Hace más de cuatro décadas que se dedica a la crítica literaria, y desde siempre se ha inclinado hacia la filosofía, la literatura y la historia. Además de ser un escritor y ensayista de gran trayectoria, supo ser crítico de teatro y cine, y editorialista en varios medios. Se define como “políticamente incorrecto” y señala que se reinventa constantemente. Entrevistado por La Mañana, Fattoruso reflexiona acerca de las implicancias de la izquierda en el Uruguay y condena las acciones del Frente Amplio (FA), pero también la “ingenuidad” con la que han actuado los partidos tradicionales.
Con más de 40 años como crítico literario en el semanario Búsqueda, ¿cómo fueron sus comienzos?
Yo siempre tuve inquietud por la filosofía, la historia y la literatura, y me invitaron a escribir crítica de libros en Búsqueda en el año 75. Empecé en el 76, siempre leyendo para otros. ¿Cuál es la función del crítico literario? ¿Juzgar el libro? No, meditar acerca del libro. Juzgar es fácil, en cambio, comprender, hacerlo asequible e interesante para los potenciales lectores, es la función que debería cumplir la crítica. Siempre traté de manejar aquellas corrientes que son dificultosas y que merecen ser conocidas de una manera reflexiva. Se trata de volver a pensar lo que se ha pensado, esa es la función que cumple en cada generación la filosofía.
¿Cómo se hace para tener una continuidad de tantos años? ¿Se tuvo que reinventar?
La libertad de elegir lo que comento es lo fundamental. Si hubiera tenido que circunscribirme a una escuela, a un estilo, seguramente estaría cansado. Yo he estudiado a fondo muchos temas como la cultura griega, comenté casi todas las tragedias antiguas, las presenté como si fueran libros que acababan de salir, lo mismo con la cultura romana. El mundo de los libros es infinito, entonces me reinvento de semana en semana porque siempre salgo a buscar la dificultad, no la novedad.
Empezó a escribir en plena dictadura. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?
Búsqueda fue censurada en determinada ocasión por algún editorial de Ramón Díaz. Yo nunca tuve problemas con la censura en ningún período y siempre fui políticamente incorrecto. Los que escribían de política o de economía tenían dificultades, pero a mí no se me dio.
De a poco se fue haciendo camino hacia otros medios como diversos diarios, la televisión, la radio. ¿Cómo fue ese proceso?
Mis columnas de Búsqueda eran de opinión, no eran estrictamente una crítica literaria en el sentido de faena informativa de las novedades editoriales, nunca hice eso. Como desprendimiento de eso empecé como editorialista, que también es una tarea de orden reflexivo. Lo hice cerca de 10 años en La Mañana, después pasé al diario El Día, donde fui editorialista y redactor responsable. Además fui editorialista del diario Últimas Noticias, hice crítica de libros en la televisión y luego me llamaron de radio Sarandí, donde ya hace más de 26 años que mantengo una columna semanal. Para mí es un solo acto, yo distingo un medio de otro a la hora de comunicar,
pero en cuanto a la inquietud, al contenido comunicativo, es indiferente la televisión, la radio o el material escrito; me siento cómodo en cualquiera de los tres.
¿Qué lo llevó a escribir libros?
La propia crítica. Cada vez que abordé un tema lo hice con una perspectiva de expandirlo y eso me llevó a ver algunos asuntos que me interesaron más que otros. Por ejemplo, un episodio de la vida de Pascal, el filósofo, me llevó a investigar el asilo en el que pasó sus últimos años, un monasterio, que fue una de las escuelas más importantes de la historia de Europa, que es la Abadía de Port-Royal. Me dediqué a estudiar eso, hice una investigación y traduje documentos. Me especialicé en el siglo XVII y publiqué ese libro, pero es como un desprendimiento natural; cuando descubro un autor leo todo lo que hay sobre él y escribir es el último proceso, es el que menos me interesa, el que más me interesa es estar en diálogo con lo que se ha dicho, confrontar a los autores. Ahora estoy por publicar un trabajo sobre Borges, autor en el que también me especialicé.
