Europa siempre ha sido un importante faro político y cultural de nuestra república, uno que ha servido de inspiración no solo en el diseño institucional del país, sino también en la formación de sus liderazgos políticos. Es así que la comparación con gobernantes europeos de uno u otro signo siempre ha tenido como efecto imprimir en la mente de la ciudadanía marcos de referencia sobre los cuales proyectar o ubicar mejor a sus referentes locales.
En muchos casos son los propios líderes locales que cultivan la asociación, procurando afiliarse a conocidas figuras de la política europea. Otras veces se recurre a este instrumento para asociar un liderazgo emergente con alguna de las tantas tiranías que ha debido padecer Europa en el siglo pasado, en un intento de desprestigiar al receptor de tal “halago”. Esta práctica no solo resulta de mal gusto para aquellos cuyas familias fueron víctimas de atrocidades, sino que lejos de fortalecer la democracia, la pervierte. Si existe una práctica populista deleznable es la de agitar fantasmas inexistentes, provocando incertidumbre en la sociedad con intentos arteros de manipular el pensamiento de sus ciudadanos.
El estado actual de la sociedad uruguaya nos obliga a unir esfuerzos en la búsqueda de soluciones a los problemas que afectan a la población. El camino no va a ser fácil, porque existen amenazas mucho más reales y concretas que deberemos enfrentar si es que vamos a recuperar nuestro Uruguay. La primera es el combate frontal al narcotráfico. Los ciudadanos observan con desconcierto cómo estas organizaciones criminales no solo han tomado el control de barrios enteros en Montevideo y el interior, sino que también entran y salen de las cárceles sin controles y usan nuestros puertos y aeropuertos como si fueran el almacén de un supermercado de barrio.
Resulta claro que el enemigo va a combatir y se va a resistir. A la manera de los viejos bucaneros, estas redes de narcotráfico han logrado controlar un territorio ribereño muy atractivo para sus intereses y no lo abandonarán voluntariamente o convencidos por sociólogos devenidos expertos en seguridad. Estas redes ya perciben que una coalición de gobierno en la que participe el Gral. Guido Manini Ríos va a ser implacable en perseguirlas. No debería sorprendernos que estas organizaciones intenten por diversos medios dividir al sistema político. Ya hemos visto sus formas de actuar en otros países de nuestro continente donde han acumulado un repertorio de víctimas y degradación social que hasta el día de hoy afecta a países enteros en América Latina.
Sin embargo, La Mañana ve el futuro con optimismo. Nuestra publicación desea contribuir a unir voluntades detrás de un proyecto nacional que nos permita construir un futuro posible y realista. Preferimos en esta etapa compleja de nuestra nación inspirarnos en la Francia Libre y el liderazgo del Gral. Charles de Gaulle.
De Gaulle era General de Brigada cuando se fue al exilio. A pesar de su profunda amistad y respeto por el Mariscal Petain, el héroe de Verdún, decidió abandonar su querida Francia para organizar la resistencia contra la tiranía germánica.
Desde el exilio, solo y sin ejército, De Gaulle logró mantener viva la llama de la Francia Libre. Movilizando primero a sus colonias, y con el apoyo de los Aliados organizó más tarde la resistencia que terminó por derrotar al enemigo. Ya con la responsabilidad del poder político en sus manos y con férrea voluntad, De Gaulle defendió los intereses de Francia con tenacidad, logrando posicionar a su país en el concierto político y económico mundial. De Gaulle era militar, pero también era un gran republicano y mejor francés.
Habiendo fracasado el mecanismo de asociar liderazgos y etiquetar candidatos como de “derecha”, se intenta ahora asociar la defensa de los intereses de la nación con un “nacionalismo” que puede poner en peligro la democracia. Es así que los agoreros de turno comienzan a advertir sobre un nuevo “riesgo”, en un intento de condicionar a partidos de la oposición a tomar uno u otro rumbo. Como si los partidos que combatieron con heroísmo por la defensa de principios fundamentales fueran a correr en bandada asustados como aves de corral.
El concepto de Estado-Nación se encuentra en la base del ordenamiento político moderno. La Paz de Westphalia de 1648, que dio por terminada la Guerra de los Teinta Años, inauguró un sistema de estados soberanos independientes que se reconocen y relacionan mutuamente. Esto permitió separar la esfera internacional de la nacional, introduciendo el principio de no intervención en los asuntos de estados extranjeros. El concepto de un Estado enmarcado por una Nación permitió generar instituciones legítimas que permitieran gobernar el destino de los hombres independizándolos del poder de los imperios. Estas instituciones tenían como objetivos preservar el territorio nacional y proteger el estado y sus habitantes. Para generar cohesión en la población y adhesión al conjunto de valores que subyacen al concepto de Nación, estos estados promovieron la formación de culturas e identidades nacionales propias. Sin identidad y valores propios no hay Nación, y sin ello no hay Estado ni soberanía.
Son justamente estos principios que surgieron en Westphalia los que dieron estabilidad al comercio internacional y permitieron la formación de verdaderos mercados, donde los estados compiten pacíficamente comprando y vendiendo su producción.
El sistema político debe ser cuidadoso de intranquilizar a la ciudadanía con miedos y temores infundados. No es momento para fábulas, y menos para desprestigiar liderazgos que ofrecen soluciones a los verdaderos problemas que nos aquejan. Llegó la hora que la ciudadanía sea informada adecuadamente de los verdaderos riesgos que estamos sufriendo todos los uruguayos. Confiemos en la sabiduría de la ciudadanía que soberanamente se expedirá en las urnas.
La población está preocupada por el empleo, por la seguridad de sus familias y por la educación de sus hijos. No creemos que sea sano para la democracia que la sigan distrayendo con argumentos rebuscados, mientras sus problemas se continúan agravando. Los memoriosos tenemos presente que los mismos que están revolviendo miedos fueron gobierno cuando en forma permisiva toleraron que un banco –dos veces- se fuera con los ahorros de los uruguayos. Esa sí que es una institución a proteger si vuelven al gobierno.
En fin, el Uruguay de hoy requiere cohesión y seriedad de todos sus actores políticos. Esta es una condición necesaria pero no suficiente. Requiere también de firmeza en la conducción y una voluntad de acero para enfrentar a un enemigo temible si es que efectivamente deseamos recuperar nuestro pequeño país modelo.