El cantante tropical, Gustavo Serafini, alias El Gucci, resultó condenado en sumarísimo y posmoderno proceso: una simple versión difundida en redes sociales que lo acusaban de acoso y abuso sexual, fue suficiente para hacerlo sepultar políticamente.
El vocalista de los “Asesinos del sabor”, que ya había protagonizado un jingle para el FA en las pasadas elecciones, quiso incursionar en política, con el candidato del oficialismo, Daniel Martínez, integrando la nómina a diputados en segundo lugar de la lista 890. Tal postulación, no le pudo ser posible, pues arreciaron criticas y reproches contra el Gucci, de parte de colectivos, e individualidades ilustres, denominadas feministas.
Muchas interpretaciones, bien pueden inferirse del tormentoso episodio. A modo de contrastar, nos viene a la mente el caso del conocido personaje del futbol argentino, Héctor bambino Veira, quien siendo DT del club San Lorenzo abusó de un adolescente de trece años, en ocasión que el menor le fue a solicitar un autógrafo. Veira, fue condenado por sentencia judicial por el delito de violación. Estuvo preso, por el más grave del elenco de delitos sexuales. En aquella década del noventa de pizza y champán del menemismo, cobró notoriedad que siendo alojado en una cárcel corriente estaba en un módulo VIP.
Veira, como todo condenado en vía jurisdiccional, en un sistema judicial que se precie de democrático, inmerso en un estado de derecho, tuvo la posibilidad de conocer, de que se lo acusaba, de articular con su abogado una defensa, de recibir una sentencia con la descripción relacionada de los hechos, con el caudal probatorio reunido y de la calificación jurídica con la cual se lo condenaba. Pudo ejercer los medios impugnativos previstos, es decir apelación, casación y eventualmente una revisión de la sentencia, si hubo fraude en la prueba.
Irónicamente (y en forma poco racional y creíble), a pesar del fallo judicial que asentaba una verdad procesal, pasado un tiempo, Veira ya era un reconvertido simpático personaje de los medios, del futbol, de la noche y de la farándula argentina.
De este lado del charco, en este 2019 muy electoral, en nuestra amortiguadora sociedad, el Gucci fue prácticamente que, linchado políticamente, sin tener todas las garantías procesales y sustanciales de las que gozó el otro sujeto mencionado supra. A decir, no tuvo el debido proceso, no se le respetó mucho (o en nada) su estatus de presunción de inocencia (hay doctrina que ya habla del principio de inocencia, como para darle mas fuerza al punto), se le invirtió la carga de la prueba (de quien alega algo, tiene que probarlo y no viceversa), y ni siquiera pudo gozar del beneficio de la duda.
“El principio in dubio pro reo aplicado a la valoración de la prueba o a la construcción de las sentencias, es una de las consecuencias mas importantes del principio de inocencia”, nos enseña Alberto Binder, connotado procesalista argentino.
Resulta asombroso, que pueda entenderse como racional, el darle todo el crédito a la versión de un o una denunciante, sin cotejar la versión inicial con otras pruebas, y obviamente, con la propia versión del denunciado (como se lo resume agudamente en su derecho a tener su día para ser oído en la corte).
Si esto resulta inaceptable en una sede judicial, o de la Fiscalía en versión aggiornada ante la égida del actual CPP, menos que menos, puede resultar determinante cuando es propulsada en redes sociales, y no sustanciada frente a operadores del proceso. Vaya uno a saber, que motivos pueda llegar a tener la denunciante, pues los mismos, así como pueden ser loables y ávidos de legítima justicia, también pueden ser solo fruto de rencor de pareja, de la imaginación o simple catarsis personal…
Desde la dimensión mas electoral del affaire, bien cabe preguntarse, si la patota feminista que ha demostrado no importarle mucho el énfasis en los DDHH del mencionado-, hubiera actuado igual si el cantante, por ejemplo, hubiera conformado la lista en la “barra” del MPP, si, por ejemplo, hubiera suplantado al Pato celeste, en sus incursiones políticas. Con la misma fuerza, y economía procesal, ¿lo hubieran despojado de la posibilidad de candidatearse? ¿Y hubieran logrado la misma eficacia? O en esa circunstancia, el adelgazado Gucci, ¿hubiera sido un tiento, bastante más grueso de cortar?
Mientras Martínez le habría dicho al artista, que no pudo superar las presiones de alguna feminista “ingobernable”, el cantante ha manifestado que su frustrado y fugaz pasaje por las intenciones políticas “ha afectado mi trabajo, mi carrera, mi familia, mi imagen, me dejaron desamparado”. Y, si de la vigencia de los derechos humanos se trata, aquí agregamos el viejo aforismo inherente a un sistema democrático y republicano; en la duda es preferible absolver a un culpable, que condenar un inocente.
(*)Abogado