¿Qué lo llevó a escribir libros?
La propia crítica. Cada vez que abordé un tema lo hice con una perspectiva de expandirlo y eso me llevó a ver algunos asuntos que me interesaron más que otros. Por ejemplo, un episodio de la vida de Pascal, el filósofo, me llevó a investigar el asilo en el que pasó sus últimos años, un monasterio, que fue una de las escuelas más importantes de la historia de Europa, que es la Abadía de Port-Royal. Me dediqué a estudiar eso, hice una investigación y traduje documentos. Me especialicé en el siglo XVII y publiqué ese libro, pero es como un desprendimiento natural; cuando descubro un autor leo todo lo que hay sobre él y escribir es el último proceso, es el que menos me interesa, el que más me interesa es estar en diálogo con lo que se ha dicho, confrontar a los autores. Ahora estoy por publicar un trabajo sobre Borges, autor en el que también me especialicé.
Juzgar es fácil, en cambio, comprender, es la función que debería cumplir la crítica
¿Se publicaría este año?
Sí. Este año, además, publiqué un trabajo sobre el liberalismo de tipo reflexivo en relación al lenguaje políticamente correcto, que es una infamia, y cómo el liberalismo tiene que abrirse espacio para no quedar prisionero de esas prohibiciones. Hay palabras que hay que empezar a usar de nuevo, como la palabra enemistad, por ejemplo, que tiene tan mala prensa. En política hay adversarios y hay enemigos. Los adversarios son los que tienen métodos parecidos a los nuestros y objetivos tácticos diferentes, los enemigos son los que buscan la destrucción de nuestros propósitos y desarmarnos por todos los medios. No todos los actores políticos de hoy son adversarios, algunos son enemigos juramentados de nuestro orden, de nuestros valores y tradiciones.
¿Por ejemplo?
El FA en general, pero el Partido Comunista en especial. El marxismo aspira a crear una sociedad sobre la base de la negación de la familia y de la propiedad privada, para operar su cambio en el que cree fervorosamente. Sus teóricos sostienen que hay que destruir a la familia y que hay que expropiar. Eso es una postura bélica, revolucionaria, no es una diferencia táctica. La ideología de género que se ha instalado en el país con la complicidad de la mayoría de los partidos políticos, también se funda sobre el principio de la enemistad. El error de los políticos miopes es confundir a los enemigos con los adversarios. Esa ingenuidad que han tenido muchos partidos políticos, básicamente los partidos tradicionales, ha llegado a que el país terminara enajenado y resulte extraño. El Uruguay se acostó una noche de una manera y se despertó de otra, en un país extraño. Nosotros no nos reconocemos en la sociedad en la que estamos viviendo.
¿A quiénes se refiere cuando dice “nosotros”?
A mi generación. Es difícil reconocernos en un país en el que se promueve el cambio de sexo entre los niños, se lo bendice, se lo estimula. Se han perdido todas las barreras. La intangibilidad de los niños es un principio básico; ellos tienen que estar al margen de cualquier resentimiento o manipulación política. Se ha buscado la destrucción de la familia y se ha conseguido. La política ha entrado en el seno del hogar, lo ha destruido y ha atomizado a las personas, por eso existe una suerte de aislamiento; los individuos no pertenecen a una congregación, a un conjunto de valores, no tienen ningún tipo de identificación.
Si hubiera tenido que circunscribirme a una escuela, a un estilo, seguramente estaría cansado
¿En qué sentido sostiene que se ha destruido a la familia?
En el sentido de la destrucción de valores de respeto, de identidad, de confianza, de aquellos vínculos que ponían al grupo en una relación de intimidad. Hoy el Estado ha intervenido de una manera tal que los hijos miran con recelo a sus padres.
¿De qué formas ha intervenido?
