“El hombre que pierde contacto con la tierra se aleja de sus raíces nacionales y pierde la fe en sus ancestros y sus Dioses”, afirmaba Fiódor Dostoyevski, uno de los principales maestros de la novela moderna, en su obra Los poseídos, premonitoria de la tragedia que experimentaría Rusia cincuenta años después.
La emigración rural hacia los centros poblados es una tendencia mundial, pero nuestro país, en los últimos cincuenta años, ha estado a la cabeza del pasaje de los habitantes del campo a las zonas urbanas o suburbanas, al punto que, al día de hoy, los que permanecen afincados en el hábitat agrario no superan el 5% de la población.
Aunque parezca una paradoja, hoy Uruguay extrae de la tierra el principal sustento de sus habitantes, que a la vez constituye la mayoría de las divisas –ingresos genuinos– en base a productos agropecuarios.
Se calcula en números gruesos que el volumen de estos productos de la tierra catalogados como alimentos podrían dar de comer a veinte veces más del número total de nuestros compatriotas.
Nuestro país viene exhibiendo una estructura demográfica inusual en una América Latina tradicionalmente pautada por altísimas tasas de fecundidad. Debemos reconocer que las reformas que se fueron aplicando en la primera mitad del siglo XX consolidaron un alto grado de bienestar social y un eficiente sistema de salud, que de alguna manera son los responsables de esa demografía similar a los países desarrollados, que se traduce en baja mortalidad pero también en baja natalidad. Y a medida que se va acentuando esta tendencia –aplaudida por muchos– comienza a aflorar la posibilidad del drama de un futuro incierto. ¡Piensese solo en la armonización de la previsión social!
No le damos cabida a ese repetido lugar común, que afirma que lo que nos diferencia del resto de nuestra América, se debe a que somos descendientes de los barcos y por ende lozanos migrantes europeos.
Si bien la Banda Oriental –sirvió de encuadre dilatado a los límites del país independiente– siempre constituyó un territorio poco poblado, hay que reconocer que no se trataba de una tierra de nadie.
Hernandarias, primer gobernador criollo de estas latitudes, no solo introdujo las primeras reses vacunas, sino que también sentó las bases para que cuando esta incipiente riqueza ganadera se consolidara, desde las misiones jesuíticas por él fundadas, se comenzara a realizar el manejo de esta riqueza hasta ese entonces inexistente. Esta “nueva industria”, basada en la comercialización de cueros y cebo (la carne salada o charque era un subproducto menor), llevada a cabo a través de una legión de disciplinados jinetes guaraníes, verdaderos centauros, enfrentando ya sea a los bandeirantes paulistas (mamelucos), ya sea la ávida piratería de la costa atlántica –estos sí venían en barcos–, ya sea a tribus minoritarias, que actuaban en complicidad con los predadores foráneos.
Con la expulsión de la Compañía de Jesús, toda esta bien montada organización se fue al diablo. Se deshicieron las fronteras, los guaraníes retornaron a la atávica vivencia selvática para sobrevivir y no ser cazados y vendidos como esclavos en el mercado de San Pablo.
Las tierras que en su mayoría pertenecían a la Compañía se las repartieron entre los cabildantes y otros acomodados vecinos.
Y los camperos cuidadores de las haciendas, los tapes como le llamaban –que no habían bajado de ningún barco– se fueron adaptando a la nueva situación constituyendose en los primeros pobladores de nuestra campaña, conformada en parte por nuestra población original, tan mestiza como la del resto de Hispanoamérica.
Pero volviendo al presente, con una tasa de natalidad casi negativa, debemos admitir que nuestra población padece un síntoma de riesgoso envejecimiento que nos ubica cercano a los países líderes de estos procesos. Con la diferencia que las naciones que en el mundo padecen esta falencia demográfica han logrado un importante crecimiento económico que Uruguay no posee, y pueden lentamente abrirle las puertas a una más creciente inmigración que no le va a generar problema con sus habitantes.
Para nosotros, este desafío biológico será difícil de superar.
TE PUEDE INTERESAR