Guerras justas. De Cicerón a Iraq. Alex j. Bellamy. FCE, 414 págs., 2009,
Un ensayo que nos obliga a cuestionarnos temáticas que definen no solo la Historia, sino la comprensión de nuestro tiempo. ¿Hay guerras legítimas? ¿Cómo debe regularse el uso de la fuerza? ¿Cuáles son las guerras “justas” en las que está justificado luchar y matar?
Desde el saqueo de Jerusalén por los cruzados cristianos en 1099 hasta la violencia genocida en los Balcanes y en el África subsahariana, muchos conflictos armados se han convertido en matanzas masivas. Para responder a estas y otras cuestiones claves vinculadas con las guerras y la política mundial actual, Alex Bellamy realiza un seguimiento de la tradición de la guerra justa y de las numerosas controversias que le dieron forma durante dos mil años para presentar un nuevo enfoque según el cual lo que se considera legítimo en cada caso depende del equilibrio entre las principales subtradiciones que conforman dicha tradición. Así, inicia su análisis en los primeros pensadores que abordaron el tema en la antigua Grecia, el Imperio romano y la Iglesia cristiana primitiva, incluyendo a Ambrosio y Agustín. Examina el Derecho canónico y el escolasticismo durante la Edad Media y también la tradición de caballería que estableció reglas de conducta respecto de la captura, el trato y el rescate de prisioneros. Finalmente, se ocupa de los enormes cambios que se generaron en la era industrial a partir de los avances tecnológicos en armamentos, comunicaciones y logística que exigieron la movilización de sociedades íntegras.
¿Es posible defender el principio de inmunidad de los no combatientes? ¿Se justifica el terrorismo en determinadas circunstancias? Las guerras contemporáneas plantean nuevos dilemas normativos que son explorados en relación con la tradición de la guerra justa, especialmente aquellos vinculados con el terrorismo, la autodefensa preventiva, los bombardeos aéreos y la intervención humanitaria.
“Aproximadamente en el año 45 a.C, Cicerón escribió que había dos maneras de resolver una disputa: mediante la discusión o por el uso de la fuerza física. Su conclusión es que: la primera es propia del hombre, la segunda lo es de las bestias. Debemos, por lo tanto, recurrir a la fuerza solo cuando no podemos valernos de la discusión. Por consiguiente, la única excusa para ir a la guerra es poder vivir pacíficamente sin sufrir daño alguno. Cuando se logra una victoria, debe perdonarse a todos aquellos que no han demostrado ser sanguinarios ni bárbaros en el ejercicio de la guerra.
Si no se establecen limitaciones éticas ni legales a la decisión de iniciar una guerra (jus ad bellum) y la manera de conducirla (jus in bello), esta no es más que el uso de la fuerza bruta, no se distingue, por lógica, de la matanza masiva. La guerra suele presentarse de este modo. Durante la Edad Media, el código de caballería regía las relaciones entre caballeros, se creó un complejo sistema de reglas respecto de su captura, el trato a los prisioneros y su rescate. La masacre que se llevó a cabo durante la Primera Guerra mundial estuvo casi exclusivamente dirigida a los combatientes, fue brutal y horrorosa, pero no irrestricta. Aún en la Segunda Guerra Mundial, hubo algunos momentos de restricción.”
Según Clausewitz la guerra debe entenderse como nada más que la continuación de la política por otros medios. La guerra refleja la política que la impulsa. Cuando las guerras están impulsadas por el absolutismo religioso o ideológico, doctrinas de superioridad racial, pretensiones nacionalistas territoriales, la acumulación de poder económico y político por medio del terror o disputas acerca de la naturaleza del orden nacional mismo, es muy probable que se degraden a la barbarie.
Un texto clave, muy recomendable.
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