Hace unas semanas, en un artículo que escribimos sobre el libro de Russell Reno, “El regreso de los dioses fuertes”, mencionamos como al pasar que en los años ’90, “la derecha se centró en la economía y se desentendió del cambio cultural, en el cual se focalizó la izquierda”. Vayamos a fondo…
Tras la caída del muro de Berlín, muchos creyeron que la izquierda estaba herida de muerte. El fracaso del modelo socialista, hizo pensar a no pocos analistas, que el capitalismo había triunfado. Hoy, basta ver las pataletas de Javier Milei para darse cuenta de que la izquierda, sigue vivita y coleando. ¿Cómo sobrevivió?
Muy simple: se recicló. Pasó del criticismo económico y el totalitarismo por las armas, al criticismo antisistema y el totalitarismo cultural. Siguiendo una estrategia de corte gramscista, sacó el foco de la infraestructura –la transformación de la base productiva- y lo puso en la superestructura, es decir en la cultura. Se dedicó a criticar y a “deconstruir” la autoridad, la familia, el patriotismo, y a promover el pacifismo, el igualitarismo, la tolerancia, el ecologismo, el feminismo, la no discriminación, los derechos humanos…: un sinnúmero de cuestiones que nadie, a priori, podría calificar de “malas”; pero que pasan a serlo cuando se instrumentalizan con fines ideológicos.
En el año 2003, publicaron un artículo en Catholic.net, decía: “Gramsci elaboró una filosofía de la praxis mucho más integral que la de la mayoría de los marxistas. Como consecuencia, mientras muchos marxistas no lo comprendieron, se apropiaron de su estrategia tanto socialdemócratas como reformistas y progresistas, que la utilizaron –y la utilizan- para disolver los valores de la sociedad del siglo XX. Gramsci entendió que para llevar a buen puerto la revolución, era necesario conquistar la conciencia individual, y para ello, era imprescindible demoler la religión, la Iglesia Católica, la filosofía realista, el sentido común y la familia.
Pero esto no debía hacerse para Gramsci mediante la fuerza bruta o la imposición militar, sino propugnando la “dirección” antes que el “dominio”, hasta lograr una hegemonía en el pensamiento. Para ello, propuso elaborar una pedagogía de masas, con la finalidad de establecer una reforma “intelectual y moral”, tanto de los intelectuales como del pueblo. Los instrumentos para ello serían: la escuela de monopolio estatal, el periodismo y los medios masivos de comunicación social”.
A renglón seguido, citábamos al Prof. Rafael Gambra: “El medio en que esta metamorfosis puede realizarse es el pluralismo ideológico de la democracia, que deja indefenso el medio cultural atacado, porque en ella sólo existen “opiniones” y todas son igualmente válidas. La labor se realizará actuando sobre los “centros de irradiación cultural” (universidades, foros públicos, medios de difusión, etc.) en los que, aparentando respetar su estructura y aún sus fines, se inoculará un criticismo que les lleve a su propia destrucción”.
Hoy, las predicciones que en el año 2003 parecían “conspiranoicas”, se están cumpliendo al pie de la letra. La dictadura del relativismo y la cultura de la cancelación, florecen amargamente en todo Occidente.
Es cierto que parte del mérito por los logros alcanzados en la batalla cultural, pertenece a la izquierda: trabajaron, fueron creativos, y muchos supieron venderse a lo más rancio del capitalismo maltusiano, a cuyo servicio trabajan.
Pero también la “no izquierda” es responsable del éxito de la izquierda en la batalla cultural. Por dejarse estar, por mirar para el costado, por centrarse en lo económico, por no luchar… ¡por callar! Claro, es más fácil dedicarse a temas en los que uno no se expone a ser tildado de misógino, retrógrado, homófobo, fundamentalista, reaccionario… Pero lo más fácil, no siempre es lo más responsable. Sobre todo cuando estamos hablando de políticos que, presuntamente, están para poner por encima de todo, el interés nacional.
El último eslabón en el triunfo de la izquierda, es la evidente genuflexión de muchos integrantes de la “no izquierda”, ante ideologías originadas en la izquierda. Por ejemplo, la de género. Nunca sabremos si la aceptación de esta ideología, contraria a las más ricas tradiciones de los partidos tradicionales, se debe a la desidia, al miedo, o a intereses personales de ciertos dirigentes. De lo que no cabe duda, es que están durmiendo con el enemigo. O con la enemiga.
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