizada en Río de Janeiro, que se establecen las bases del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río.
La IX Conferencia Panamericana de 1948 de Bogotá se convierte en la conferencia más importante ya que establece la creación de la OEA a través de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, en sustitución de la Unión Panamericana. Además, se aprueban el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Conviene recordar también que durante el transcurso de esta conferencia se produjo la sangrienta revuelta popular conocida como el “Bogotazo”, provocado por el magnicidio del líder del Partido Liberal Colombiano, Jorge Eliécer Gaitán. Ante la situación, la conferencia tuvo que ser trasladada más al norte de Bogotá y se terminó desarrollando en el Gimnasio Moderno.
Y ya a modo de despedida del periplo de estos periódicos encuentros inaugurados en Washington en 1890, se reunió la postrer Conferencia Panamericana de 1954 en Caracas donde se aprobaron resoluciones sobre propaganda y actividades subversivas, la abolición de la segregación racial y el fin del colonialismo en el hemisferio. El Pacto de Caracas establecía el peligro del “comunismo internacional”, allanando el camino de la invasión de Guatemala orquestada por John Foster Dulles, entonces secretario de Estado. Esta es la última conferencia interamericana; la de Quito, programada para 1961, fue aplazada y desde entonces se realizan reuniones de ministros de Asuntos Exteriores o conferencias especiales bajo la tutela de la OEA.
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