Hay placeres que uno olvida debido a la no presencialidad, y hay placeres que uno cree conocer y con alegría se da cuenta de que estaba equivocado. El recital de Raúl “Ciruja” Montero y Anita Pierotti, realizado con un aforo minúsculo en una sala del Palacio Taranco, fue como un reencuentro, además de una excelente muestra de profesionalismo y musicalidad. Desde la elección de un repertorio con sabores criollos, composiciones de Montero, que invitaban a redescubrir aspectos del tango y la milonga hasta el balance –y quiero referirme más a esto– de los intérpretes en la sala.
El recinto contaba con una acústica muy interesante y con el punto justo de eco para que sucedieran maravillas que quizás solo cantantes del calibre del Montero pueden lograr. Como cuando uno llena un vaso de cerveza y la espuma crece hasta el borde, pero no se derrama una sola gota, el volumen en los momentos cenitales que lograba el cantante eran perfectos; y con el ligero eco que quedaba y los pianos súbitos del intérprete, se creaban a veces pasajes a dos voces y sensaciones impactantes de la percepción de la espacialidad del recinto, un lugar que de repente estaba inundado de sonido y en un instante se convertía en un susurro. La voz de Montero no tiene 79 años, es de un brillo y una calidez excepcional, lo que logra manteniéndose días en silencio antes de sus conciertos. Escucharlo la semana pasada fue como escuchar a un barítono en el pico de su carrera.
El dúo también nos regaló un par de piezas italianas muy refinadas y, por supuesto, una canción del Zorzal, tan admirado por Raúl.
La dualidad tanguera y de lo que yo llamaría “lieder criollo” de las canciones eran acompasadas de una manera muy placentera por la guitarra de Anita Pierotti, que se lucía tanto en sus pasajes solistas como en los acompañamientos muy equilibrados y sentidos, sin perder protagonismo en ningún momento del concierto. Tras 25 años de tocar juntos, este dúo ha llegado a un punto de comodidad y horizontalidad tal que es palpable aún para el simple oyente. Espero volver a verlos pronto en una sala grande, como debe ser.
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