Enfrentando la férrea oposición de los círculos financieros privados –parapetados en la prensa, la intelectualidad y la política–, don Federico Vidiella consigue establecer el principal instrumento de desarrollo económico que conociera nuestro país
La lección constante de la historia fue que el país tenía necesidad de un Banco nacional sólidamente estructurado y defendido por su estatuto legal… Hombres públicos, negociantes, industriales y comerciantes adquirieron la convicción de que, no obstante la impresión dejada por la quiebra del Banco Nacional, tal era el medio de estimular las fuerzas económicas del país y crear los elementos necesarios para que la producción, la industria y el comercio lograran la deseada expansión y desarrollo. El Banco Nacional, no obstante su accidentada vida, los tremendos perjuicios que provocó su caída y la honda crisis que precedió y sucedió a ésta, ejerció una grande influencia sobre la economía general. La campaña del país, casi huérfana hasta entonces de la asistencia bancaria y sujeta al régimen de usura de los prestamistas particulares, recibió, por intermedio de las sucursales establecidas por aquel Banco en las principales poblaciones del país, los beneficios del crédito personal. La celosa asistencia que aquellas filiales prestaron a la producción, el comercio y la industria rural alcanzó también a los pequeños productores y a los pequeños comerciantes. La clausura de aquellos organismos de crédito y el regreso al régimen usurario de los prestamistas particulares y de las garantías reales provocó una honda depresión y fue nuevo factor de crisis que se unió a los que ya gravitaban sobre la economía pública para hacer más sensible el estado de postración económica en que se hallaba el país. La campaña ansiaba, pues, la restauración del crédito bancario, y con ella lo deseaba también el comercio y la industria urbanos que carecían de fuentes amplias del mismo, pues la banca particular, como consecuencia de la crisis, había restringido severamente las operaciones.
En estas circunstancias, el presidente de la República don Juan Idiarte Borda, que había concebido el proyecto de crear un banco nacional, y su ministro de Hacienda, don Federico R. Vidiella, que también participaba de esta aspiración que respondía a sus ideas económicas, a la experiencia adquirida en sus empresas industriales y mercantiles y al conocimiento que poseía del medio ambiente rural, resolvieron llevar adelante la iniciativa. Como paso previo, a fin de explorar la opinión pública y obtener el pronunciamiento de los hombres de negocios, en el Mensaje anual dirigido a la Asamblea General en febrero de 1895, al examinar la situación económica del país, el Poder Ejecutivo sugirió la conveniencia de la fundación de nuevos organismos de crédito y dijo que sólo esperaba que la acción privada se manifieste para apoyarla ante la legislatura. La invitación del gobierno no tuvo eco en los círculos financieros donde, sobre el interés social, primaba todavía el sentimiento de los damnificados por la quiebra del Banco Nacional y la prédica de los últimos principistas de 1873 que, parapetados en la prensa, se mantenían fieles a sus doctrinas económicas y, por su jerarquía intelectual y política, ejercían extraordinaria influencia sobre la opinión pública. El gobierno no cejó, sin embargo, en su propósito. El presidente de la República confió al ministro de Hacienda, la misión de articular el proyecto de creación de un Banco nacional con recursos del Estado.
Extraído de “El Banco de la República en su cincuentenario. Memoria histórica 1896-1946”
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