El imperativo de los demócratas es el de volver a capturar a los votantes blancos de clase trabajadora que respaldaron a Trump en 2016 y nuevamente en 2020. Pero desde la presidencia de Bill Clinton en los años 1990, el partido solo ha ofrecido a los trabajadores relegados dos soluciones: educación y beneficios sociales. Como relata Ronald Brownstein en The Atlantic, el mantra de Clinton era “lo que aprendes es lo que ganas”. Él y el expresidente Barack Obama creían fervientemente que más y mejor educación era la mejor manera de lidiar con las alteraciones del mercado laboral generadas por la digitalización y la globalización. (Los europeos esencialmente compartían esta filosofía, aunque ellos pusieron más énfasis en las transferencias sociales).
Pero los trabajadores no están de acuerdo. No quieren vivir de la seguridad social, pero tampoco quieren que los manden de nuevo a la escuela. Más bien, quieren mantener los buenos empleos que les han venido brindando ingresos y una sensación de orgullo desde hace mucho tiempo. Trump ganó en 2016 porque entendió este sentimiento y lo explotó para ganar el voto de la clase trabajadora en estados pendulares clave. Un primer paso es mantener la economía en un estado de alto estímulo, como hizo Trump. Existe una amplia evidencia que demuestra que esto beneficia abrumadoramente a quienes están en los márgenes del mercado laboral. Los trabajadores desempleados y desincentivados pueden encontrar un empleo y las subas salariales favorecen desproporcionadamente a quienes están en la base de la pirámide. Es por esto que la administración Biden busca urdir un exceso de demanda, a pesar del riesgo de revivir la inflación.
Jean Pisani-Ferry, en Project Syndicate
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