“Observa las plazas y calles llenas de obreros que ejercen todo tipo de oficios (…). Unos tejen paños, otros los rematan y los de más allá los peinan y los tunden; más lejos se trabaja el oro y la plata, en labores delicadas y espléndidas: copas, escudillas, joyas engastadas con esmaltes, anillos, cinturones, hebillas. En verdad, podría creerse que la ciudad es una feria permanente, tal es la riqueza que atesora: cera, pimienta, otras especias y gran diversidad de pieles”.
El caballero Gauvin descubre la ciudad (personaje del roman “Perceval” de Chretien de Troyes, 1182).
Cuando entramos en la ciudad y vemos la geometría de los edificios, las calles y sus aceras, no siempre somos conscientes del trabajo que hay detrás, de las miles de manos que obraron el artificio de lo que hoy como ayer denominamos “civilización” o en su otra variante, quizá más amplia todavía: “cultura”. Pero la ciudad o el Estado no es solo el conjunto de edificios, ni el vasto entramado de calles, o su territorio. Es mucho más; la ciudad se compone de las múltiples relaciones humanas que hicieron y hacen posible su desarrollo y su crecimiento, su construcción y su mantenimiento. Dentro de estas relaciones sociales, los gremios y las corporaciones de trabajadores han tenido un papel fundamental, no solo en los servicios y auxilios que se prestaban entre sus asociados, sino por carácter formativo de estas asociaciones, donde los asociados debían tener un alto nivel técnico, y una adecuada capacitación para las tareas de desarrollar, y por eso la enseñanza de los más jóvenes tenía un valor esencial.
Así, desde siempre fue necesario contratar artífices hábiles y dignos para trabajar en obras que demandaban cierta capacidad técnica, y para ello se formaron espacios de transmisión y cuidado del oficio, como por ejemplo los collegia fabrorum romanos. Estos eran corporaciones de artesanos de la construcción los cuales tenían un alto grado de capacitación. En documentos constaban algunos privilegios que tenían los miembros de estas corporaciones, como estar eximidos del servicio militar y del pago de algunos tributos municipales, con tal de que se dediquen a practicar y enseñar el oficio. De hecho, algunos historiadores tienen la hipótesis de que existía una continuidad entre estas instituciones romanas y los gremios y las cofradías medievales. Quizá, prueba de ello era lo que decía Beda, el Venerable, que hacia el año 675 en Northumbria, su maestro Benito Biscop pudo construir dos iglesias al uso romano, tras contratar albañiles y obreros procedentes de las Galias. Esto demostraba que tras las invasiones de los pictos, anglos y sajones, ya no existían trabajadores calificados en Bretaña.
Según Arnold Hauser, había muchas similitudes entre lo que fue construir un edificio gótico en el siglo XII y rodar una película en el mundo contemporáneo, destacando el aspecto colectivo de la obra, pero la diferencia era que un director de cine trabaja en cada película casi siempre con un personal distinto, y en cambio en los gremios medievales el Magister Lapidarum tenía un equipo fijo de operarios que se iba incrementando según las necesidades de la obra.
Los gremios del medioevo
En el mundo medieval estas asociaciones tuvieron un importante papel y según las regiones se les llamaba: “métiers” en Francia, “guildes” en la Europa del Norte, “handwerke” en los países germánicos, “mysteries” en Inglaterra, “arti” en Italia, “artes” en Cataluña, “mesteres” u “oficios” en Castilla. Todos funcionaban “a la vez como grupos de parentela artificial, cárteles de autorregulación e instrumentos de control del poder económico por el poder político” (J. Le Goff).
De ese modo, la subsistencia de un oficio, como podrían ser, los constructores picapedreros, los carpinteros, albañiles, los panaderos, herreros, etc., siempre estuvo respaldada por una cofradía o gremio. La palabra “gremio” deviene etimológicamente de la raíz indoeuropea, “ger”: reunir, de donde deviene la palabra griega “ágora”, lo que nos indica la importancia de la unión y la asociación entre trabajadores para mantener un oficio que les dignifique, y del rol especial que han jugado estas asociaciones en la construcción de nuestros Estados.
