La reciente elección de la Convención Constituyente en Chile “refleja el desgaste de la política tradicional”, de acuerdo con Schmidt, escritora y profesora de Sociedad y Tendencias en la Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes. En diálogo con La Mañana, la especialista, de nacionalidad chilena, analizó la realidad actual de su país y explicó cuáles son los desafíos que debe afrontar a futuro; entre ellos, “devolver la confianza hacia las instituciones”.
¿Qué lectura hace de los resultados de las elecciones de convencionales constituyentes de Chile?
Nuestra democracia, al igual que muchas otras en el mundo, no ha estado exenta de un creciente escepticismo ciudadano hacia la labor pública de sus líderes, a quienes se les percibe como desconectados de la realidad del país y con marcadas agendas personales que se alejan de sus expectativas.
El hecho de que el 64% de los convencionales proceda del mundo independiente refleja el desgaste de la política tradicional representada por los partidos políticos que hoy apenas rozan el 2% de aprobación –acorde a la última encuesta del Centro de Estudios Públicos-.
El otro factor a considerar de la pasada elección fue la alta abstención. Solo un 43% del universo electoral acudió a las urnas, lo que hace difícil proyectar el verdadero nivel de representatividad y adhesión que poseen los miembros de la Convención.
Al alto porcentaje de personas desencantadas con la labor pública se adhiere una falta de confianza extrema hacia las instituciones, por lo tanto, los 155 miembros de la Convención tienen una oportunidad única de demostrar que, a pesar de sus diferencias de pensamiento, sabrán priorizar los acuerdos no solo para mantener los equilibrios de poder, sino también para proyectar una mirada real de futuro para el país.
Piñera ganó las elecciones de 2017 basado en una reputación de buena gestión. La pandemia y el proceso de vacunación parecerían haber demostrado esa capacidad, como fue el caso de su rol en el rescate a los mineros en su primer gobierno. ¿Qué falló? ¿Por qué tiene un 9% de popularidad?
El presidente Piñera, tal como usted lo indica, regresó en 2018 para iniciar su segundo período fortalecido por su reconocida capacidad de gestión.
No obstante, a partir del quiebre social de octubre de 2019, la agenda del Ejecutivo quedó desarticulada por completo, en parte, remecida por la ola de violencia y desorden que opacó la voz tanto del gobierno como del centro político, que se dejó intimidar frente a las provocaciones de los sectores más disonantes de la izquierda.
Es así, entonces, que un segmento no menor de la clase política fue tomando distancia del mandatario y sus colaboradores, prefiriendo hacer oídos sordos frente a los paquetes de medidas económicas en medio de un escenario tan complejo como incierto debido a la pandemia.
Es injusto, pero la atención de la ciudadanía no está sobre el manejo fiscal responsable del presidente ni su exitoso programa de vacunación, a pesar de que ambos sean el principal motivo de que las proyecciones de crecimiento para este año, de acuerdo al Banco Central, sean de entre 6% y 7%.
La crisis social demostró que una política debilitada por la fragmentación disminuye la efectividad de cualquier logro económico.
¿Cuáles son los problemas que debe resolver Chile a futuro?
El primer desafío es no dejar de ser el país de las oportunidades. Chile logró posicionarse como una nación pujante, seria y prudente. Sin embargo, el desarrollo económico de las últimas cuatro décadas no se tradujo en igualdad de condiciones para todos los segmentos de la población; especialmente para el 65% de chilenos que hoy conforma la clase media, que es quizás la protagonista más visible de las legítimas demandas sociales de las revueltas de octubre.
Ella se encuentra temerosa de perder sus espacios de libertad más que sus privilegios, y razones no le faltan, ya que, según el Banco Mundial, cerca de 2,3 millones de chilenos de este segmento cayó en la vulnerabilidad debido a la pandemia.
Por lo tanto, un sostenido crecimiento económico es, entre otras cosas, la base para diseñar mejores políticas públicas, pero si las personas no palpan de verdad las bondades de la prosperidad en su calidad de vida, los efectos se diluyen.
