Gertrudis Gómez de Avellaneda es recordada por una vasta producción literaria que abarca varios géneros, pero también por los avatares de su vida privada en la que mostró un espíritu apasionado y contestatario. También el haberle sido negado un sillón en la Real Academia Española, solo por el hecho de ser mujer, ha contribuido a la imagen de escritora postergada por las limitaciones propias del tiempo en el que vivió, las que sin duda no doblegaron su voluntad de escribir.
Los muchos viajes de “La Peregrina”
Nació Gertrudis en Cuba en una familia adinerada que consintió en darle una educación superior a la que recibían las niñas de su época. Desde temprana edad mostró afición al estudio y habilidad para “representar comedias y hacer cuentos”, como ella misma relata en sus memorias. Vivió en Cuba hasta la edad de 22 años, lo que dará a su obra un carácter especial respecto a otros literatos españoles, por haber conocido una realidad totalmente diferente, aunque en aquel tiempo Cuba formase parte del Reino de España. Valga como ejemplo de esta particularidad, el trato directo que en su infancia y adolescencia Gertrudis tuvo con gente de raza negra, lo que años más tarde le inspiraría “Sab”, considerada la primera novela antiesclavista.
El traslado de su familia a Galicia le hace vivir el primer desarraigo, que expresa muy bien en su poema “Al partir”. España le muestra contrastes sociales como no había visto en Cuba, lo que relata también en sus memorias, donde cuenta la impresión que le causan los mendigos deambulando por las calles de La Coruña.
Al cabo de dos años, en los que continuó su producción poética, aun inédita, se trasladó con su hermano Manuel a Andalucía, en donde comienza a publicar, en periódicos de Cádiz y Sevilla, bajo el nombre de “La Peregrina”.
Se establece en Sevilla, en donde estrena Leoncia, la primera de sus muchas obras dramáticas, pero poco después es en Madrid donde la autora cosecha los primeros éxitos con la publicación de poemas, a los que siguen las novelas: Sab (1841), Dos mujeres (1842), Espatolino (1844) y Guatimozín (1845), logrando notoriedad y el respeto de intelectuales y literatos de la época, pese a su doble condición marginal de americana y mujer.
El peregrinar por la geografía fue una constante en la vida de Gertrudis: pasa un tiempo en Burdeos en donde muere su primer esposo, vuelve a residir años en Cuba y termina sus días en Madrid. Pero también en su vida amorosa ella ha sido una peregrina y de eso se ha hablado quizá en demasía, tal como señalan algunos de sus comentaristas, exceso que puede entenderse no solo por la crítica maliciosa de la sociedad de la época, sino porque la propia obra de Gómez de Avellaneda es transparente en cuanto a sus amores con frecuencia tormentosos. De todos ellos, los más recordados son su relación en Sevilla con el entonces estudiante Ignacio de Cepeda, de la que se conserva un abundante intercambio epistolar y con el poeta García Tassara, con quien tiene una hija que vive apenas unos meses sin que su padre acceda a conocerla. Pero también con los dos que fueron sus maridos Gertrudis vivió amores intensos, aunque signados por la fatalidad.
Romántica, aunque algo diferente
La obra de Gómez de Avellaneda, abundante y variada, que abarca poesía, novelas, teatro, textos autobiográficos, leyendas, devocionarios y hasta cánticos religiosos, ha sido siempre considerada un exponente del Romanticismo español. Sin embargo, no pueden desconocerse los elementos diferenciales que aportan el origen cubano de la autora, cuyas primeras lecturas fueron más bien de clásicos franceses.
Si bien la temática de su obra está muy centrada en el amor, también tiene un carácter reivindicativo y de denuncia social, particularmente en las novelas. Su poesía, aún la no religiosa, muestra un gran anhelo de trascendencia, y en obras de teatro Gómez de Avellaneda busca a menudo inspiración en temas medievales o bíblicos. Su Alfonso Munio, drama histórico medieval, obtuvo glamoroso éxito en el estreno, cuando la tragedia clásica estaba totalmente olvidada. No fue este el único de sus dramas inspirado en temas del medioevo y su obra cumbre en el género teatral, compuesta hacia el final de su vida, Baltasar, está basada en un tema bíblico. En cuanto a sus comedias, hay en ellas un espíritu de rebeldía que las hace también típicamente románticas.
Por eso es innegable que la obra de Avellaneda, a pesar de sus matices, puede ubicarse cómodamente en el Romanticismo Hispanoamericano.
De lo que no hay duda es que lo que ha tenido todos los excesos y ampulosidad del romanticismo es la propia vida de Gertrudis. Su primer matrimonio con quien fuera en aquel entonces gobernador de Madrid dura apenas seis meses. Él muere cuando regresaban de París, adonde habían ido en busca de cura para su enfermedad y Gertrudis, desesperada, se interna por un tiempo en un convento de Burdeos. Años más tarde se casa nuevamente, y su marido, por defenderla a la salida del teatro –en donde se acaba de representar la obra de Gertrudis, Los tres amores– recibe una herida que tiempo más tarde le ocasionó la muerte.
En 1853, a pesar de que tenía méritos más que suficientes, fue rechazada la propuesta de Gertrudis Gómez de Avellaneda como miembro de la Real Academia Española. Ella sin duda se habrá sentido molesta, pero no demasiado. Sabía, quizás, que un sitial en la literatura hispanoamericana le esperaba.
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