Conocí a Jorge Larrañaga en febrero de 1999. Eran mis primeros días como militante, próximo a estrenar la balota. Tiempos de ebullición y entusiasmo. Eso mismo que vivía a mis 21 años, transmitía un hombre con unos años más que yo (40 y pocos años). Hombre adusto y de protuberantes patillas, con voz de trueno y paisano. El primer encuentro se dio en el Centro Comercial de Canelones y el saludo fue un “¿Cómo andás?”, acompañado de una palmadita en el rostro y una sonrisa de oreja a oreja. Era Jorge Larrañaga, exintendente de Paysandú. Y se comenzó a transitar un trillo compartido.
Un hombre del interior que dejó de “mirar al río” para conquistar al país desde Montevideo, irradiando desde allí con sus ideas fuerzas que, en definitiva, eran sueños de quien quería luchar por un país mejor. Y sin ataduras instaló una nueva corriente nacionalista, en aquel setiembre de 1999. Y ahí estábamos, como testigos –a la vez de cofundadores– de la Alianza Nacional.
En las elecciones siguientes y de la mano de otro entrañable compañero (que otro mayo nos lo arrebató tempranamente, Alberto Perdomo) fui electo convencional en 2004 por el Sector. Al año siguiente por la corriente aliancista “Somos de Acá” sería electo edil departamental. Verdaderamente un honor.
Con Jorge nos identificamos por su impronta wilsonista, su defensa irrestricta por las demandas, el desarrollo y la defensa del interior; la descentralización, la defensa de los derechos de los más postergados, etc. Hace poco me enteré que fue promotor, por ejemplo, de una iniciativa legislativa en favor de la comunidad de pacientes trasplantados. En fin, un hombre de hacer, de trabajo.
Los caminos de la vida y la política se volvieron a cruzar y tuve la dicha de ser candidato a suplente de diputado en la primera línea junto a Richard Charamelo en las pasadas elecciones (por Alianza Nacional en el departamento de Canelones). El mayor honor como militante de las primeras horas de Alianza y junto a Jorge. Un premio o reconocimiento.
Larrañaga dejó la receta para el trabajo en política –que es aplicable a todo ámbito de la actividad humana– era amigo del diálogo y enemigo de los renunciamientos. Hacía honor a su ascendencia vasca. Larrañaga iba y va. Promovió la mayor “revolución de la birome” (como a él le gustaba llamar). En soledad fue ganando apoyo popular, hasta llevar a las urnas a una de las clamorosas demandas del siglo XXI: darle al Estado herramientas en la lucha legal contra la inseguridad. Larrañaga quiso y con él muchos de nosotros que la sociedad uruguaya viviera sin miedo.
Jorge Larrañaga adalid de la libertad, republicano a carta cabal, demócrata que siempre sujetó su voluntad a la del pueblo nacionalista, lo interpretó y se alineó ante su soberana decisión, en la victoria y aún más, en la derrota. Combatiente. Saboreó como el que más la llegada del gobierno al poder. No por el poder en sí mismo, sino por la cívica oportunidad de demostrarle (y mostrarle) al país que los cambios se podían hacer. Y lo estaba logrando.
Larrañaga pasará a la historia por muchas cosas, por ser aquel jinete que hizo mil kilómetros para llegar a la última posada del mejor de todos nosotros: Artigas. Por ser el dirigente que se instaló en Montevideo mirando al interior, recorriendo el país entero, decenas de veces. Conoció palmo a palmo, metro cuadrado por metro cuadrado, cada rincón del Uruguay. Por ser el líder que nucleó al mayor movimiento de intendentes y dirigentes del país, vertebrados en el sector Alianza Nacional, corriente que interpretó y hasta construyó al wilsonismo del siglo XXI. Por ser el ministro del Interior que estuvo al frente del Cuerpo Policial, dándole a cada uniformado de azul, el apoyo moral e institucional necesario para el cumplimiento del deber. En 14 meses de gestión logró muchas cosas. Por ser el jerarca ministerial que, tras su temprana partida, miembros del Instituto y los sindicatos policiales tributaron homenaje a su memoria. Cosas que no se ven a diario.
Jorge cumplió con la Patria y así con el Partido, con su gente. Estos días han sido de congoja, pero de agradecimiento a la vida y a Dios mismo por haberme permitido que mi camino se cruzara con la de este gran hombre que fue Jorge Larrañaga. La persona ha partido, el caudillo se queda entre nosotros y en nosotros quedará la tarea de continuar su trillo.
Fue un fin de semana que hasta el cielo se descolgó en llanto y el viento sopló de furia. Pero el sol brilló en el cielo color patria cuando una caballada acompañó el paso de aquel cortejo de quien cumplió con el país entero, pues entregó su vida como aquel lancero que prometió hacerlo hasta sucumbir.
Dr. Fernando Lúquez Cilintano
Exedil departamental, Alianza Nacional
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