La actividad primaria en casi todos los países del mundo está apuntalada por toda la sociedad, es decir su expresión más visible: el Estado.
La magnitud de este apoyo está en proporción directa a la robustez de las tesorerías. No es lo mismo el volumen de aporte que reciben los agricultores de las economías centrales, llámese EE.UU., Unión Europea, China, Rusia que lo que logra un campesino de México o de Perú. Pero para preservar la seguridad alimentaria y la generación de divisas, en todos los países hay algún tipo de ayuda.
Sin embargo hay una excepción a esta ley de bronce de la producción primaria, el caso de la Argentina K, donde no sólo no hay ayuda estatal sino que se ha creado una serie de gravámenes -groseras retenciones a las exportaciones- que prácticamente se van consumiendo a fuego lento a la clase media rural.
En este operativo, se cuenta con la complicidad de conocidos grupos multinacionales, fieles a su tradición de saqueadores de países, que con el pretexto de una supuesta y precaria industrialización, se les ha venido concediendo “bandera de corso”, para operar a su antojo desde el puerto de Rosario, la fagocitación de las medianas y pequeñas empresas nacionales.
¿Y en nuestro país como es la situación del agricultor?
El primer obstáculo, que habría que superar, es la ignorancia que la mayoría de una sociedad, de perfil ciudadano como la nuestra, siente por este sector.
Siempre se encuentra algún pretexto para ningunear al sector rural y últimamente aumenta la tentación de embanderarse con los sofismas (que son cada vez mejor remunerados a nivel mundial), con los que se siembra dudas sobre cualquiera de las actividades agropecuarias. Pero dejemos el análisis de este frente para próximas ediciones.
Uruguay posee cultivos de verano y de invierno. Y coincidamos que no tenemos tierras de la calidad de Argentina, pero lo que hace la gran diferencia es la inestabilidad del clima, en especial del régimen pluviométrico. Desde la escuela se enseña a los niños que el nuestro es un país de clima templado que recibe 1.200 mm de lluvia por año. Pero nunca se les explica que ese maravilloso volumen de agua es tremendamente arbitrario. Que pueden darse la caída de 600 u 800 mm en un mes y puede no llover en 6 o 9 meses.
El único cultivo agronómicamente seguro y que demuestra una eficiencia destacada es el arroz (irrigado) en la medida que el agua no depende del tiempo. Después de Egipto es Uruguay quien exhibe la mejor productividad mundial, con más de 9.000 kgs. por hectárea. Y que ironía, ¡en los últimos 15 años se redujo su área en un 30 %!
Pero vayamos a otro cultivo de verano, que es la soja, fundamental para cualquier sistema de rotación, que irrumpió con mucha fuerza hace 12 o 14 años y que prácticamente de cero llegó a ocupar una superficie cercana al millón y medio de hectáreas. A pesar de todos los contratiempos, de clima y de precio sigue hoy ocupando un área considerable (cercana al millón de hectáreas).
Durante los últimos 3 años el precio por tonelada de grano acondicionada y puesta en puerto (Nueva Palmira o Montevideo) giraba en torno de los U$S 300 lo que para cubrir los costos de producción se necesitaba una muy buena cosecha. En los últimos meses el precio de la tonelada -que cotiza en la bolsa de Chicago- pegó un giro inesperado en la bolsa, lo que permitiría pagar aquí una cifra superior a los U$S 500. Lamentablemente la gran mayoría de los productores ya la habían pre-vendido a precio bajo. Pero además se recibió otro brutal golpe: en la principal zona sojera que es litoral de nuestro páis, fue castigada de nuevo por la falta de lluvias y los promedios no alcanzon a 1.700 kgs/ha. Y hablamos de promedios donde muchos no llegan a 500 kgs.
Una situación de desastre que se agrega a la pandemia y va a dejar por el camino a muchos productores.
En el próximo número convendría analizar los sórdidos entretelones donde la codicia y la miseria humana se juntan para acelerar la debacle de estos esforzados productores o contratistas, víctimas de un capricho del tiempo y que bajo ningún concepto se los podría abandonar a la buena de Dios.
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