Hace algunos años se habla de inclusión para dejar un poco en desuso el término de “integración”. Se ha optado por el término inclusión por ser, valga la redundancia, más “inclusivo”, esto es: cuando se incluye se está participando al otro, se lo está haciendo parte, contemplando, se dice, su singularidad. Cuando se integra, en cambio, al parecer no se respeta totalmente la singularidad, ya que el entorno sigue con su identidad y es el nuevo “integrante” el que debe adaptarse, y no al revés.
La educación inclusiva es entendida como un proceso donde se identifica y responde a las necesidades de todos los niños, adaptando estrategias, métodos de enseñanza y lenguaje de manera que sea accesible a todos los estudiantes. La intención inclusiva, en este sentido, es muy noble; luce justo que los sujetos en una situación educativa reciban la misma calidad de educación. Ahora bien, ¿todos los sujetos demandamos lo mismo? ¿Todos los sujetos aprendemos al mismo tiempo y de la misma forma? No. Para tomar un ejemplo: ¿el niño autista, con mayor o menor funcionalidad, percibe el mundo de la misma manera que el sujeto “neurotípico” o llamado “normal”? No, de ninguna manera.
Cuando se incluye, ha de tenerse una actitud filosófica, en el sentido de la reflexividad, es decir, una permanente actitud crítica que se pregunte acerca de la razón que tienen las decisiones en las que nos encerramos. Más de una vez ocurre que se hacen las cosas por pura inercia y no necesariamente luego de un ponderado análisis de factibilidad y de evaluación de riesgos y beneficios. Y no digo que esto suceda en todos los casos de la inclusión, pero sí, afirmo, que por aquello de la corrección política hemos terminando diciendo “este niño, por más dificultades que tenga, va a la escuela común”, esperando que el entorno cubra las demandas de ese sujeto particular sin importar la situación singular de ese escolar que muchas veces deberá enfrentar obstáculos insalvables, y cuyo entorno también se verá afectado.
El tema es que a veces el entorno no está capacitado para cubrir esas demandas, y no porque no quiera, sino que simplemente no puede por las dinámicas de las aulas.
Supongamos un curso de primaria, por ejemplo, primer año, en que la docente debe contar un cuento al grupo y hay un niño en especial, con autismo, que no solo no maneja fluidamente el lenguaje, sino que tiene problemas de hiperactividad e hipersensorialidad frente a ciertos ruidos. La docente está contando el cuento, y el niño se levanta y empieza a balbucear mientras le pega una palmada a un par de alumnos que están buscando escuchar el cuento. ¿Podría decirse que esa situación es inclusiva? ¿Es problema de los niños o de la docente el querer escuchar el cuento? ¿El niño con autismo puede concentrarse o está aprendiendo? Es cierto que en muchos casos hay niños con ciertas condiciones que tienen acompañante dentro del aula; esta acompañante debería tener a la mano las adaptaciones curriculares, por ejemplo, el mismo cuento en versión de pictograma. Pero, ¿qué sucede cuando no se logra suscitar el interés del niño, por más adaptación curricular que haya? Recordemos que los intereses del niño con autismo son muy restringidos.
En ese caso, supongo que el lector estará de acuerdo en que dejar al niño deambulando por el aula no es una opción buena para nadie. Tampoco lo sería ir al patio con la acompañante a jugar a otra cosa, porque eso no sería inclusión. Además, ningún niño puede aprender en el caos, ya sea porque el niño autista no logra conectar con la asignatura, o porque los otros niños perciben una molestia, el clima áulico se enrarece. Si se tomara en cuenta la singularidad de los niños y las posibilidades que el ambiente puede propiciar en cada situación, no tendríamos la idea de “inclusión” en piloto automático, sino que reflexionaríamos en cada caso para decidir en conjunto con las familias y en conjunto con los equipos terapéuticos, cuál es la mejor opción para cada niño.
Porque creemos que la educación es un derecho y no un privilegio, considero que debemos darle a cada uno lo que necesita, no a cada uno lo mismo.
TE PUEDE INTERESAR