Según Wikipedia, “la cultura de la cancelación (de su original en inglés: cancel culture) es un neologismo que designa a un cierto fenómeno extendido de retirar el apoyo, ya sea moral, como financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles, ello como consecuencia de determinados comentarios o acciones, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas había”.
Esta definición nos merece algunas reflexiones. En primer lugar, la enciclopedia habla de “retirar el apoyo”. Parece un eufemismo para suavizar el hecho incontestable de que muchas víctimas de la cultura de la cancelación son objeto de linchamiento mediático, censura, despidos, multas y hasta cárcel. Ser cancelado es mucho peor que carecer de apoyo: es ser víctima de escarnio mediático, de persecución, de sanciones de todo tipo, incluso de privación de libertad. Y esto, tan solo por pensar diferente.
En segundo lugar, Wikipedia habla de “personas u organizaciones que se consideran inadmisibles”. Conste que no está hablando de ideas inadmisibles sino de personas inadmisibles:¿desde cuándo son las personas –y no las ideas– las “inadmisibles”?
Es más: ¿dónde está la línea que separa lo admisible de lo que tanto ofende, que hasta quién lo dice es considerado inadmisible? ¿Es justo que haya una doble vara para medir las ofensas? ¿Por qué nadie debería ofenderse al escuchar la consigna “Iglesia basura, vos sos la dictadura”, mientras se entiende justo y lógico que alguien se ofenda cuando se afirma que solo hay dos sexos o que solo las mujeres pueden engendrar hijos?
El tercer punto que aparece presentado de forma eufemística es el que afirma que con sus “comentarios o acciones” determinadas “personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas había”. ¿Cuál es la expectativa? ¿Que todos pensemos igual, que todos seamos políticamente correctos? ¿Cuál es la transgresión? ¿Pensar distinto que otros es transgredir las expectativas? Uno no puede menos que preguntarse dónde ha quedado la libertad de expresión… ¿Dónde la tolerancia? ¿Dónde la diversidad? Solo falta que los amantes del color amarillo se ofendan porque alguien dice que el cielo es celeste.
Luego dice Wikipedia que esta cultura también se ha definido como “un llamado a boicotear a alguien que ha compartido una opinión cuestionable o impopular en las redes sociales”. En una sociedad presuntamente libre y democrática, emitir una opinión cuestionable o impopular ¿amerita que una persona sea despedida de su trabajo, multada, censurada o linchada en los medios de comunicación?
Bastante mejor que las definiciones de Wikipedia es la que da Paulette Delgado en un artículo publicado en el Observatorio Tecnológico de Monterrey, cuando afirma que la cultura de la cancelación “es un tipo de bullying grupal, ya que son muchas personas que se ponen de acuerdo para atacar o descalificar los puntos de vista de otra persona o de alguna empresa. (…) Es un movimiento tan grande que varias personas han perdido sus trabajos por ser canceladas, sin la posibilidad de enmendar o arreglar sus acciones, quedando para siempre encerradas en un charco de odio público”.
Si bien en nuestro país la cultura de la cancelación recién empieza a aparecer –algunos casos ya se han registrado–, más vale prevenir que curar. Porque cuando queramos acordar, el “bullying grupal” va a ser tan fuerte que no vamos a poder decir que el pasto es verde sin tener que desenfundar la espada.
Quizá deberíamos definir si como sociedad estamos dispuestos a que en nuestra nación democrática y soberana algunas personas queden “para siempre encerradas en un charco de odio público”. Y todo por sostener ideas que rechinan a una corrección política que hoy es promovida desde ciertos centros de poder y organismos internacionales, totalmente ajenos a nuestra nación.
¿Qué valores van a primar en el futuro de nuestra patria, hasta ahora libre e independiente? ¿Vamos a perseguir y promover el odio hacia quien exprese opiniones políticamente incorrectas, como que el matrimonio debería ser entre un hombre y una mujer, que solo hay dos sexos, que solo pueden engendrar hijos las mujeres o que abortar es matar a un ser humano? ¿O vamos a elegir la libertad de expresión? ¿Qué lugar tiene hoy la consigna “Libertad o Muerte”?
A propósito… ¿qué dicen de todo esto los “librepensadores”?
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