El Dr. en Economía Política y profesor asociado de la Universidad de Leeds (Reino Unido) conversó con La Mañana acerca de la situación de la economía uruguaya en este contexto de pandemia. A su vez, Gabriel Burdín analizó el futuro del trabajo y planteó los desafíos que conllevaría una eventual reforma educativa en el país.
¿Qué posibles soluciones ve para el problema del empleo, que se ha acentuado como consecuencia de la crisis sanitaria?
El núcleo central de la política económica en Uruguay descansa en una idea: el compromiso con la austeridad fiscal, aun en un marco de necesidades sociales crecientes, y las expectativas de que no habrá aumentos de impuestos en el futuro alentarán la inversión, el crecimiento y el empleo.
Acabamos de conocer los preocupantes datos de la economía uruguaya en el primer trimestre y las perspectivas del empleo no son alentadoras. Resta saber qué sucederá con las empresas y empleos protegidos por los esquemas de seguro de paro parcial, cuando estos se discontinúen, si las empresas no enfrentan un escenario firme de recuperación de la actividad.
Todo esto se da en el contexto de una estrategia sanitaria que no impuso restricciones importantes a la movilidad, salvo el cierre de escuelas, y toleró niveles de circulación del virus y mortalidad elevados. Como era previsible dada la tradición del país, una vez que las vacunas finalmente estuvieron disponibles, la vacunación avanzó rápidamente.
¿Qué rol debería tener la inversión pública en ese contexto?
La inversión pública debería tener un rol mucho más potente, junto a otras políticas de empleo y de fortalecimiento del sistema de protección social. La formación profesional y la capacitación laboral son también claves en un momento de fuerte reestructuración empresarial.
Por otro lado, la perspectiva de la negociación salarial parece exclusivamente centrada en la moderación salarial, pero hay una agenda vinculada a la productividad, el cambio tecnológico y la participación de los trabajadores en aspectos de la gestión de las empresas que requiere ser atendida.
¿Cómo analiza el futuro del trabajo? La pandemia aceleró algunos cambios que ya se venían implementando, como el teletrabajo. ¿Cree que esa modalidad llegó para quedarse?
Estimaciones disponibles para Europa indican que el teletrabajo total o parcial superó el 40% de la fuerza laboral en 2020. En Estados Unidos, los estudios muestran que la incidencia del teletrabajo llegó a representar el 45% de las horas trabajadas durante la pandemia, cuando la incidencia prepandemia era del 5%.
Empresas y trabajadores experimentaron, hubo aprendizajes organizacionales, inversiones en tecnología y equipamiento, y posiblemente cambios culturales en las actitudes hacia el teletrabajo. Esto determinará cierta inercia, el teletrabajo será mayor que en la situación prepandemia, aunque menor en comparación a los picos verificados durante 2020. Pero es importante no extrapolar mecánicamente las tendencias de los países desarrollados a nuestra situación.
¿Qué puede decir sobre el caso de Uruguay, entonces?
El economista Rafael Guntín estimó que apenas un 22% de los ocupados en Uruguay tienen la potencialidad de teletrabajar. Dada la estructura ocupacional del país, pocas personas pueden teletrabajar. En promedio, se trata de personas de altos ingresos relativos y educadas, empleadas principalmente en el sector financiero, de las TIC, educación y servicios profesionales.
Estas estimaciones daban cuenta de la potencialidad de teletrabajar. Cuando uno mira las cifras del INE sobre la incidencia efectiva del teletrabajo durante la pandemia, se observa que Uruguay utilizó al máximo su capacidad potencial de teletrabajo. Este llegó a 19% de ocupados en abril-mayo de 2020 y luego fue cayendo y volvió a subir para llegar al 19% en abril de este año. Es posible que exista cierta inercia de la pandemia hacia una mayor incidencia del teletrabajo y de modelos híbridos de presencialidad, pero no hay que perder de vista que se trata de un segmento muy específico y acotado del mercado laboral.