Es por esto que reformar el Estado es una tarea pendiente, pero también lo es lograr otros cambios a nivel social que necesitan de algo incluso más delicado que recuperar nuestro capital de trabajo o implementar un currículum de excelencia: devolver la confianza hacia nuestras instituciones.
Esto requiere, además de liderazgos coherentes, de tiempo. Quienes hoy actúan en política deben cambiar su manera de entender cómo ejercer el poder y sus atribuciones o, si no, quedarán cada vez más marginados, dejando un vacío institucional irremplazable que podría dañar la estabilidad y el buen funcionamiento de la democracia.
¿Cómo será gobernar para un próximo gobierno mientras haya una Constituyente instalada debatiendo sobre todos los aspectos más relevantes de la vida del país? ¿Quedará diluido el rol del Parlamento?
Quien encabece el próximo gobierno tendrá una tarea inédita, ya que su administración estará en medio de un proceso que podría permanecer abierto incluso más allá de los plazos establecidos para redactar y aprobar la próxima Constitución en setiembre de 2022, además de que sus atribuciones originales se verán alteradas si es que la Convención determina modificar nuestro actual régimen presidencial.
Ante las variadas necesidades del país, quien lidere la nación a partir del 11 de marzo requerirá de un clima que le garantice gobernabilidad. Es por eso que la labor de los convencionales y del Parlamento es muy gravitante.
¿Por qué lo dice?
Porque en vez de ser un complemento para mantener el orden y respeto de las reglas democráticas, podría transformarse en una obstrucción, si es que no existe la suficiente madurez política de sus miembros para saber distinguir entre lo que son sus responsabilidades para con el país, de los objetivos del próximo gobierno. Espero que este sea inclusivo y apueste de verdad por las transformaciones que Chile necesita para fortalecer su institucionalidad y, así, retomar el camino del progreso.
Usted escribió recientemente el libro “Chile en 4 manzanas”, en el cual analiza la centroderecha chilena a través de la visión de cuatro referentes destacados. ¿En qué falló la coalición de centroderecha? ¿Le quedan cuentas pendientes del pasado reciente? ¿En qué debería basarse su propuesta política a futuro?
“Chile en 4 Manzanas” se ha convertido, sin quererlo, en una radiografía interesante que arroja las luces y sombras de un sector cuyo proyecto era extenderse mucho más allá del segundo período de Piñera. No obstante, su panorama es diametralmente otro, quedando demostrado, tras las elecciones del 15 y 16 de mayo, que faltó liderazgo para convencer a los chilenos sobre sus ideas de progreso.
A la derecha actual la traiciona ese exitismo exacerbado que posee cuando mira para atrás y con justa razón se congratula y se siente satisfecha por cómo colaboró para que, en poco tiempo, dejásemos de ser la finis terrae del mundo, gracias a la apertura y consolidación de nuestro mercado a partir de los 80.
Sin embargo, parte de su dilema es que le faltó cierto realismo para hacerse cargo de un Chile que sigue mostrando las dos caras que acompañan a las naciones en vías de desarrollo: una aventajada que nos señala como el primer país sudamericano en integrar la OCDE, y la otra más opaca que aún refleja altos índices de desigualdad.
Sobre todo, a partir de octubre, la recriminación hacia el sector apuntaba a su supuesta falta de sensibilidad para aproximarse a la realidad de las personas y comprender que crecimiento económico no es sinónimo de una mejor calidad de vida.
¿Es así?
Algo hay de eso, pero los sectores de derecha no son los únicos en recibir reprimendas, ya que el prejuicio hacia los dos hemisferios de la política es enorme.
Sin duda que la elección pasada remeció con mayor fuerza a los sectores de la derecha, por lo que un primer paso para fortalecer su identidad de cara a la ciudadanía debe ser una autocrítica constructiva que la lleve a discernir qué tiene que modificar y qué mantener para volver a posicionarse como una opción válida en las próximas elecciones presidenciales de noviembre.
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