Ricardo Bernardi es magíster en Psicoanálisis y doctor en Psicología. Integró el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) como especialista en psiquiatría, donde participó de la creación del Observatorio Socioeconómico y Comportamental para estudiar la salud mental de la población en el contexto pandémico. Entrevistado por La Mañana, el experto se refirió a los efectos que la crisis sanitaria tuvo en el estado emocional y psicológico de la gente y a la realidad del sistema de salud en esa materia.
Recientemente recibió el Premio al Servicio Extraordinariamente Meritorio de la Asociación Psicoanalítica Internacional, creada por Sigmund Freud. ¿Qué significado tiene para usted este reconocimiento a nivel mundial?
Fue realmente muy importante, porque Latinoamérica por lo general está menos presente en el ámbito de la ciencia, que se desarrolla más en los países del norte. Es relevante que las cosas que uno propone o escribe tengan repercusión en el norte, significa que lo que se hace acá interesa también a nivel científico en el mundo.
En psicoanálisis trabajé en varios temas durante mucho tiempo a nivel internacional, pero fundamentalmente en la parte de investigación, relacionada a la evidencia de la utilidad de los tratamientos. Yo propuse métodos y formas que por suerte fueron aceptadas, que se están usando en todo el mundo, y creo que el premio fue un poco por eso.
Esto tiene que ver con algo muy importante: saber cuánto progresa el paciente, cómo y en qué se puede mostrar que está avanzando en su tratamiento y por lo tanto teniendo una mejor calidad de vida y logros de desarrollo personal.
Pasado más de un año de la llegada de la pandemia al Uruguay, ¿cuáles diría que fueron los efectos más notorios en la salud mental de la gente en términos generales?
Puedo hablar por mi experiencia en el GACH y en el Observatorio Socioeconómico y Comportamental que formamos a través del trabajo en ese grupo. Con Henry Cohen y Rafael Radi vimos que estaba muy cubierta la parte biomédica, bioquímica; en cambio, la parte de comportamiento de la gente, los efectos en la sociedad, estaban menos estudiados. Ahí fue que generamos el observatorio, con colegas de diversas especialidades.
Esto, más que una pandemia, es una sindemia, que quiere decir pandemia múltiple, porque hay una serie de efectos a nivel de la salud que estamos viendo que pueden ser duraderos. No nos damos cuenta de la gravedad que tuvo la pandemia acá. En abril, mayo, principios de junio, fuimos uno de los países más afectados en contagios y muertes por número de habitantes, pero la gente no quiere pensar en eso.
Las preocupaciones de la sociedad fueron la infección, el trabajo, el dinero, el no saber qué va a pasar, cómo convivir con la familia en una situación en la que los chicos no están en clase y hay que mantenerse lo más posible dentro del hogar. A veces hay una cuarentena en una casa chica y eso es una complicación, o sea, se van sumando problemas de distinto tipo y eso va generando estrés. Entonces, el paciente tiene que hacer frente a exigencias mucho mayores: cuidado ante la enfermedad, pero también la preocupación y la afectación económica, los cambios en la forma de convivir y de relacionarse.
¿El sistema de salud uruguayo estaba preparado para contrarrestar tales impactos en salud mental?
Apenas empezó la pandemia, yo planteé en la Academia de Medicina que si todos estaban de acuerdo podíamos proponerle al Ministerio de Salud Pública la creación de una línea telefónica de ayuda. Eso fue tomado por el organismo enseguida; en ese momento estaba en la Dirección de Salud Mental y luego pasó a ASSE.
Esa herramienta se creó para atender a la gente en crisis, ahora, el problema es que no estamos armados para ello. Es verdad que tenemos menos terremotos, tsunamis y catástrofes que otros países, pero muchas veces la gente tiene crisis personales, por diversas razones.
Hoy no hay una atención rápida, eficiente y monitoreada en salud mental. Uno puede ir a la urgencia, pero a veces lo que tiene no es para un psiquiatra sino para intervención en crisis, y este sistema no está organizado en ese sentido. Las urgencias no son necesariamente psiquiátricas, para internar o dar un medicamento, sino para ayudar a la persona frente a una crisis. Esas son las cosas que tienen que ver más con el psicoanálisis, donde buscamos acercarnos a lo que la gente siente, a entender cómo está viviendo determinada realidad.
Los tratamientos de salud mental en Uruguay son bastante costosos y hay mucha gente que no tiene los recursos para acceder a los mismos. ¿Deberían democratizarse esos servicios?
Este fue un problema al que se le buscó una solución hace algunos años, cuando se generó un sistema de prestaciones de psicoterapia que tenía que ser, por lo menos, para las situaciones más urgentes, graves, donde hay riesgo de suicidio o personal de salud o de la enseñanza que esté involucrado.
Lo que pasa es que hay que revisar todo de fondo. Eso también cuesta plata porque las mutualistas cobran cara la consulta y además tenés que pagar el ómnibus y dejar de trabajar, entonces, al final se vuelve inaccesible. Se vio que tiene que ser parte de lo que brindan las mutualistas, pero si le ponen un ticket caro y condiciones inadecuadas, no va a funcionar. Hay que revisar cuánto les están pagando las mutualistas a los técnicos, cuánto están cobrando, cuál es el margen.
¿Preocupa la alta tasa de suicidios de nuestro país?
La población adolescente es muy sensible a variaciones. En la pandemia, en la mayoría de los países no subieron las tasas de suicidios globalmente, pero en algunos se dio que en los adolescentes sí. Esto puede venir después de que afloje la pandemia, porque durante la misma se crea un fenómeno de cohesión social que protege.
En Uruguay se le prestó poca atención a que los adolescentes y los niños quedaron muy privados de necesidades básicas de desarrollo personal. El adolescente precisa socializar, tener contacto con sus pares, entrar al mundo. De repente no se hace fácil la convivencia familiar porque los padres están preocupados por el trabajo, por la enfermedad, por algún familiar enfermo.
Tuvimos una tasa altísima de enfermos y de muertos por número de habitantes. Ahora por suerte bajó abruptamente y estamos recuperando la tranquilidad, pero todavía tenemos que mantener los cuidados porque sigue habiendo incertidumbre.
Usted integró el GACH como referente en el Área de Salud Mental. ¿Cuál es el balance que hace del trabajo realizado?
El trabajo con el GACH fue formidable en el sentido de que se pudo dialogar entre científicos y también con el gobierno. En ese aspecto, el 2020 fue un año modelo. No obstante, hubo algunas medidas que se propusieron en febrero que a uno le queda la duda de qué habría pasado si se hubieran adoptado, si hubiéramos tomado otra actitud, como hicieron otros países.
El observatorio que se creó fue un ejemplo de la necesidad de que cooperaran los científicos en un trabajo de equipo y dialogando con los políticos; eso quedó como un aprendizaje para el país. Ahora están apareciendo equipos parecidos al GACH en otras áreas, en el Ministerio de Desarrollo Social, en el Ministerio del Interior. Hay que juntar esfuerzos y dialogar, porque a la población eso le da mucha tranquilidad.
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