Apenas conocidos los resultados de la auditoría sobre la operativa de Gas Sayago, que son alarmantes por las dimensiones colosales del despilfarro, escuchamos las palabras del Cr. Danilo Astori reconociendo el error del proyecto, en una actitud que más que una autocrítica, resulta una verdadera confesión de impotencia o de indiferencia.
Sabiendo, como dice, que la obra estaba destinada al fracaso, nada hizo para detener la millonaria sangría de dólares que esta implicaba, porque no quiso o porque no pudo, lo que mucho cuesta creer, por la gravitación que tuvo en los dos gobiernos de Vázquez y en el de Mujica.
Ha dicho por otra parte el Cr. Astori que “no tenía ningún sentido la regasificadora para venderle gas a la Argentina”, pues con el cambio de la matriz energética nos transformamos en exportadores de energía eléctrica al país vecino. Pero lo que oculta es que si bien se ha cambiado la matriz por otra de parques de energía eólica, estamos vendiéndola a un precio menor al costo de producción que se paga a los prestadores, con contratos firmados por largos años, lo que insume cifras que impiden a UTE una baja de tarifas, como lo ha expresado el director del ente, Enrique Pées Boz.
Es imposible atenuar, disminuir o mitigar la aberración cometida con los fondos públicos y, por el contrario, es nuestra obligación difundirla, informarla, ventilarla en todos sus detalles, para que todo uruguayo sepa lo que hacían los gobernantes frentistas con su dinero. Ese mismo dinero que hoy falta para atender a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, es el que están reclamando los frentistas para que se vierta en ayuda y que no está porque ellos mismos se lo gastaron con total irresponsabilidad.
Si alguien se pone a pensar que hubo 10 años de excepcional bonanza para nuestra producción exportable y que a pesar de ello el país fue entregado más endeudado que nunca, queda claro que nunca más se puede dejar en manos de gente tan incompetente, improvisada y rapaz.
Decía Alberto Methol Ferré, fino analista de la realidad nacional, que la economía uruguaya reposaba en forma primordial en la renta diferencial de la tierra; vale decir que nuestra producción agropecuaria exportable era (y sigue siendo) la mayor riqueza del país cuyo sector secundario solo comprende industrias livianas, y carece de petróleo y yacimientos gasificas o minerales.
Agregamos que poco a poco aquellos esfuerzos de industrialización que hizo Luis Batlle y su interés en agregar trabajo nacional a los productos exportables, como la lana lavada o los “tops”, fueron languideciendo hasta desaparecer. Resulta histórica su frase cuando en el viaje que hizo a EE.UU. para pedir cupos de colocación para nuestra lana peinada y solo le ofrecieron asistencia económica, al rechazarla dijo: “El camino de la ayuda es el del sometimiento y la dependencia, en cambio el del comercio es el único e irrenunciable camino de la independencia y la libertad”.
Nuestra industria textil, que contaba con empresas exitosas que ocupaban mano de obra importante, como Campomar, Sadil, Ildu, Lanasur y otras, fueron perdiendo sus mercados, pues el valor agregado de trabajo nacional las dejaba fuera del mercado.
Hoy nos siguen salvando los casi 2 millones y medio de vacunos faenados, cuyo nivel de exportación podría aumentarse con poco esfuerzo, según dice Daniel Belerati, presidente de la Cámara de la Industria Frigorífica. También el rubro de ovinos faenados y en pie, la lana y las cosechas de arroz, sorgo o soja, en menor medida. La exportación de celulosa es demasiado reciente y es mucho más negocio para las plantas productoras. Y el terciario, o sea el sector de servicios, se ha incrementado en los últimos años por los adelantos que nuestros técnicos han logrado para filtrarse en el mundo digital, por lo que significa un comienzo auspicioso y prometedor. En un país, que tiene una población comparativamente pequeña para su tamaño, hoy esto es una ventaja, pues el derrame de sus exportaciones tradicionales nos ha permitido sobrellevar hasta el momento un presupuesto para atender la subsistencia del millón de personas que viven directamente de los recursos del Estado, como dijo semanas pasadas nuestro diputado Eduardo Lust en el Parlamento.
Si a todo este panorama le agregamos el dispendio de los recursos, el despilfarro, la pésima administración y las disparatadas inversiones, nos encontramos con la actualmente crítica situación. Y la población tiene que saber a qué se debe.
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