¿Cuán importante sería llevar adelante una reforma educativa, considerando ese escenario futuro del mercado laboral?
La pandemia suma más presión a los desafíos que ya tenía el sistema educativo. ¿Cómo vamos a compensar el efecto que tuvo sobre los aprendizajes y las desigualdades generadas? Esto es hoy tema central de discusión en el mundo. Ahora necesitamos una buena línea de base sobre los impactos de la pandemia en la educación y en la salud mental de niños, niñas y adolescentes.
Tengo la impresión de que apenas conocemos la punta del iceberg de todo lo que ha sucedido en estos meses. En el mundo se discute sobre la implementación a gran escala de sistemas de tutoría y apoyo extracurricular en grupos reducidos. Un problema es que los aprendizajes son acumulativos, por lo que, de no abordarse estos problemas a corto plazo, todo el ciclo formativo de esta cohorte y su vida laboral y social se verá comprometida.
Nuestra baja tasa de culminación del liceo es inaceptable dado el nivel de desarrollo relativo que tiene Uruguay. Hay mucha gente competente en el tema que ha marcado orientaciones. Hay que generar un shock en el prestigio social de la actividad docente. Esto implica mejorar condiciones salariales y de trabajo y los mecanismos de formación y selección en la función docente.
No existe reforma educativa sin acuerdos sociales y políticos amplios y duraderos. Tampoco se pueden implementar cambios sin ampliar de forma sostenida en el tiempo la dotación de recursos presupuestales. Las necesidades de nuestra educación, acrecentadas por la coyuntura de la pandemia, entran en tensión evidente con la política de austeridad fiscal que practica el gobierno. Cultivamos el caldo de una sociedad desigual y de baja productividad, donde un amplio segmento de la población no podrá aprovechar las oportunidades del cambio tecnológico.
El economista Ignacio Munyo, en una reciente columna en El País, destacó los “resultados muy interesantes que se logran” a nivel educativo en las Fuerzas Armadas, dando a entender la importancia de que dicha institución sea tenida en cuenta para resolver el problema de la educación en el mediano y largo plazo. ¿Qué opinión le merece?
No conozco los estudios que fundamentan eso. Comparar los resultados que se obtienen en los institutos de educación militar con el sistema general es obviamente problemático. Primero, los estudiantes que asisten a estos establecimientos posiblemente no sean representativos de la población estudiantil general; tienen motivaciones y trayectorias particulares que los llevan, junto a sus familias, a preferir esa opción.
Segundo, hay que comparar estudiantes que reciben una propuesta educativa homogénea. Si en un caso hay horario extendido, con actividades y apoyos extracurriculares, luego los resultados de esos estudiantes no son necesariamente atribuibles al tipo de institución educativa.
Se habla mucho de las competencias que se requieren para el futuro del trabajo, para complementar las nuevas tecnologías: la creatividad, el pensamiento crítico, la empatía, el trabajo en equipo, entre otras. No creo que las instituciones de educación militar, donde por su propia naturaleza se enfatiza la obediencia y el mando jerárquico, sean el mejor contexto para desarrollar este tipo de competencias.
Existe además evidencia (Martín Rossi y coautores publicaron un interesante estudio para Argentina) de que el servicio militar tiene efectos de largo plazo en la personalidad, incluyendo el desarrollo de una mentalidad autoritaria, mayor predisposición a aceptar el uso de la violencia para resolver conflictos, a apoyar golpes de Estado, entre otros. Estos estudios explotan el hecho de que la asignación al servicio militar se realiza por sorteo. El servicio militar no es lo mismo que la educación en institutos militares, pero hay normas y estructuras valóricas comunes que son innegables.
Más allá de estas cuestiones, el problema de Uruguay pasa por mejorar el sistema educativo público general. Los problemas de nuestra educación a veces se prestan para ofrecer atajos fáciles. No se trata de prejuicios, respeto mucho las distintas opciones educativas. Pero no conozco países donde los progresos educativos se hayan producido apostando a la educación en institutos militares.
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