Por ejemplo, un hijo puede tomar una serie de decisiones como menor de edad aunque sus padres no estén de acuerdo. Esta es una sociedad hipócrita gobernada por el enemigo. Aquí consideran menor de edad a cualquier asesino de 17 años. Un ladrón, violador profesional, rapiñero, asesino consuetudinario e implacable, es un inocente menor de edad, pero alguien de 14 años tiene una serie de libertades frente a su familia que no se le reconocían antes.
¿Qué tipo de libertades?
La elección del género, por ejemplo, que es una cosa muy grave en un menor de edad. Que los adultos hagan lo que les plazca, pero que el Estado no se meta en el seno de la familia para usurpar el lugar de los padres en la educación y en la vida de sus hijos. Se ha convertido a este país en un laboratorio de teorías que andan circulando por el mundo y que coincidentemente aparecen en todos los países, y Uruguay ha hecho caudal de todo eso. Aquí se dio una perversa coincidencia entre los objetivos del marxismo de destruir la base de la familia y los intereses misteriosos de una legislación internacional que ha diseminado por el mundo la ideología de género, así como la necesidad de reformar el Código del Proceso Penal (CPP) cargando la vocación de inocencia y de perdón sobre los asesinos y los rapiñeros. Todo el sistema político aprobó el CPP que le permite al delincuente arrepentirse públicamente y seguir delinquiendo sin que nadie le pida cuentas. La ley perdió su carácter disuasivo. La cultura de la sociedad ha sido lastimada. Este gobierno ha contado con el invalorable apoyo de los partidos tradicionales para llevar adelante esta obra destructiva de las estructuras fundamentales que han mantenido cohesionada a la sociedad. Por eso decía que uno se despierta en un país desconocido, no porque haya habido renovación generacional, que siempre la hubo, sino porque hay extrañamiento.
En política hay adversarios y hay enemigos
¿Usted adjudica ese “extrañamiento” a los gobiernos de izquierda?
No, esto es una decadencia que empezó hace mucho tiempo. La izquierda tuvo una preciosa coincidencia con una serie de novedades que vienen desde algunos grupos de presión internacional, que quieren bajar la población, que hacen experimentos para ver cómo podría funcionar una sociedad en la que se liberara la droga o en la que a los delincuentes se les palmeara el hombro en lugar de meterlos a pagar por sus delitos. Esos experimentos contaron con la complicidad ingenua o cínica de los partidos tradicionales, pero vinieron a coincidir con un propósito central de la izquierda, que es deteriorar las bases del sistema capitalista occidental y cristiano sobre el que está edificada la sociedad uruguaya. Por suerte o por desgracia todavía están de pie muchas sociedades comunistas para mostrarnos lo que significa el comunismo en el gobierno. Les habría costado muchísimo a las fuerzas marxistas de este país alcanzar el grado de destrucción que se alcanzó si no hubieran contado con el apoyo de los partidos tradicionales.
¿Qué significó la izquierda para el país en el aspecto social, en cuanto a la baja de la pobreza, de la indigencia, y la generación de derechos?
Ellos generaron una máquina de engendrar pobres desde el momento en que se le dio dinero a la gente para que no trabajara. Lo que hicieron fue crucificarlos en la pobreza y, al deteriorarles la educación y al fomentar el uso de la droga, los llevaron al campo del delito. Para conseguir miserablemente votos pusieron a tres o cuatro mil personas durmiendo en la calle, dándoles dinero para que lo gasten a su antojo, en drogas, en lo que fuera. La sociedad bajo los gobiernos de izquierda expulsó a esas personas, pero se les paga; no hay nadie en este país que no sea asistido. En lugar de promover una cultura del trabajo, de la aplicación al estudio, se promovió una cultura del deterioro. Yo veo gente durmiendo en la calle que tiene 18-20 años, y es el único país del mundo en el que uno ve a las 10 de la mañana o a las tres de la tarde jóvenes de 20-25 años en el parque o en la rambla; es un país de desaliento, de fracaso. Esa fuerza de trabajo, esa inteligencia potencial que sin duda debe haber, fue cercenada por la falta de esperanza y de oportunidades. La izquierda ha herido de muerte a toda una generación de uruguayos.
