“La Cizaña” es el título de una de las historietas de Asterix, ese simpático combatiente galo perteneciente a una aldea que se resistía obstinadamente al poderío romano. En el enésimo intento de dominarlos, estos últimos pergeñan un ardid que consiste en inocular a los galos con un virus que siembra la discordia entre los habitantes de la aldea. Para ello, César envía un agent provocateur, Perfectus Detritus, que ya en el camino hacia la aldea consigue enemistar a toda la tripulación.
Este lunes una intendencia anunció su intención de que los residentes en los múltiples barrios privados de su departamento matriculen allí sus vehículos en un intento por mejorar la recaudación, y así lograr un financiamiento que le había sido vedado y que era necesario para financiar las obras que tenía planeadas. Si tiene éxito, esto será a costa de los departamentos vecinos que perderán recaudación. Más temprano, en un programa radial matutino, un notorio lobista forestal intentó simplificar el complejo problema de ANCAP, enmarcándolo como un conflicto entre una ciudadanía que no ejerce la “presión necesaria” y un grupo de funcionarios públicos privilegiados que se empeñan en proteger una “vaca sagrada”, planteando una falsa oposición funcional a las maniobras duranbarbistas que poco a poco se vienen imponiendo en el manejo de la opinión pública. ¿Alguien cree realmente que el camino de la recuperación nacional pasa por importar conflictos concebidos extramuros y que agregan nuevos gradientes al enfrentamiento entre uruguayos? Lo que seguramente no necesitamos en este momento es reavivar la vieja y dañina hostilidad entre masas urbanas y la población rural.
La Gran Depresión ofrece lecciones importantes acerca de los peligros de caer en comportamientos y políticas divisivas, intentando trasladarle el costo del ajuste a los vecinos, aplicando medidas del tipo “beggar-thy-neighbor” (empobrecer al vecino). Concretamente, los países entraron en una carrera por preservar sus propios empleos, al costo de exportar desempleo a sus vecinos a través de medidas como devaluaciones competitivas, tarifas y otras restricciones al comercio. En menos de una década Europa se sumergiría en la Segunda Guerra Mundial, no sin antes haber barrido con prácticamente todas las democracias del continente. Del otro lado del Atlántico, Estados Unidos se dio cuenta a tiempo de la solución al problema y eligió en 1932 a Franklin D. Roosevelt, quien rápidamente aplicó el New Deal, el primer experimento democrático de aplicación de las ideas keynesianas. La solución –a la economía y a la guerra– vendría por el crecimiento y no por una lucha por repartir pérdidas.
La ausencia de estímulos macroeconómicos sustanciales y que den señales claras de crecimiento contribuyen a que lamentablemente vayamos descendiendo en este tipo de enfrentamientos que en nada contribuyen a resolver los verdaderos problemas de la gente. Las obras de infraestructura que están actualmente en curso son aquellas que dejó el gobierno anterior, y no se avizoran en el horizonte proyectos que puedan comenzar en los tiempos que indicarían las necesidades del ciclo económico. Tampoco ayuda una política monetaria que parece haber quedado subordinada a las políticas salariales, y que los agentes perciben como que podría generar una nueva instancia de atraso cambiario, al mejor estilo del astorismo-bergarismo. La que debería estar generando tracción en este momento del ciclo es la política fiscal, pero esta también ha quedado ostensiblemente subordinada a la opinión de los analistas de las calificadoras de crédito.
En ausencia de políticas macroeconómicas consistentes con el ciclo económico, las políticas van derivando hacia discusiones secundarias. Insistimos, a destiempo, con la liberación en la importación de combustibles, como si eso fuera a resolver el problema de las ineficiencias de ANCAP, dejando el problema del empleo en el norte del país como una externalidad a ser resuelta por la mano invisible o, por qué no, el Espíritu Santo. Pero de los grandes problemas que afectan a la libre competencia en productos de la canasta básica y que afectan a toda la población, ni se habla.
Para salir de esta trampa es necesario apuntar las baterías al crecimiento económico. No podemos caer en la ilusión de que los inversores van a premiar un comportamiento virtuoso, cuando en realidad lo que buscan es rentabilidad, y esta solo se consigue con una economía en crecimiento. Claro está, esto es si se trata de generar riquezas y no de competir por rentas y concesiones otorgadas por el Estado, que debilitan aún más sus posibilidades futuras de hacer políticas fiscales y de distribución de ingresos. Cuando el primer ministro italiano Mario Draghi habla de grandes obras de infraestructura financiadas con deuda, no lo hace ni desde la irresponsabilidad ni desde un país con poca deuda. Lo hace firmemente asentado en el sentido común y la realidad. De una depresión se sale con más deuda, no con menos deuda. Es el crecimiento, y solo el crecimiento, lo que permitirá hacer frente a deudas viejas y nuevas.
La economía es como una bicicleta. Para empezar a andar hay que comenzar pedaleando con firmeza en la dirección correcta, para luego poder aflojar el impulso. Por el contrario, si se arranca a pedalear con timidez, es más probable que la bicicleta no se sostenga.
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