En 1947 la escritora y educadora inglesa Dorothy Sayers dio una profética conferencia en Oxford titulada “Las herramientas perdidas del aprendizaje”, que entendemos conveniente comentar aquí.
La Sra. Sayers se preguntaba entonces si a los alumnos se les enseñaban realmente, “las cosas correctas, de la manera correcta”; esto es, si los niños de su tiempo estaban mejor instruidos que los niños de la Edad Media. Uno de los motivos de esta pregunta era que le resultaba extraño y lamentable que mientras Europa alcanzaba los mayores niveles de alfabetización en toda su historia, su población empezaba a volverse “susceptible a la influencia de la publicidad y la propaganda masiva hasta niveles inauditos e inimaginables”. Para ella, el público en general no podía “diferenciar los hechos de las opiniones, ni lo probado de lo plausible”; mientras que los jóvenes, no solo olvidaban la mayor parte de lo aprendido al finalizar sus estudios, sino que ni siquiera eran capaces de seguir aprendiendo por sí mismos.
¿Por qué ocurría esto? Según la escritora, a partir del Renacimiento se optó por un sistema educativo basado en “materias” que empezó a dejar de lado el método escolástico. En consecuencia, se dejó de enseñar el arte de aprender. Para la escolástica, las “materias” eran simplemente la “molienda para el lograr que el molino mental pudiera trabajar”: materia prima que se usaba para probar la habilidad de los alumnos en el uso de sus herramientas de aprendizaje, pero no como fin en sí mismo.
¿Cuáles eran esas herramientas? La Gramática, la Dialéctica y la Retórica del Trivium medieval, que permitían a los jóvenes aprender la estructura del lenguaje y la forma de usarlo; definir bien y con precisión sus términos; construir argumentos y detectar falacias… Al final, aprendían a expresarse, a decir lo que tenían que decir de forma elegante y persuasiva. Una vez aprendidos los métodos para lidiar con las materias, ya podían razonar y armar argumentos lógicos que les permitían ir bastante más allá del actual “tipo na…”.
Funcionaba porque en lugar de enseñarles a memorizar y repetir conocimientos –cuyos fines con frecuencia son desconocidos para los alumnos–, les enseñaban a razonar y aprender por sí mismos. La idea era que los alumnos aprendieran a “sentir la herramienta” hasta que se volviera una “segunda naturaleza”. El alumno que depende exclusivamente de lo que fue capaz de retener en la escuela no sabrá aprender cosas nuevas por su cuenta.
Se nos dirá que en la Edad Media solo unos pocos sabían leer, mientras que hoy la alfabetización ronda el 100%. Es cierto. Pero cantidad no es sinónimo de calidad. Saber leer y escribir ¿permite hoy hablar y escribir con corrección, precisión y elegancia, o solo sirve para interpretar letreros e intercambiar mensajes de whatsapp en dialecto millenial? Basta ver algunos debates en el Parlamento para concluir que algo falla en la educación actual…
Ríos de tinta se han escrito y gigas de bits se escriben hoy… ¿pero cuántos logran escribir sin faltas de ortografía? ¿Cuántos conocen el verdadero significado de las palabras? ¿Cuántos son capaces de escribir e interpretar ensayos? Estas son preguntas que se hacía Sayers.
Lo que a ella más le preocupaba, era “el entrenamiento adecuado de la mente para lidiar con la formidable masa de problemas no digeridos que presenta el mundo moderno. La persona que sabe cómo utilizarlas –decía– obtendrá, a cualquier edad, el dominio de un nuevo tema en la mitad del tiempo y con una cuarta parte del esfuerzo invertido por la persona que no tiene esas herramientas a su disposición”.
Igual que en tiempos de Sayers, los hombres de hoy deben “luchar contra la propaganda masiva con un puñado de materias”, mientras “clases enteras y naciones enteras quedan hipnotizadas por las artes del hechicero”. Hoy nos asombramos de que las masas sean tan fáciles de dominar. Pero seguimos usando más o menos el mismo sistema educativo desde hace 300 años. Quizá la respuesta a esta crisis esté mucho más atrás…
Por lo pronto, nadie puede negar que –al decir de la escritora inglesa– “nuestro tiempo está condicionado casi en su totalidad por lo intuitivo y lo inconsciente y lo irracional, gracias a que se ha descuidado el entrenamiento de la razón”. Motivo por el cual, hombres y mujeres de todas las edades, “son presa de las palabras en sus emociones en lugar de dominarlas en sus intelectos”. Suena actual, ¿no?
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