Lejos de la estridencia de los grandes medios de comunicación, pero sin duda destinada a ocupar un lugar en la literatura que perdura, la escritora española Elena Santiago sigue enriqueciendo su vasta producción que abarca desde poesía hasta cuento, novela, y literatura infantil.
En “Los delirios de Andrea”, novela presentada recientemente en Madrid, no dejan de aparecer ciertas constantes en su obra, como la presencia recurrente de la muerte, el amor, el misterio, y los mundos espirituales que se hacen casi tangibles. En sus narraciones abundan hechos inexplicables, signos, indicios, que se sitúan en la constante y difusa frontera entre lo imaginado y lo real. La naturaleza es otra constante, como en sus anteriores novelas “Asomada al invierno” (2001) y “Nunca el olvido” (2015), de la que recordamos los reiterados, casi obsesivos, paseos de los protagonistas por el bosque. Nadie puede dudar de que la autora, nacida en el año 1941 en Veguellina de Órbigo, pueblo de la provincia de León, es una profunda conocedora de la naturaleza, sobre la que tiene una mirada poética, y que el mundo rural no le es ajeno.
No podíamos menos que esperar excelencia, de una autora que ha tenido más de veinte importantísimos galardones, algunos de ellos, como el Rosa Chacel, el de la Diputación de Valladolid, y el Premio Castilla y León de las Letras, que premian a la totalidad de su trayectoria literaria. Pero con su más reciente novela, Elena Santiago ha asumido un riesgo no menor, como es el construir un mundo de ficción a partir de otro, y lo hace nada menos que con una obra consagrada en la literatura universal, porque Andrea, la protagonista, es una jovencita que vive en la Mancha en tiempos de Don Quijote.
Una ficción inspirada en otra exige ciertos logros, tanto más difíciles cuanto más perfecta sea la obra inspiradora. Elena Santiago ha sido capaz de sortear esas dificultades con maestría, no solo por el uso de un lenguaje acorde con el mundo en que transcurre la gran novela de Cervantes, sino por haber sido capaz de reproducir con absoluta dignidad una atmósfera afín, en la que se mueven personajes potentes y creíbles
Si bien su voz narrativa penetra en la interioridad de las conciencias sacudidas por sentimientos poderosos, las novelas de Elena Santiago, desde las primeras “La oscuridad somos nosotros” (1976), (Premio Ciudad de Irún) y “Gente oscura” (1980), (Premio Miguel Delibes), hasta las más recientes, no pueden considerarse puramente psicológicas, ya que al mundo íntimo de los personajes se contraponen tramas que, dentro de la narración, jerarquizan igualmente los sucesos del mundo exterior. En sus páginas el ámbito espiritual coexiste con el erotismo. La poesía y el misterio no obstaculizan la acción.
En las obras de esta escritora leonesa, no son pocos los personajes que sobrellevan su existencia con ayuda de sus sueños. Andrea, la manchega adolescente, no conoce a Don Quijote, pero vive pendiente de lo que cuentan acerca de sus hazañas e imagina ser su dama, lo que le permite compensar la aridez afectiva en que está inmersa. Así muchos de los seres que pueblan el universo literario de Elena Santiago, recurren en algún momento de su peripecia a la facultad liberadora del soñar. Algo más que agradecer entonces a tan prolífica autora, es que a lo largo de su amplísima obra no deje de hacernos recordar el poder salvífico de los sueños.