Hay frases que hemos escuchado a menudo, que incluso hemos pronunciado resignadamente alguna vez: “no sirvo para esto”, “no me da la cabeza”, “es que yo soy de números”, “es que yo soy de letras”, “no nací para esto”. La realidad es que por variados motivos venimos moldeados con esa idea invalidante. Las causas pueden ser diversas: pueden incidir los criterios aplicados en el paradigma educativo del que venimos, o la cultura o aun la propia historia personal con ciertas asignaturas que nos han perseguido como una mortificante sombra en algún momento de nuestra escolaridad.
Además de reducir a la persona al ámbito académico y desde ahí levantar una opinión o un condicionamiento que se pretende válido para toda la vida, esta premisa desconoce que hay otras áreas en que el ser humano puede desplegar su inteligencia. Por ejemplo, con frecuencia y cada vez en un mayor número se puede ver niños con un alto coeficiente intelectual pero con un bajo coeficiente emocional, es decir, con dificultad para reconocer las propias emociones y las de los demás y capaces de brindar respuestas emocionales maduras.
Lo cierto es que todo ser humano es inteligente de alguna manera, siempre con predominancia en determinada área. Pero esto de ningún modo quiere significar que no podemos estimular algún otro ámbito de interés. Actualmente se distinguen los siguientes tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal y cinestésica, intrapersonal, interpersonal, naturalista y recientemente se ha propuesto agregar la inteligencia existencial, aunque esta todavía se encuentra en discusión por parte de la comunidad de investigadores.
A la luz de la multiplicidad de tipos de inteligencia probados por la evidencia científica, ¿todavía se cree que hay derecho de decirle a un alumno que no podrá hacer esto o aquello? Es claro que la ignorancia de los docentes o de los padres en esta materia produce incomprensión y por ser así resulta casi siempre una fuente segura de daño pedagógico y emocional para los chicos. Si los programas de educación, si los educadores y también los padres tuvieran constancia de esta realidad, si no se encontraran anclados en las miradas unidimensionales de la inteligencia, entonces sería posible facilitar y potenciar el despliegue de las otras inteligencias.
Es lamentable que las oportunidades de generar desarrollo se pierdan cuando fallan los conceptos de base. Es necesario que se tenga en cuenta la inteligencia emocional, que abarca tanto la inteligencia intrapersonal como la interpersonal, puesto que ambas aluden al coeficiente emocional de la persona y constituyen, por ese motivo, un pilar para la promoción de diferentes áreas de crecimiento.
Inteligencia emocional
La capacidad de gestionar las propias emociones y de fijar el foco de atención son las notas dominantes de la inteligencia intrapersonal; las personas que tienen un alto nivel de esta inteligencia son más propensas a acceder a sus propios sentimientos y emociones y a reflexionar sobre ellos. Asimismo, se inclinan a la introspección, lo que contribuye en una medida importante a entender las razones por las que uno es como es y no de otra manera. Socialmente este tipo de inteligencia no es apreciada como tal, esto es, no se la reconoce como una inteligencia sino como una mera facultad de la persona. Esa restricción no ayuda.
La inteligencia interpersonal, en tanto, es una cualidad que permite advertir cuestiones que están ubicadas más allá de la inmediatez de los propios sentidos; una persona que presenta alta inteligencia interpersonal es capaz de entender las palabras, los gestos y las metas discursivas de otras personas y de empatizar con ellas. Quien dispone de énfasis en esta inteligencia es un sujeto que está en diálogo con las personas de su mundo, advierte rasgos o emociones en los otros.
Ambos tipos de inteligencia son sumamente importantes en todo tiempo y lugar, pero especialmente en este mundo de fugacidades y de vacío espiritual donde no hay espacio para la reflexión, donde la falta de sentido ha contagiado todo, donde las comunicaciones se licúan en frases cortas, vanas y cortantes, donde se busca la satisfacción inmediata de un modo radical y a la vez descartable. En los últimos años se ha visto un retraso genómico, es decir, un desfasaje entre los niveles de coeficiente intelectual que alude exclusivamente a lo académico y el coeficiente emocional, que implican las dos inteligencias que se han mencionado. Es por ello que es necesario que tanto desde el hogar como desde las instituciones educativas se enseñen y se refuercen estos tipos de inteligencia porque ellas van a dar paso a que las otras inteligencias –que sin duda también son necesarias– puedan desplegarse. Recordemos que ningún niño –ningún sujeto– puede aprender en el caos, en el desconcierto.
Dicho más claramente: para propiciar ambientes de aprendizaje debemos crear el terreno adecuado donde sea posible conseguir la mejor versión de nuestros niños.
(*) Psicóloga, especialista en autismo.
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