El Estado está fallando en aspectos mucho más preocupantes que la ineficiencia con que gestiona las empresas públicas, su incapacidad de controlar el gasto público o la telaraña reguladora y fiscal con la que ha logrado enredar a todo el sector productivo nacional. Todo lo anterior se puede arreglar con una mejor gestión. Pero lo que va quedando cada vez más claro es que el Estado está confundido sobre su rol, algo que es muy serio, ya que genera incertidumbre e inspira desconfianza. Y lo que es más grave, es que esta confusión también la padecen algunos de los que hoy se postulan como recambio.
Si nos remontamos al ejemplo base del aciago “viernes negro” de 1929, es bueno destacar que el efecto catastrófico se podría haber evitado o al menos mitigado. El presidente Hoover era un brillante ingeniero que había ganado fortunas con la minería en Australia. Asumió el gobierno con una gran capacidad técnica y una fe excesiva en las bondades del mercado, particularmente en el patrón oro como rector de los asuntos monetarios. Fue un gran hombre, pero su ingenua prescindencia permitió que la crisis del ´29 se desparramara por todo el mundo como una mancha de petróleo en el océano.
Uno de los mecanismos que ayudó a propagar la Gran Depresión fue la Ley Smoot-Hawley de 1930, la cual aumentó las tarifas sobre las importaciones norteamericanas. Esto provocó una gran caída del comercio internacional y medidas similares en Europa.
De esta manera, se atribuye a la Gran Depresión gran responsabilidad en la degradación de los sistemas políticos europeos, que ante el fracaso del modelo existente buscaron alternativas que dieran soluciones para combatir el descalabro económico y el creciente desempleo. A los totalitarismos europeos que estaban al acecho se les abría la gran oportunidad.
Retornando al hoy y a nuestro Uruguay, el problema está en la calle Colonia y Paraguay. Encandilados por la adulación de bancos internacionales y agencias calificadoras -cuyo único negocio es que nuestro país siga emitiendo deuda y pagando comisiones-, perdieron de vista su rol fundamental.
¿Se preguntarán por qué dedicaron USD 2,000 millones de dólares a construir una línea de tren, cuando diariamente vemos infinidad de posibles destinos alternativos mucho más redituables?
Más allá de cómo negociaron -que cada día se confirma más que fue pésimamente-, cabe preguntarse si en algún momento se cuestionaron sobre potenciales usos alternativos de esos fondos. ¿Hay algún estudio? ¿Sabremos algún día los motivos de la renuncia del Ec. Masoller?
Para poner un orden de la magnitud al costo del tren, todo el sector productivo se lleva aproximadamente USD 4,000 millones de dólares de crédito bancario. Con esos fondos se podría haber asistido efectivamente a todo el sector lechero, arrocero, frutícola, la granja, la apicultura, etc. ¿Se hizo un estudio del impacto relativo en el empleo de invertir dinero en el tren versus cualquiera de los agonizantes sectores anteriores?
Resulta cada vez más claro que los que están poniendo en riesgo la institucionalidad son algunas carteras del mismo gobierno, que con su inacción e indiferencia están dejando que lo que empezó como una desaceleración económica se convierta en una verdadera crisis de todo el sector productivo nacional.
Como dice el Ec. Dani Rodrik de la Universidad de Columbia, es evidente que los mecanismos multinacionales de gobierno no están funcionando adecuadamente. La apuesta que muchos países hicieron a la globalización y al internacionalismo falló. Lo que les queda es lo que tuvo siempre el Estado-Nación con capacidad de tomar decisiones y actuar a tiempo sobre su población.