Leopoldo García- Alas y Ureña, más conocido como “Clarín”, seudónimo con el que firmaba sus agudas críticas en la prensa de la época, se destacó como jurista, fue catedrático y autor de una valiosa, aunque no muy vasta producción literaria, en la que destaca “La Regenta”, por muchos considerada la mejor novela española del siglo XIX.
Una vida corta pero intensa
El 13 de junio del año 1901 moría en Oviedo “Clarín”, con apenas 49 años. Había nacido en Zamora por el hecho circunstancial de que su padre fue nombrado gobernador de esa ciudad y allí residió con su familia durante algo más de un lustro. Pero Leopoldo paso gran parte de su infancia en Asturias, de donde era originaria su madre.
Fue alumno sobresaliente, primero en el Colegio de los Jesuitas en León y después en la Universidad de Oviedo. Se trasladó a Madrid en donde culminó su doctorado, y obtuvo la cátedra de Filosofía del Derecho, en la que destacó por la ascendencia que tenía sobre su alumnado, al punto de generar un movimiento político intelectual que logró cambios profundos en la enseñanza, también reflejados en la política.
A la edad de 23 años empieza su carrera periodística en el recién fundado periódico “El Solfeo”, cuyo director pidió a los cronistas usaran como seudónimo el nombre de un instrumento musical. Leopoldo Alas elije “Clarín”, con el que firmará las a menudo duras críticas literarias que le generaron no pocos enemigos. Más allá de un estilo personal directo, tajante y desaprensivo en cuanto al efecto que pudieran causar sus juicios, cabe recordar que ese era de uso común en el periodismo de la época, que no rehuía y hasta buscaba la polémica.
Las notas y críticas de Clarín aparecían regularmente en numerosos periódicos y revistas españolas, lo que contribuyó a que fuera muy conocido y hasta temido por la repercusión que podían tener sus juicios.
En cuanto a su labor como escritor, quizá resulte sorprendente que la primera novela que Clarín dio a conocer cuando tenía poco más de 30 años, “La Regenta”, fue justamente la que es considerada su obra maestra. A la misma siguieron un libro de cuentos, un ensayo literario sobre Benito Pérez Galdós y una segunda novela, “Su único hijo”, publicada en 1891.
El éxito de “La Regenta” no fue inmediato y la segunda edición de esta novela, que inicialmente apareció en dos tomos, recién se concretó quince años más tarde, poco antes de la muerte de su autor.
Vigencia de su obra
La obra de Leopoldo Alas fue tardíamente reconocida en su total magnitud. Más allá de unos juicios muy elogiosos expresados en su momento por Benito Pérez Galdós y años más tarde por Azorín, debió transcurrir medio siglo para que la obra de Clarín fuera objeto de profundos estudios por parte de la crítica que reconoció su trascendencia. La atención no se centró solo en su primera novela sino en sus cuentos y ensayos sobre Baudelaire y Pérez Galdós. El tiempo en que “La Regenta” estuvo, si no prohibida, por lo menos objetada durante el gobierno de Franco, hizo que al final de este la obra tuviera gran popularidad y a partir de allí se sucedieran varias reediciones, e incluso fuera llevada al cine y al teatro.
La novela, traducida al inglés, chino, sueco, polaco, portugués y búlgaro, recibió miles de lecturas de amplio espectro, que descubrieron en ella nuevos significados y resonancias impredecibles para los lectores de su tiempo.
Es así como la obra de Leopoldo Alas, ubicada dentro del realismo, participa de esa atemporalidad que caracteriza las más auténticas expresiones del arte.
Su prosa es abundante en formas coloquiales, enmarcadas en un estilo indirecto libre también rico en elementos de la modernidad, como la alusión a sensaciones visuales o táctiles. Pero el uso de lenguaje popular y de estructuras en parte innovadoras no significan que Alas prescinda de un especial cuidado en el uso del lenguaje. Tanto su narrativa como su ensayística evidencian un tratamiento muy cuidadoso del lenguaje, que también es objeto de sus reflexiones.
En ellas dice “Se crea el lenguaje naturalmente, nace de las entrañas del pueblo (…). Pero una vez nacida la palabra, ya no se la puede profanar ni falsificar impunemente. Esto tratándose del lenguaje para uso ordinario: no digo nada si se trata del lenguaje como instrumento artístico. Decir, en literatura, que es bizantina la cuestión de la forma gramatical, es como pretender que el pintor desprecie por insignificante la materialidad de los colores, y pinte con la primera droga que se le presente”.
Sin duda que Clarín si pudiera escuchar la abusiva e intencional deformación del lenguaje que pretenden imponer algunos como bandera de cierta ideología, tendría buen motivo para ejercitar su gusto por la polémica y volvería a decir que el lenguaje no puede surgir de otra manera que naturalmente, ni de otro lugar que no sea las entrañas del pueblo.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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