Si no hay seguridad, ningún derecho vale
Recién mencionaba el nuevo CPP. ¿Cómo ve la seguridad hoy?
La seguridad es la primera de las libertades. Si no hay seguridad, ningún derecho vale. Yo tengo derecho a tener un auto, pero salgo a la calle y me lo roban; tengo derecho a la privacidad del hogar, pero me lo copan; tengo derecho a mi propiedad, al producto de mi trabajo, al salario que llevo encima, me lo rapiñan; tengo derecho a mi integridad física, me atacan. Tengo una serie de derechos que solamente existen en el papel, porque al no haber seguridad están en suspenso. Nosotros somos rehenes de la violencia generalizada. Es insoportable vivir en Uruguay, es el período de mayor opresión de la historia. Piense en todas las dictaduras que quiera, en las guerras civiles, y no va a encontrar un período de mayor opresión que este, porque usted en cualquier guerra estaba focalizado en los enemigos del gobierno o de la banda, pero esta violencia que tenemos es imparcial, universal, democrática, dispersada en todos los ámbitos de la sociedad, no hay lugar ni persona que esté a salvo. Por fortuna muchos políticos de los que alientan esta política fueron asaltados o sufrieron violencia, porque no tienen por qué creer en lo que yo digo, entonces es bueno que lo hayan experimentado. El gobierno ha elegido –esto pasó en Venezuela también- sitiar a la población bajo esta forma tercerizada de opresión que es la violencia. El principal problema que la gente tiene es la inseguridad. La peor de las dictaduras es la delincuencia que ambienta el FA.
¿Qué opina del proyecto de reforma constitucional que promueve Larrañaga?
Lo veo muy mal. Larrañaga hace un proyecto que sin duda debe estar bien inspirado pero no tiene en cuenta algunos detalles. Primero que no hay ninguna garantía de que el FA no vuelva al poder, y le va a conceder la posibilidad de meter en la Constitución una Guardia Nacional que la puede usar quién sabe para qué. Ya bastante daño hace sin tenerla, imaginemos el desastre que sería si la tuviera con rango constitucional y apoyado efusivamente por los ingenuos que acompañan a Larrañaga. Segundo, significa desnaturalizar la condición del Ejército, de las Fuerzas Armadas, en una función que no es propia –no están entrenados para eso-. Hay que resolver el problema de la inseguridad pero ese no es el camino.
El sentido crítico y las vacaciones perpetuas
“Soy alguien que piensa, que considera que lo inminente del hombre es preguntar con sentido crítico”. Así se define este intelectual, y dice que no puede distinguir el tiempo libre del trabajo. “Vivo en unas vacaciones perpetuas, o mejor, en un trabajo perpetuo, porque amo lo que hago y cuando uno ama lo que hace no hay esfuerzo, hay disfrute”, explica. Ocupa su tiempo leyendo, dando clases y compartiendo con sus seres queridos. Su familia se compone por su esposa, su hija y su perra.
En otra época fue crítico de cine, y asegura que se acuerda de todas las películas que vio. “Llegué a ir al cine siete u ocho veces por semana”, rememora. Prefiere el cine clásico y todos los días ve al menos una película. También tiene fascinación por el teatro y, aunque hace muchos años que no va, ve obras en videos. De hecho, de todas las expresiones literarias, la literatura teatral es la que más le gusta. Es usuario de Netflix, pero no es algo que concentre totalmente su atención. Igualmente agradece que esa plataforma logró liberarlo del cable, “que es una de las formas de opresión más terribles que se han inventado”. Además, disfruta mucho de YouTube, a través del cual dice tener el universo en sus manos.
Su infancia la recuerda con alegría y a su vez con nostalgia. Jugaba al fútbol, a la bolita, era monaguillo, tenía mala conducta y le gustaba la historia. “Uno tiende a idealizar el pasado y a modificarlo, (pero) todo recuerdo es un acto del presente. Si me lo pregunta en cinco años, quizás le diga otra cosa sobre los mismos hechos”, opina.
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