En Uruguay no hay estudios que nos muestren con números claros cómo el bullying afecta a los niños y adolescentes de nuestro país, pero es un fenómeno que “va avanzando”, dijo Giachero.
Las últimas mediciones, una realizada por Unicef en 2014 y otra de la Universidad de Montevideo en 2012 y presentado en el Congreso Internacional sobre el tema realizado un año después, coinciden en señalar que nuestro país tres de cada diez niños lo sufren. Giachero estimó que los porcentajes se han de mantener más o menos incambiados, pero “si creció no lo sabemos, aunque sí cada vez se habla más del tema y hay algunos liceos que lo abordan aunque no de la forma más adecuada”.
La Organización Mundial de la Salud lanzó una alerta mundial advirtiendo que en 2025 el número de suicidios por bullying será por lo menos 850.000 niños.
La realidad en el mundo es que los niños se quitan la vida “cada vez más jóvenes”, dijo Giachero, y en Uruguay uno se entera de casos de forma reservada que por respeto a las familias uno no pude darlos a conocer. “En Uruguay el 19 % de los suicidios en adolescentes es por bullying y ciberacoso”, aseguró.
Dinámica del bullying
Normalmente se identifica el bullying con el acoso, sin embargo, tiene características particulares. Giachero lo define como el “acoso psicológico, sistemático y repetitivo, sostenido en el tiempo entre pares en un centro de estudios”, y se dispara “cundo un chico se convierte en una amenaza para un hostigador, que puede ser por celos, envidia o por un secreto a proteger.
El hostigador va a tomar la vulnerabilidad del chico” y va a molestarlo “usando esa vulnerabilidad y logrando el mimetismo del grupo porque los demás también se suman”.
La psicóloga consideró que esa vulnerabilidad dependerá del grupo pues la víctima debe tener una característica diferente. Por ejemplo, que no sepa jugar bien al fútbol o tener determinado físico. En muchos casos el niño dice y cree que sufre bullying por ser gordo, bajo o no jugar al fútbol, pero en realidad no es por eso que sufre hostigamiento sino porque se convirtió en una amenaza para el hostigador o la hostigadora. “Es una dinámica muy perversa que en realidad también se da en la UTU, la facultad, clubes deportivos, se da a cualquier edad, siempre en un marco educativo y entre pares”, explicó.
Para las víctimas el daño que se les causa es enorme “porque atenta contra algo que es natural en nosotros que es la pertenencia al grupo, el ser social y eso es terrible para el psiquismo”, aún más grave que la violencia que se recibe por parte de un adulto.
“Toda violencia psicológica es grave, incluso más grave que la física. Los mismos niños que la sufren lo dicen: ‘Ojalá me machuquen porque así puedo mostrar lo que me hacen’, además ‘el machucón se va, pero el dolor que tengo adentro no se va más’, son niños de 6 y 7 años que se expresan de esa manera”, subrayó la profesional.
El hostigador y los cómplices
La violencia desplegada en el bullying “es súper estratégica” con alguien que la dispara (el hostigador) y “los cómplices” que son quienes lo acompañan, pero los roles que cumplen uno y otro “son muy diferentes”. “Quien dispara es un chico con una dificultad que puede ser un trastorno disocial, antisocial” o “tener una psicopatía”; pero “los primeros cómplices que se suman son chicos que tienen muy baja autoestima, que quieren jugar en primera” y encuentran la forma siendo “guardaespaldas del acosador o la acosadora”. Estos “guardaespaldas se encargan de conseguir más adeptos y que el grupo crezca, porque en la medida que lo haga más poder tendrá el hostigador y más miedo va a generar en el resto. Los demás que se van sumando lo hacen por miedo o porque lo convencen que la víctima se lo merece”. Para convencerlos “inventan cosas: ‘dijo tal cosa de vos’, ‘estaba mirando a tu novio’ o ‘quería salir con tu novia’. Inventan para ir generando adeptos y el efecto del mimetismo que son las células espejo, hacen que la gente se vaya sumando”, describió.
Un dato revelador es que según una investigación realizada en España señala que el 60 % de los chicos que disparan dinámicas de bullying, delinquen antes de los 21 años; y la criminóloga argentina María Laura Quiñones investigó criminales presos en los que todos participaron de dinámicas de bullying.
Otros “estudios colocan al bullying como la escuela de todas las violencias, y los niños lo dicen ellos mismos: aprenden a no ser solidarios, a ser cómplices, a callarse, a agredir y que no pase nada”.
Mobbing: acoso en el lugar de trabajo
El mobbing se define de forma similar que el bullying: “Es el acoso sicológico, sistemático y repetitivo, sostenido en el tiempo en el ámbito de las relaciones de trabajo. Incluso puede ser profesional”; otra diferencia destacada por Giachero es que “en el mobbing los disparadores son muchos más que en el bullying: celos, envidia, secretos a proteger, corrupción, reivindicaciones sindicales (pedir o protestar por algo y convertirte en una amenaza para un jefe o compañero), etc.”, y se puede dar de forma ascendente, descendente u horizontal, y también de forma combinada.
A diferencia del niño que tiene que ir a estudiar “el adulto tiene que ir a trabajar pero como adulto tiene muchos más recursos” para afrontar lo que le pasa, y el abordaje del problema depende de la situación de la persona, “de la edad, si trabaja en empresa público o privada, sus recursos económicos, recursos afectivos, otras posibilidades laborales, posibilidades de jubilación o prejubilación, o hasta irse del país en casos de trabajos muy específicos, por ejemplo una especialidad en una profesión que son cinco en todo el país y le hicieron mobbing”.
Aunque las personas salen de situación de mobbing, “después de que se ingresa” en esa dinámica “no se puede revertir” salvo algún caso “en muchos”.
Giachero destacó también que cuando el mobbing comienza y hasta que la persona se da cuenta que está siendo víctima, pasan unos seis meses. “Cuando se da cuenta comienza a ver cómo sale y por lo general terminan en psiquiatras tomando medicación, en sicólogo haciendo la terapia tradicional hablada que no cura sino que profundiza más la herida”, etc. “Pero si el paciente es atendido correctamente y a tiempo, la recuperación es entre 3 y 6 meses”, pero lamentablemente se llega a la consulta “cuando hay mucho deterioro, han perdido el trabajo o están a punto de perderlo”, lamentó.