Las primeras asociaciones juramentadas que surgen fueron las guildes de mercaderes, en el s. XI, que luego se extienden al mundo del artesanado bien para organizar y proteger la producción. Durante s. XIII y XIV, los trabajadores de distintos sectores se afiliaron a un gremio y de esa manera las asociaciones fueron creciendo, escindiéndose y reproduciéndose. En París, en 1260, el artesanado tenía 130 gremios, 22 de ellos dedicados al hierro. Además, según el oficio que practicaban los habitantes de una calle o de una zona en particular, se fue configurando la identidad de un barrio, de un territorio determinado, generando una trama cuyos lazos sociales se basaban en compartir un aprendizaje, un trabajo, una actividad en común.
Otro aspecto interesante de estos gremios durante la Edad Media era su elasticidad en lo que concernía a su espacio de acción. Los gremios como asociaciones laborales le daban al trabajador cierta seguridad a la hora de trasladarse, tanto si era por la obra en las que era requerido, pues los encargos de la construcción provenían de Chartres, Reims, Barcelona, Colonia, Viena, etc., por lo que los trabajadores no iban solos, y aún en el extranjero mantenían toda una estructura funcional en torno a ellos, o bien si un trabajador deseaba mudarse de sitio, podía en el extranjero afiliarse a otro gremio que le acogiese y le asegurase cierta contención.
En cuanto a la calidad del trabajo, hay datos que vale la pena rescatar. Por ejemplo, el trabajo nocturno estaba completamente prohibido. Los días festivos ascendían a 100, contando días festivos religiosos, domingos y las fiestas propias de cada gremio, además de otras celebraciones suplementarias como lo eran bodas, bautismos, etcétera. Los talleres cuidaban siempre de tener un determinado número de aprendices que no era excesivo sino adecuado para poder transmitir el oficio. A su vez, los talleres estaban abiertos al público para que los clientes pudiesen ver ellos mismos el proceso de la realización de los productos, dándole al consumidor mayores garantías. Cada ciudad competía por la calidad de sus productos, llegando a ser algunas de ellas muy importantes según el sector. En el caso de las textiles, los paños llevaban un sello de cera o plomo adosado a cada pieza de paño como un certificado de calidad. El sello daba fe del origen de la pieza.
Instrumentos de asistencia mutua
En conclusión, las asociaciones de trabajadores desde tiempos remotos revalorizaron el trabajo y fueron la piedra fundamental del desarrollo urbano de Europa occidental. Además, no solo fueron un instrumento de asistencia mutua, sino que tuvieron un papel político, con una participación activa, lo que demuestra en cierta manera la importancia que tenían los gremios dentro de la sociedad de la época, llegando a ocupar cargos representativos como por ejemplo dentro del Concell de Cent en Barcelona, en el cual en el año 1302 ocupaban entre todos los trabajadores afiliados unas 39 plazas. En cada ciudad también se celebraban las procesiones de los oficios, Martino da Canal afirmaba que en 1268 en Venecia el cortejo iba presidido por los herreros, seguidos por peleteros y orfebres.
En la actualidad, cuando el individuo parece ser el centro del mundo y el individualismo pareciera ser el único sendero hacia el éxito, resulta imprescindible rescatar estas asociaciones, mediante las cuales los trabajadores lograron superar circunstancias difíciles y desarrollar un espacio económico y cultural en el que pudieron vivir dignamente mediante sus manos. También cobra mayor relevancia la labor pedagógica de los gremios, ya que ellos han sido el germen de lo que después terminó derivando en la llamada “educación técnico-industrial”. Una vieja costumbre de los campesinos medievales era al inicio de año, el solsticio de invierno, poner una imagen de Jano con sus dos caras –una mirando hacia el atrás y otra hacia el futuro–, con el fin de recordar los aspectos pasados que deben ser tenidos en cuenta en el porvenir. Así nosotros desde el presente, debemos resolver el inexorable enigma que nos toca vivir, y quizá la memoria de ciertas instituciones, hechos, trabajos y obras de nuestros antecesores resulten una motivación y una herramienta necesaria para construir nuestro futuro.
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