“Nunca hay buen viento para el marinero que no tiene claro el destino”. Lucio Anneo Séneca
Abelardo Ramos -el político argentino que cuando le preguntaban su profesión decía “escritor”- solía afirmar ante una imprevisible y traumática situación del país que “la historia aborrece el vacío”, lo que significaba que algún hecho importante debía desencadenarse; esa expresión latina horror vacui (literalmente miedo al vacío) devenía de los pensadores aristotélicos y es por lo que estamos pasando al otro lado del gran río.
En el país donde todo es posible -tanto lo excelso como lo nefasto- la angustia de la incertidumbre va más allá de las formalidades de las recientes PASO, puesto que el hecho político de los resultados electorales cobra dimensión de una realidad incontrastable: la fórmula triunfante Alberto Fernández-Cristina Fernández apareció con una diferencia muy improbable de remontar por el macrismo. Tal situación conforma ineludiblemente una transición presidencial, lo que hace inútil refugiarse tras el velo escurridizo de que recién en los comicios de octubre se sabrá quiénes serán los verdaderos ganadores y perdedores de la compulsa que sacude al país. Lo que no invalida que unos luchen con el fin de achicar la diferencia y otros para agrandarla.
Es por eso que Macri está actuando en su doble función de presidente (“Acá está el presidente real y que sigue gobernando”) y de candidato que sigue peleando su reelección: el último viernes eliminó el IVA (Impuesto del 21% al Valor Agregado, esto es, una carga fiscal financiada por el propio consumidor) a 14 productos de la canasta básica, como leche, pan, yerba mate, harina, entre otros, lo que causó el comprensible enojo de los gobernadores puesto que ese impuesto era coparticipable con las provincias; asimismo congeló las cuotas de los créditos hipotecarios UVA -tomados por quienes accedieron a su única vivienda- y que tienen un componente de indexación dado por el aumento de la inflación. También, en ese orden, congeló el precio de la nafta. Todas estas medidas a la que debemos agregar ahora la sustitución del ministro de Hacienda Dujovne por Hernán Lacunza, seguramente seguirán hasta diciembre, término del período presidencial.
Por su parte Alberto -que había logrado unir al PJ con el kirchnerismo y el progresismo- afirmaba que Cristina era “su amiga”, lamentándose por la resolución 125 y afirmando “que no se puede pensar un país sin el campo”, agregando llamativamente que “nosotros somos algo nuevo, somos mucho más que el kirchnerismo”. Ello lo hacía en su condición de candidato y, a la vez, como un presidente virtual que actúa con razonable sensatez para mantener la imprescindible gobernabilidad y evitar males mayores que podrían perjudicar su futura gestión (diálogo telefónico con Macri y posteriores declaraciones), ello posibilitó frenar la descontrolada subida del dólar estadounidense.
Hasta el mismo Lavagna, tercero en las PASO, dio un mensaje pidiendo suspender la campaña electoralista hasta “recuperar la estabilidad socioeconómica y financiera”, reclamando “convocar a una mesa de consenso para buscar soluciones para los más humildes y con más urgencias”. Todo esto no hace más que poner de relieve la inutilidad total de estas primarias simultáneas y -encima- abiertas y obligatorias, lo que además le significó al Estado en plena crisis ¡una erogación de 4.500 millones de pesos para esa encuesta de súper lujo!
Es imprescindible, en consecuencia, continuar el diálogo, esencial para alejar un escenario de probable default, asegurar la convivencia y encauzar las reyertas cívicas con sus secuelas de caos e incertidumbre. No obstante, es justo observar también que esta crisis es distinta a la del ’89, donde la transición política fue descarrilada por la falta de acuerdo entre el sucesor electo Carlos Menem y el presidente Alfonsín; también muy diferente a la del 2001, puesto que ahora hay reservas de libre disponibilidad y no existen riesgos en el sistema bancario. Pero, digamos, que sigue siendo totalmente cierto que continúa brillando como telón de fondo la misma historia circular de la Argentina.
El que esto escribe, señaló en su reciente libro “Argentina en su Laberinto – Nuestro ADN y el Paraíso Pendiente”, que -teniendo en cuenta nuestro encuadre de heredades- “bien nos podemos preguntar si hay algo que hace que nuestra historia sea una sucesión de desencuentros intergeneracionales, en donde pasamos de la desavenencia a la división entre dos partes de una misma sociedad; en donde, aturdidos por las vorágines constantes de las desventuras, solemos elevar la apuesta y transformar el país en un campo abierto de múltiples sectores hostiles entre sí, avalando -por acción u omisión- la nefasta continuación de una ‘clase dirigente’ integrada por una larga caravana de aspirantes a caciques políticos y de figuras empresariales y gremiales anacrónicas (…) Eso que nos hace ignorar los valores y principios, no aguantar el orden y lo sistemático, que nos obliga a descalificar y denigrar al otro, a querer demostrar lo que no somos, a ser proclives al menor esfuerzo, a vivir en la ficción, a transformar lo transitorio en definitivo, a discutir siempre sobre derechos y privilegios pero casi nunca sobre obligaciones”.
Ese eterno corsi e recorsi fue modelando un país imprevisible y encerrado en su propio laberinto, lo que ha ido frustrando las ansias de progreso y postergando nuestros sueños e ilusiones. Debemos, en consecuencia y de una vez por todas decir ¡BASTA! y solucionar los graves problemas que hemos creado y pensar en lo que le vamos a dejar a las generaciones futuras. No tenemos otra alternativa, salvo la de seguir descendiendo hacia el ya no ser, por un siniestro y mismo camino sin final.