El avance de la dictadura del relativismo, del globalismo y de la ideología de género, los ataques a la vida y la familia y la obsesión por la corrección política, a menudo desconciertan a muchos. Alarmados, se preguntan en qué terminará todo esto.
Entre otras opiniones, destaca la del editor de la revista First Things, Russell R. Reno, quien a fines de 2019 publicó un libro titulado “El retorno de los dioses fuertes”.
Aquellos vientos y estos lodos
Reno sostiene que la tragedia vivida por Europa entre 1914 y 1945, llevó a las elites políticas occidentales a pensar que las convicciones firmes -identificadas con el fascismo-, como la lealtad a la patria, la familia y la religión, habrían sido las responsables del totalitarismo. Como reacción, izaron la bandera del antifascismo, cuyo dogma básico es que toda idea fuerte, conduce a la opresión: la libertad y la prosperidad, solo se alcanzan bajo el imperio de la debilidad.
El recelo contra los “dioses fuertes” se afianzó a partir de Mayo del 68, y sobre todo, tras el colapso de la Unión Soviética. A partir de allí, las elites políticas de Occidente empezaron a promover valores relativistas como la apertura, la inclusión, la diversidad y la permisividad para alcanzar la paz. En los ´90, la derecha se centró en la economía y se desentendió del cambio cultural, en el cual se focalizó la izquierda. Su única oposición, fueron los grupos cristianos provida y profamilia.
Al antiautoritarismo radical, para el que todo ejercicio del poder es “fascista”, adhirieron el liberalismo progresista de Popper, Hayek y Rawls, y los neomarxistas de la Escuela de Francfort -Adorno, Marcuse, Fromm- y sus herederos, los movimientos feministas, multiculturalistas, etc. Su consigna era abrir las fronteras y las mentes, y terminar con el autoritarismo, las relaciones jerárquicas en la familia, los conceptos convencionales de bueno y malo… En síntesis, con el orden natural. Su lugar habría de ocuparlo un sentimentalismo buenista, igualitario, inclusivo: “Haz el amor y no la guerra”, decían los hippies.
Con los días contados
Reno ve dos razones por las cuales este movimiento no tiene futuro.
La primera, es que es contradictorio. Los que al principio se presentaban como mansos corderos antifascistas, antidgomáticos y antidiscriminación, hoy muestran los colmillos: son intolerantes, dogmáticos y totalitarios. Basta que una profesional de la salud afirme que sólo una mujer puede engendrar hijos, para que la linchen en los medios e incluso la denuncien. No hay pensamiento más hegemónico e imperativo hoy en día, que el de quienes afirman promover la tolerancia, la diversidad y el librepensamiento.
En segundo lugar, si pretendían eliminar las identidades de grupo, lo que consiguieron, sólo fue un cambio en el tipo de comunidades con las que las personas se identifican, no una eliminación de las identidades grupales. La disolución de la familia, de las comunidades religiosas y otras comunidades fuertes, ha dado lugar a una sociedad de individuos solitarios, egoístas, vacíos. Pero como necesitan vivir en sociedad y pertenecer a una comunidad, estas personas se juntan en nuevas tribus, que se identifican por su raza, orientación sexual, etc. Las sociedades “cerradas” que Popper quería eliminar, siguen existiendo.
Sin embargo –dice Reno-, el denominador común de estos grupos, es la queja, la autocompasión y las reivindicaciones. Lo cual no exige el sacrificio, la entrega y el crecimiento en virtudes que exigen la familia, la patria o la religión. Por eso, porque no se juntan para dar, sino para recibir, no parecen tener mucho futuro. Sobre todo cuando quienes las integran, deciden no tener hijos. Mientras tanto, por pocas que sean las personas que sí forman familias, que sí integran comunidades religiosas o civiles, en las cuales lo fundamental es el don de sí y el crecimiento en la virtud, tarde o temprano crecerán y se multiplicarán.
Vientos de esperanza
Reno observa un notorio auge del denominado populismo o conservadurismo de corte nacionalista -en el sentido que a “nacionalismo” le damos por estos pagos-. Él advierte “un deseo de que los dioses fuertes regresen a la vida pública”. Y es que sin verdad, sin familia, sin nación y sin Dios, los hombres no pueden vivir como conviene a su naturaleza. A nuestro juicio, la naturaleza humana, tarde o temprano ganará la partida, porque es como el coronilla: puede estar cien años bajo tierra, pero no se pudre.
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